De hecho, a pesar de la insistencia en compararlo con el régimen cubano, el chavismo es un sistema mucho más inteligente y sofisticado que el castrista, triste remedo caribeño de la Unión soviética. Asesorado por notables juristas – varios de ellos españoles - el chavismo ha mantenido desde el principio un ropaje democrático – partidos, elecciones, medios de comunicación, etc -a la vez que el armazón era abiertamente totalitario. Castro careció de la inteligencia para llevar a cabo algo similar, quizá porque la época permitía no entrar en ese grado de sofisticación. De esa manera, no sólo la imagen del chavismo ha sido siempre mejor que la de la dictadura cubana sino que, por añadidura, la misma oposición al chavismo entró desde el principio en la trampa. En lugar de percatarse de que la constitución chavista era un casino en el que todo está dispuesto para que siempre gana la banca, la oposición creyó en la posibilidad de salir con dinero tras pasar por la mesa de la ruleta. Cuando ganó además las elecciones legislativas, esa ilusión engañosa se afianzó, en lugar de quedar de manifiesto que, dentro del sistema, nada es posible de la misma manera que nadie puede esperar hacer saltar la banca con unas ruletas trucadas. Sin ver algo tan esencial, pocas esperanzas podía yo depositar en la oposición.
La segunda razón de mi pesimismo estaba en los resultados derivados de que la oposición no captara la citada realidad. El no darse cuenta de algo tan elemental ha llevado directamente a que la oposición se dividiera, a que no buscara la indispensable unidad - ¿por qué si se competía en las urnas? – a que reposara en la ayuda internacional para la solución de sus cuitas y a que, sobre todo, no articulara una estrategia y una táctica susceptibles de acabar con el chavismo. A fin de cuentas, dividida, enfrentada y desorientada era más que difícil que la oposición pudiera desarrollar una lucha eficaz contra el sistema chavista.
La tercera razón era el análisis no pocas veces deplorable que se realizaba del panorama internacional. Sin captar lo que denominé aquí mismo el nuevo paradigma internacional de los Estados Unidos, la oposición lleva años soñando con la resurrección de esquemas de la guerra fría muertos hace décadas. En ocasiones, esperaba una intervención directa de Estados Unidos; en otras, ansiaba un golpe militar como si estuviéramos en los años setenta; en alguna más, soñaba con la efectividad de unas sanciones económicas que jamás funcionaron con Cuba e incluso no faltaban los que, en el colmo de la ingenuidad, aspiraban a que el papa Francisco – gran valedor del castrismo y del chavismo – mediara para acabar con un sistema que no ha dejado de apuntalar, la última vez, por cierto, este fin de semana al indicar que la oposición estaba dividida y que se podía volver al “diálogo” con Maduro con ciertas condiciones.
Con una oposición que analizaba deficientemente la realidad, que no captaba la realidad del tablero internacional tan distinto desde hace años, que pretendía seguir jugando en la mesa del chavismo, que se fiaba de gente como el papa Francisco y que, para colmo, carecía de una estrategia y de una táctica realistas creo que no puede sorprender si digo que mi pesimismo era más que acentuado. Añadiré que además no poco doloroso porque amo entrañablemente a Venezuela, a sus ciudadanos y a la causa de la libertad. A fin de cuentas, como sucede con todas las enfermedades – y el chavismo lo es – a menos que el diagnóstico sea el adecuado es imposible dar con un remedio que permita curarla. Sin embargo, a pesar de todo lo señalado, en las últimas semanas, encuentro razones para abrigar un moderado optimismo. Las razones son varias.
Primera, la oposición se ha ido dando cuenta de que la única salida es acabar con el sistema chavista. La realidad se ha ido imponiendo dejando de manifiesto que nada es posible dentro del sistema porque éste cuenta con los recursos necesarios – el último es la asamblea constituyente – para ganar siempre en el casino. Con ruletas trucadas sólo se puede perder, pero no hay obligación de entrar en ese juego amañado. A día de hoy, no es una meta final del todo definida, pero constituye un avance notable.
Segunda, la oposición también parece ir captando que necesita una unidad de acción y propósito y que cualquier fisura sólo contribuye al afianzamiento del chavismo.
Tercera, la oposición también va captando, de manera dolorosa, que no puede fiarse lo más mínimo de personajes como Rodríguez Zapatero o el papa Francisco. Las palabras de Capriles contradiciendo las afirmaciones del papa este fin de semana son, quizá, una señal de que el sentido común va prevaleciendo. Cuando la oposición venezolana comprenda además que ni el ejército colombiano, ni el Departamento de estado va a hacer lo que ella no haga habrá dado un paso de gigante.
A lo anterior hay que sumar que la oposición necesita ahora de manera imperiosa dar con una táctica que le permita alcanzar la meta imprescindible e irrenunciable de derribar el chavismo. Hasta el día de hoy, no cuenta con ella, pero puede que, como el niño que es lanzado al agua, pueda descubrir más pronto que tarde la manera de navegar en las procelosas aguas del régimen chavista. Debo señalar de manera respetuosa, pero tajante que cualquier intento de derribar el chavismo recurriendo a la violencia no sólo constituye una inmensa irresponsabilidad sino también una colosal estupidez. De hecho, lo peor que podría suceder en estos momentos es que las protestas se conviertan en una exhibición de violencia por ambas partes – pistolas, por un lado, cócteles molotov, por otro – que no sólo sería aprovechada por el chavismo a efectos propagandísticos sino que además sólo puede concluir en un baño de sangre y en una derrota de la oposición. Cualquiera sabe, a fin de cuentas, que una confrontación violenta precisa de unos medios y un entrenamiento que la oposición no posee ni lejanamente. Sólo cabría entonces esperar una derrota teñida en muertes. La única táctica que puede utilizar la oposición con posibilidades razonables de desarticular el chavismo es la no-violencia utilizada, entre otros, por Gandhi y Martin Luther King. Si alguien argumenta que los chavistas no son los británicos, debo recordarle que, a decir verdad, hasta el momento, el chavismo no ha sido ni de lejos tan brutal y represor con la oposición como el imperio británico lo fue con los indios practicantes de la satyagraha. Los británicos perpetraron encarcelamientos, cierres de medios, torturas e incluso matanzas con una profusión que, afortunadamente, el chavismo no ha cometido. Gracias a Dios, Venezuela no ha padecido su matanza de Amritsar y esperemos que nunca lo sufra.
Soy consciente de que igual que la violencia exige un entrenamiento nada desdeñable lo mismo sucede con la no-violencia. También soy consciente de que las sociedades católicas, como la venezolana, han ignorado semejante instrumento político durante siglos e incluso padecen de una acentuada incapacidad para concebirlo. Sin embargo, la resistencia civil no-violenta es el único instrumento que puede articular las acciones actuales de manera mucho más lesiva para el chavismo; que puede canalizar de manera fecunda las acciones populares y que puede, al fin y a la postre, acabar desarticulando la capacidad de reacción del chavismo y provocando su salida del poder para no volver jamás. Si la oposición - de la misma manera intuitiva en que ha ido captando otros principios en las últimas semanas - percibe que ésta es la única táctica realista y la pone en marcha, los días del chavismo estarán contados. Así será porque la oposición no sólo se habrá deshecho de análisis equivocados, no sólo estará finalmente unida, no sólo tendrá una estrategia clara de acabar con el régimen sino que además contará con el instrumento táctico adecuado. Por eso quizá, sólo quizá, no estemos en el principio del fin, pero sí, Dios lo quiera, en el final del principio.