Esa circunstancia explica que Trump haya llegado a la conclusión de que el instrumento privilegiado en política exterior es la subida de aranceles que lo mismo dirige contra China que contra México. Estoy plenamente convencido de que una de las peores desgracias de la Historia de España fue la política arancelaria favorable a Cataluña que llenó los bolsillos de unas oligarquías que nunca aprendieron a competir a la vez que causaban un daño enorme a otras regiones que, al exportar, chocaban con la respuesta aduanera de las naciones a las que no se dejaba competir en España con la industria catalana. El proteccionismo beneficia – y mucho - a minorías durante una temporada, pero acaba creando una pésima mentalidad que dicta que siempre es mejor estar a la sombra del poder que competir en el libre mercado. Es dudoso que Estados Unidos pueda competir con China en ciertos aspectos como los bajos salarios o la ausencia de reivindicaciones sindicales. Sí puede ganar la batalla de la competitividad si en lugar de recurrir a subidas arancelarias aprovecha el colosal talento de innovación que tiene, históricamente, el pueblo americano. Como en su día señaló Ronald Reagan, la salida frente a estos desafíos es competir. No se trata de una cuestión menor. Si Estados Unidos abandona el proteccionismo; sale de los escenarios bélicos que no benefician a sus intereses nacionales; reduce el gasto armamentístico a lo esencial; se libra de las alianzas militares permanentes y decide comerciar con todos sin excepción, en suma, si vuelve a la visión internacional de los Padres fundadores, ganará esta batalla. Si, por el contrario, es China la que continua con el curso que comenzó hace cuarenta años y sigue – quizá sin saberlo – más el sendero de Washington y Jefferson que el de Confucio o Mao, se impondrá en una generación como la primera potencia mundial y lo hará, muy posiblemente, sin disparar un solo tiro. Por si acaso, piensen ustedes en aprender chino. Yo llevo estudiándolo unos meses y es una lengua fascinante.