ZP no sólo se emperró en no reconocer una crisis económica que estalló en España antes que en el resto del mundo. Además, traicionó a los aliados en Irak y se manifestó decidido a pactar con los terroristas de ETA, a entregar Navarra a los nacionalistas vascos, a regalar Ceuta y Melilla al sultán de Marruecos e incluso ceder Olivenza a Portugal. Con ese trasfondo, no puede sorprender que, de forma absolutamente injustificada y delirante, el dirigente socialista renunciara a negociar la soberanía de Gibraltar, admitiera que los gibraltareños fueran sujetos de derecho en las discusiones, consintiera que contaran con un derecho de veto que no les corresponde legalmente y realizara una serie de concesiones sin contraprestación. Semejantes acciones fueron gravísimas porque implicaban una traición directa a los intereses de España y a la memoria de todos los españoles del signo político que fueran que habían deseado recuperar la integridad territorial. Por añadidura, ZP convenció de una vez por toda a los británicos de que no tenía sentido someterse a la justicia internacional en Gibraltar ya que siempre podría llegar a la Moncloa un necio que les evitara semejante obligación histórica y legal. A día de hoy, la única salida razonable para el contencioso de Gibraltar sigue siendo la restitución de la soberanía de la plaza a España. Se podrá discutir si la localidad puede disfrutar de un régimen fiscal especial siquiera para librarse de los disparates fiscales de Montoro, pero Gran Bretaña no puede pretender la supervivencia de una colonia en el seno de la Unión Europea. De lo contrario, episodios como los vividos en las últimas semanas seguirán siendo la carne de los noticiarios para las próximas décadas y, quizá, siglos. Si hoy estamos tan lejos de llegar a esa ansiada meta lo debemos no a las acciones de la “pérfida Albión”, sino a la incompetencia, desidia y falta de sentimiento nacional de esa auténtica plaga bíblica que fueron los gobiernos socialistas presididos por José Luis Rodríguez Zapatero. Con una diferencia, y es que las desgracias de Egipto concluyeron cuando el ejército del faraón desapareció en el mar de las Cañas persiguiendo a Israel, pero las de España pueden extenderse varias generaciones.
Artículo publicado en www.larazon.es