He recordado esta historia al conocer el último anuncio patético de Artur – antes Arturo - Mas. El nacionalismo catalán ha sido históricamente una gigantesca mentira lo que explica su aparición más que tardía ya a finales del siglo XIX y bajo el manto protector de la iglesia católica y su fracaso inicial reconocido entre otros por Cambó y por Plà. La clave de su éxito reside en que ha permitido aglutinar los intereses de determinadas oligarquías tanto eclesiásticas como sociales y financieras con unos sentimientos populares fácilmente excitables. Se trataba de amenazar con la independencia no porque realmente se creyera en ella sino para obtener un trato de favor sustentado en una población crecientemente embobada. El nacionalismo era así una especie de bombero pirómano que excitaba a las masas hablando de Madrit ens roba para luego presentarse en Madrid como los moderados que controlaban a esas mismas turbas que habían previamente calentado. Durante décadas, el invento ha funcionado y así, por ejemplo, más del treinta por ciento del déficit de 17 CCAA lo acumula Cataluña que ha construido un estado con un gasto verdaderamente espectacular que pagamos todos los españoles y, en especial, los madrileños. Sin embargo, un sector importante de las masas aborregadas demagógicamente – y que nunca estuvieron en el secreto – quiere desde hace tiempo ir a la Tierra prometida de la independencia. Se lo han dicho tanto que, de manera lógica, se preguntan por qué no echar a correr ya. El problema es que la independencia es el terreno donde, precisamente, ni Cataluña podría descargar su déficit sobre el resto de España ni sus élites aprovecharse de la pertenencia a una nación común. Es una situación como la del golfo que lleva años acostándose con la novia bajo la promesa de que se casará con ella porque es lo que más desea junto con emanciparse de sus padres. La novia a la que se han beneficiado los nacionalistas prometiendo que se casarían con ella anhela ahora que le hagan buena la palabra de independencia dichosa y el problema es cómo incumplirla y, a la vez, conseguir que siga dispuesta a abrirse de piernas. Con ese panorama y se mire por donde se mire, Mas va a quedar como Rufete en Lorca. Por supuesto, si Cataluña lograra conseguir un concierto económico como el de las Vascongadas o Navarra, podría quizá salvarse, pero es que, precisamente, los conciertos vasco y navarro deben también desaparecer y no da la impresión de que ni siquiera Rajoy esté dispuesto a una cesión como ésa que sería el tiro de gracia de la economía nacional. Por lo tanto, sólo le queda intentar calmar a los que tradicionalmente han respaldado al nacionalismo catalán diciendo que no se preocupen porque seguirán vendiendo en el resto de España y, si es posible, hasta en mejores condiciones. Que lo crean, es otro cantar. En cuanto a las turbas independentistas, seguramente Mas desearía soltar el lobo de la independencia y librarse de él, pero como el campesino tiene un gran problema: ¿lo entenderá la plebe engañada, manipulada y utilizada que se ha creído las falsedades inculcadas en escuelas y medios controlados por el nacionalismo? Es lo que tiene atontar a la gente que luego los tontos se te pueden volver en contra.