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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Recomendaciones para salir del marasmo

Miércoles, 16 de Diciembre de 2015
Contemplar la situación española no ayuda a encontrar ni paz ni alegría. Todo lo contrario. Cuesta no creer que se ha convertido todo en un marasmo del que no se otea la salida porque afecta a todo aquello sobre lo que se dirige la vista. Si, por añadidura, se ha visto el debate entre Rajoy y Sánchez ya da la sensación de que aquí se acabó el carbón y nadie va a encender las calderas.

Es verdad que gente que sabe más que yo, como don Roberto Centeno, otean una situación más esperanzada, pero ni yo lo veo así ni estoy a estas alturas para engañarme. Sí creo, sin embargo, en la posibilidad de respirar algo de belleza en medio del marasmo. Procuro siempre disfrutar de esos oasis en medio de mi vida cotidiana. En ocasiones, es más fácil y en otras más difícil, pero en las últimas horas lo he conseguido plenamente gracias a un libro y a una película. Empecemos con el libro.

En la época en que trabajé en la radio vi más que corroborada mi tesis de que el respeto a la propiedad privada, incluida la más ínfima, no forma parte de la cultura hispana. Así me desaparecieron una pluma de oro otorgada como premio por las víctimas del terrorismo – no era por el oro sino por el valor sentimental por lo que sentí ese hurto – un ejemplar facsímil del Nuevo Testamento en griego de Erasmo de Rotterdam – no sé si en COPE querían iniciar una nueva reforma o abortar cualquier conato en ese sentido – y una cantidad indeterminada de otros bienes. Entre ellos, según me comentó en su día el autor, debió estar Simón Bolívar y el acabamiento de la América Virreinal. No lo tuve en aquella época y solo gracias a su autor cayó en mis manos hace unas semanas. Hablando del autor, debo decir que se llama Juan José López Pérez y que es un funcionario jubilado en 2001 tras ejercer como técnico del ministerio de trabajo, coordinador de la revista Aula Verde y docente. Todo ello además de haber recibido diversos premios por su labor literaria. Dicho esto, si ese curriculum – que aquí apenas señalo – no existiera, seguiría resultando más que interesante la lectura de este libro de título mentiroso. Sí, mentiroso. Han leído ustedes bien. Porque el libro promete hablarnos de Bolívar y del final de la colonia española y cuenta – nos recrea, más bien – mucho, mucho más.

Juan José López Pérez confiesa que escribió el libro pensando en los alumnos de un instituto. Difícilmente, podría haberles dejado algo más hermoso. El autor comienza la obra llevándonos a 1783 cuando el conde de Aranda advertía de lo que se veía venir, que el imperio español en América era insostenible y se desplomaría si no se adaptaban medidas que, como tantas veces antes y después en la Historia de España, ni fueron escuchadas ni acometidas. Partiendo de esa noticia, López Pérez sumerge al lector en una de las descripciones mejores de la Ilustración que he leído en mucho tiempo. La manera en que une fechas y lugares, circunstancia y episodios resulta en pocas páginas mucho más educativa que media docena de documentales sobre el siglo de las Luces. No falta la melancolía de ver lo que pudo ser y no fue, pero aún así resulta luminoso.

No lo son menos los capítulos dedicados al paso de Bolívar por Madrid – las descripciones bastarían para varios itinerarios por la capital de España que resultarían deliciosos – o a su interés por un tema tan descuidado en la Historia española como la educación. Tras siglos de dominio colonial, el analfabetismo era aplastante en la América hispana – a diferencia de lo que sucedía al norte – y Bolívar dedicó un enorme esfuerzo a enfrentarse, infructuosamente, con tan terrible lacra. Con esa y con otras.

López Pérez no es menos interesante cuando se adentra en toda el ansia – verdadero volcán – reformadora de Bolívar que se vio malograda en su mayor parte, pero que también deja de manifiesto una personalidad nada vulgar. Bolívar – con sus luces y sus sombras – fue un personaje apasionante, gigantesco, difícil de reducir a categorías que – no cabe duda – poco o nada tenía que ver con la doctrina bolivariana impulsada por Chávez o Maduro. La total separación pudo evitarse en la época del gobierno liberal en España. Pudo, pero, una vez más, lo que pudo resultar bien en la Historia de España acabó como el rosario de la aurora.

Pero, como decía antes, se engañaría el que pensara que este libro está reducido a Bolívar y a la Emancipación. López Pérez incluye tres capítulos más dedicados al carácter hispánico, al ineludible ensayo de Menéndez Pidal sobre los españoles en su Historia – tan notable por algunos aspectos, pero tan deficiente en otros – y a un artículo más que sugestivo de Arturo Uslar Pietri sobre la llegada de Cervantes, literariamente hablando, al Nuevo Mundo. Relacionados en mayor o menor medida con Bolívar, su lectura es más que recomendable y vuelve a poner de manifiesto la cultura, el buen gusto y la capacidad pedagógica del autor.

A decir verdad, cada uno de los capítulos de López Pérez son una verdadera delicia no sólo por lo que cuenta el autor sino también por cómo lo cuenta. No resulta difícil leyéndolos sentirse transportado a un siglo XVIII español que se agosta sin haber madurado, a una pugna colosal de Bolívar con la situación de Hispanoamérica y en la cual acabó fracasando no sin gloria, al recuerdo merecido de Pestalozzi, el gran pedagogo protestante y, sobre todo, a un deseo inquebrantable de transmitir a las generaciones más jóvenes conocimientos nada desdeñables que arrojan luz sobre el pasado para iluminar su presente. Naturalmente, habrá quien pueda disentir en un punto o una interpretación aquí o allá, pero lo que resulta indiscutible es que se trata de un libro rezumante de amor hacia la cultura y la juventud. Escrita para paladearla poco a poco, como los buenos licores, es una obra que merece la pena leer. Pasemos ahora a la película.

La vi por primera vez cuando tenía unos doce años y me impresionó. Se titulaba Melody y estaba protagonizada por Mark Lester y Jack Wild, los dos niños ingleses que habían sido figuras esenciales de la versión cinematográfica de Oliver, la comedia musical basada en el Oliver Twist de Dickens. Naturalmente, me quedaba la duda de saber si la película había superado el paso del tiempo. La respuesta es totalmente afirmativa. La música de los Bee Gees – de la mejor, previa al Fiebre del sábado noche – el guion de Alan Parker – que luego haría fortuna como guionista de El expreso de media noche, Evita o Arde Mississippi – es impecable y las actuaciones de un trío en el que estaba también una niña llamada Tracy Hyde son difícilmente mejorables. La historia – dos niños de diez años que se enamoran - es conmovedoramente buena. Imagino que tal y como está el patio, a muchos ahora les parecerá absurdo que dos criaturas se enamoren de manera tan limpia y que además pretendan casarse para estar siempre juntos. Sí, debe ser algo de otro planeta. Sin embargo, yo viví en ese mismo planeta con un par de años de diferencia de los protagonistas que aparecen en la película y sé que había chicos y chicas así y me consta lo importante que era tener un amigo y contemplé castigos físicos peores – impensables, ahora – que los que se ven con cierta comicidad en la película y, por supuesto, me enamoré así y soñé con casarme y vivir con una persona toda la vida. Se trata de una historia tan limpia que casi no se puede concebir ahora, pero por eso precisamente constituye una inyección de candor delicioso en una sociedad donde la inocencia parece ser una especie extinguida.

 

 

Háganme caso. Dense un respiro y acérquense a estas dos delicias. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

 

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