Unas de las circunstancias que más me agradan – y no son pocas – de la política en Estados Unidos es el planteamiento de ciudadanos y partidos que se desarrolla en el curso de las elecciones locales. Todos, absolutamente todos, tienen más que asumido que los alcaldes y los concejales no deben ser lo que denominan “partidistas” sino, fundamentalmente, gestores. Del gobierno del municipio se espera no que se entregue a las soflamas ideológicas sino que mantenga las calles limpias, que realice las reformas urbanísticas pertinentes, que se lleve correctamente – aunque no les de un dólar de subvención – con las instancias religiosas y sociales del municipio, que mantenga el orden público y que no sobrecargue con impuestos a los ciudadanos. En ese sentido, el votante republicano en las elecciones presidenciales puede votar a un alcalde demócrata y viceversa con la mayor naturalidad del mundo y sin la menor sensación de culpa o de represalia. Traigo este tema a colación porque creo sinceramente que esa es la actitud que hay que mantener en unas elecciones locales, la de identificar a la persona que sea, desde el criterio de cada cual, la más adecuada y votarla sin otro tipo de consideraciones. No votar a un buen regidor del PP porque se aborrece la política impositiva de Montoro; o a un digno alcalde socialista porque aún se recuerda a ZP o a ediles competentes de CiU porque se experimenta una repugnancia comprensible hacia el proyecto independentista de Artur Mas podrá parecer a muchos razonable, pero equivale a pegarse un tiro en el pie por no hablar de otro lugar situado más al norte de nuestra anatomía. Insisto: Montoro es una verdadera plaga bíblica, pero ¿sería razonable dejar de votar a Pepe Gómez, notabilísimo alcalde de Villateempujo de arriba sólo porque son compañeros de partido? ZP fue la inutilidad elevada al cubo con consecuencias que padecemos a día de hoy, pero si María García, alcaldesa dignísima de Villateempujo de abajo lo ha hecho de maravilla tendría que ser castigada? Artur Mas es de lo peor que puede sucederle a Cataluña después de la famiglia Pujol, pero ¿por qué represaliar a Jordi Roig, alcalde magnífico del Pi de la Ramoneta que tiene carnet de Convergencia? ¿Es lógico privarse de un buen gestor local tan sólo porque estemos hartos de gente de su partido? Personalmente, deseo que las vías de la ciudad en que vivo estén pulcras, que el tráfico no sea un caos, que no asfixien con una mayor presión fiscal a las empresas que dan trabajo a mis conciudadanos, que no se despilfarre el tesoro municipal en disparates faraónicos o corrupciones… Eso es lo que, como si fuera ciudadano de la Unión, me interesa en las elecciones municipales. Sé que para muchos españoles – a fin de cuentas, culturalmente educados en el dogmatismo más rígido – esta posición parecerá intolerable. A mi, sin embargo, me resulta la única razonable en una escala local. Para apoyar o castigar a un partido concreto me reservo el voto de las elecciones generales del que surgirá el próximo gobierno. En los comicios de este mes, para mi es cuestión de votar a personas. A las ya conocidas, a las eficaces, a las mejores.