Ayer, tuve la sensación de que todos aquellos recuerdos saltaban hechos pedazos. El sombrero negro que compré entonces, la atenta compañía de una dama encantadora, las conversaciones con musulmanes exiliados que intentaban inyectar en sus naciones de origen unas gotas de libertad a pesar de un Occidente sordo. Todo manchado por un turbión de sangre. En ocasiones, con profundo dolor temo que Europa haya decidido suicidarse. Primero, ha mostrado durante décadas una complacencia repugnante ante el terrorismo de todo tipo llamando a sus protagonistas “hombres de paz” y aplaudiendo no que cumplan penas prolongadas sino que salgan de prisión. Después se ha negado a que pudiera debatirse el impacto que determinadas ideas pueden tener sobre una sociedad. Hay comunistas que pretenden que el parlamento europeo condene a los que se declaran anti-comunistas, se impide analizar históricamente el islam o se intenta ahormar a toda una sociedad en lo que piensa una minoría, respetable, sin duda, pero que no puede marcar el rumbo de una nación. Luego se ha empeñado en aceptar una inmigración sin filtros entre cuyas masas – aquellas que, según Qadafi, conquistarían Europa con los vientres – han venido los terroristas. Finalmente, está dispuesta a suprimir la obligatoriedad de visado para más de cien millones de musulmanes sólo porque son turcos e incluso manifiesta que Turquía entrará en la UE a pesar de que ni histórica, ni cultural, ni geográficamente es una nación europea. Las llamadas a la unidad, a la prevención, a la vigilancia ya no me dicen nada y no me dicen nada porque van unidas a ojos cerrados ante realidades que, de manera insensata, no se quieren ver. Tampoco nadie desea detenerse en el hecho de que la mitad de la policía de Bruselas es musulmana o de que si uno de los acusados por los crímenes de París huyó a esa ciudad belga es porque contaba con que podría confundirse con el paisaje. Bélgica ya no es la misma. Tampoco es igual la Cataluña en la que los nacionalistas prefirieron la inmigración islámica a la hispana a ver si los musulmanes abrazaban el catalán. No son iguales Marsella, París o Londres. La amenaza no vendrá. Ya está aquí y las instituciones miran hacia otro lado.