En contra de lo que se está diciendo, esta película no es la única ni la primera que aborda el tema de la esclavitud infantil ni siquiera en su vertiente sexual. Hay varias películas previas que se ocuparon de tan espinosa cuestión y que lo hicieron mejor. A mi juicio, entre ellas destaca especialmente The Whistleblower, basada también en un hecho real y relacionada con hechos acontecidos en el marco de la antigua Yugoslavia, un conflicto del que nadie quiere hablar porque la OTAN se hartó a cometer crímenes de guerra contra un país que no la había agredido y porque el papel de la ONU fue deplorable por no decir criminal. En el caso de Sound of Freedom no se señala a nadie – creo que de manera intencionada además - y todo queda limitado a delitos a pequeña escala llevados a cabo por delincuentes locales aunque vendan también a extranjeros.
Si la película, finalmente, no es gran cosa cinematográficamente y además no cuenta algo que no se haya contado antes e incluso mejor, ¿por qué se ha producido el revuelo? Creo que, fundamentalmente, porque vivimos un momento muy específico de agresiones procedentes de la Agenda globalista y porque los unos y los otros han creído que en la película aparece algo que les afecta. Empecemos por el momento. De manera muy acelerada, la Agenda globalista ha ido presionando a los diferentes gobiernos – en ocasiones incluso valiéndose de la amenaza del hambre – para que introduzcan en sus legislaciones el matrimonio homosexual, el aborto, la adopción de niños por homosexuales y, últimamente, una ideología trans que pretende sacar a los hijos de la tutela de los padres y empujarlos a mutilarse sexualmente para, supuestamente, reasignar su sexo. Todos los pasos anteriores se han encontrado con resistencias mayores o menores, pero que se pretenda arrancar a los hijos del cuidado paterno para castrarlos o vaciarlos, someterlos a una situación médica irreversible, exponerlos a un índice de suicidio ocho veces superior al de los que no pasan por esa experiencia y condenarlos a un tratamiento hormonal perpetuo para muchos ha sido la gota que ha colmado el vaso. Nada de esto aparece en la película – debo aclarar – pero no poco público está en estos momentos sensibilizado con ese tema y cualquier referencia a la utilización sexual de niños ha provocado una reacción considerable, justo la que no provocaron películas mejores hace unos años. Que luego la gente haya disparado la imaginación y hablado de orgías satánicas, del adenocromo y de cosas parecidas – algo que no aparece en absoluto en la película – demuestra lo caliente de la situación actual, pero también la falta de sentido común y cordura con que la enfrentan muchos.
Por supuesto, si el histerismo ha aparecido en algunos de los partidarios, se ha manifestado desbordante en los contrarios que tampoco parecen haberla visto. En la película no hay nada de conspiranoico, no hay nada que tenga que ver con QAnon, no se cuentan historias del más allá e incluso parece haberse tenido un cuidado puntilloso en evitar escenas truculentas. En eso como en otros aspectos, es más fácil acusar a la película de tibia que de exagerada. Nada que ver, por ejemplo, con La pasión de Mel Gibson. Sin embargo, también por los momentos que vivimos, los partidarios de la Agenda globalista y, en particular de la ideología de género, se han asustado. De repente, se han percatado de que hay personas que pueden relacionar homosexualidad con paidofilia – nada sorprendente porque no todos los homosexuales son paidófilos, pero el número de paidófilos homosexuales es totalmente desproporcionado – y, a continuación, descubrir que muchas de las iniciativas legales actuales buscan de manera apenas encubierta entregar a niños en manos de paidófilos sean hetero u homosexuales. En ese sentido, la reacción ha sido desmedida, pero comprensible porque la ideología de género avanza en la medida en que la gente cree la propaganda y se ve enfrentada con una enorme resistencia de los ciudadanos cuando éstos ven la realidad. La alarma ha cundido y con ella la histeria y el uso de la censura y de la propaganda más burda. Lo cierto es que si los críticos de la película se hubieran molestado en verla en lugar de dar muestras de sectarismo, la película habría pasado casi inadvertida. Han sido los ataques absurdos e incluso estúpidos los que le han proporcionado una extraordinaria – y gratuita – publicidad.
Debo hablar finalmente de los supuestos mensajes negativos que, teóricamente, contiene la película. Dado que para llegar hasta un territorio de la selva colombiana dominado por la guerrilla y donde están secuestrados unos niños, el protagonista y un colaborador adoptan la cobertura de médicos de la ONU y dado que, para no despertar las sospechas de los guerrilleros, fingen transportar vacunas, no han faltado los que han visto en esto un canto a la vacunación universal bajo la ONU. Desde luego, si alguien ha llegado a esa conclusión viendo la película, en mi opinión, debería someterse al tratamiento de un especialista en dolencias psíquicas porque ve lo que no existe.
Otra cuestión más sería – y con esto voy a concluir – es el tema de las posibles consecuencias de la película. Personalmente, tengo la impresión de que director y guionistas no tenían mucho deseo de enfrentarse con nada salvo un tráfico de niños relatado en términos difusos. Ni las policías – salvo la impresión borrosa de que se deja escapar a un paidófilo en un episodio – ni los gobiernos son puestos en cuestión en ningún momento. Todo parece reducirse a las acciones repugnantes de particulares a los que ayudan a satisfacer sus gustos degenerados grupitos pequeños de particulares. Sin embargo, la realidad es muchísimo peor – ha sido ha quedado reflejada en otras películas previas – y no se puede dejar de temer que esa realidad quede oculta. Permítanme darles algunos ejemplos. La película no aborda el inmenso papel que tiene en el tráfico de seres humanos – incluidos niños – determinadas políticas de inmigración, pero esas políticas están multiplicando exponencialmente estos casos. La película no aborda tampoco las distintas legislaciones que pretenden despenalizar la paidofilia, legalizar la mutilación sexual de niños y privarles del respaldo paterno. Menos si cabe aborda la película – aunque alguno de los participantes sí se ha referido a ello con dureza – el tema de los millares y millares de niños objeto de abuso sexual por parte de clérigos católicos que han gozado - ¿gozan todavía? – de la protección de superiores de órdenes religiosas, de obispos, de cardenales e incluso de papas.
Se podrá alegar que ésos no son temas de la película y me parece un alegato razonable, pero mi temor es que con el campo dividido entre los LGTB indignados que no han visto en su mayoría la película, pero la odian y los anti-ideología de género que sacan conclusiones que en absoluto están en el metraje, todo acabe reducido a una pelea de corral en la que las cuestiones especialmente relevantes para enfrentarse con esta inmensa tragedia sean totalmente pasadas por alto. Bueno, pasadas por alto, pero estoy seguro de que no van a faltar personajes avispados que creen una ONG para mantenerse en el futuro al calorcito de la película. En cuanto a ésta, decidan ustedes mismos si van o no a verla, pero, bajo ningún concepto, hablen, pontifiquen o dogmaticen sobre ella sin haberla visto.