En ese enfrentamiento que, muy posiblemente, cambiará el curso de la Historia se enfrenta la primera y joven potencia mundial con una nación que ha sido un imperio durante casi tres mil años y que, como todos los imperios, ha tenido épocas de esplendor y de decadencia. Como suele suceder casi siempre, el primer choque evidente ha tenido lugar en el terreno de la inteligencia. Pocos lectores conocerán los Cinco ojos. Se trata de una comunidad de inteligencia formada por Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Tan selecto club no permite la entrada ni siquiera a los aliados de la NATO e incluso Israel sólo ha logrado que se lo invite ocasionalmente en calidad de observador. Así, la hegemonía en el mundo de la inteligencia se presenta anglo-sajona y solo anglosajona. Ese predominio ha sido desafiado directamente por China al ofrecer, vía su compañía Huawei, una cobertura tecnológica que suplantaría de manera total el papel de los Cinco ojos en el territorio de los aliados de Estados Unidos. En otras palabras, la indiscutible supremacía en inteligencia que ahora mismo tiene Washington con sólo algunos aliados especiales desaparecería, pero no de manera inocua ni inocente sino para ser cuarteada con un golpe sin precedentes por la inteligencia china. En este mundo donde ya no basta con detener espías, expulsar diplomáticos o asesinar agentes en un punto perdido del globo porque un satélite ve ya mucho más que la famosa Orquesta roja, el desafío chino resulta colosal. Lo es por lo audaz y también por lo inesperado. No sorprende que se proceda a arrestar a un personaje clave de Huawei y que acabe además en una prisión norteamericana. Pero que nadie se engañe pensando que se está cuestionando sólo el déficit de la balanza de pagos de Estados Unidos en relación con China. Lo que está en juego es quien dominará este planeta en la segunda mitad del siglo XXI. Claro que algunos creerán que se trata sólo de castigar a quien plagia patentes como se copian bolsos de algo estilo. Que lo sigan creyendo. No hay peor ciego que el que no quiere ver.