Jueves, 28 de Marzo de 2024

Estudio Bíblico CIII: Mateo, el evangelio judio (VII): Mateo 4: 12-25

Viernes, 30 de Junio de 2017

En unas semanas, Jesús había atravesado los pasos previos a la asunción de su labor mesiánica.

Primero, había sido reconocido como tal por el primer profeta que había predicado en Israel en los últimos cuatro siglos; después había marchado al desierto exactamente igual que Israel lo había hecho mil cuatrocientos años antes; a continuación se había sometido a la tentación aunque, a diferencia de Israel, él sí había salido airoso mientras que la primera generación del Israel salido de Egipto pereció casi por completo en el desierto y ahora comenzaba su andadura. El lugar escogido era más que revelador.

A diferencia de Jerusalén – que había sido el lugar ofrecido como tentación por el Diablo – Jesús comenzó su ministerio en el norte del país, la Galilea de los gentiles, tal y como había anunciado el profeta Isaías (9: 1-2).

El mensaje de Jesús no podía ser más claro: convertíos porque el Reino de los cielos se ha acercado. Muchos hoy en día se empeñan en señalar cuál es el mensaje de Jesús. Para algunos, se trató sólo de un mensaje social que le costó la vida como, por ejemplo, al Che; para otros, se trataba del fundador de una religión cuya cabeza es un monarca que vive en el centro de Italia con un lujo que habría espantado a Jesús; para aquellos, fue un profeta más aunque inferior al último que es Mahoma; incluso no faltan los que consideran que Jesús es un extraterrestre venido de lejanas galaxias. Ni una sola de esas versiones tiene punto de contacto con la realidad histórica y basta ver el mensaje de Jesús para comprenderlo.

El primer aspecto de su predicación fue el anuncio de que la gente debía volverse a Dios. Lo crean o no, incluso aunque practiquen una religión, lo cierto es que los seres humanos han ido caminando a lo largo de su vida en la dirección opuesta a aquella en la que se encuentra Dios. Dios ofrece ahora la posibilidad de volverse, de desandar el camino, de enderezar la vida hacia la dirección correcta. Es lo que los profetas de Israel llamaron teshuvah – vuelta – y en el Nuevo Testamento se denomina metanoia, es decir, un cambio de mente que va de arriba abajo o sea que es total. El mensaje de Jesús, pues, implica, primero, que la gente puede volverse hacia Dios porque Dios invita a volverse hacia El.

El segundo aspecto era la posibilidad de entrar en el Reino de Dios. La esperanza del género humano no está en la política, en la economía o en la religión sino en aceptar a Dios como rey y entrar en Su reino. Para los que se han empeñado en suplantar el Reino de Dios por una confesión religiosa, un maridaje con el poder, un pasaporte para el cielo u otra alternativa puede que nada de esto tenga sentido. Sin embargo, como iremos viendo, el Reino de Dios – o de los cielos, como forma elegante de evitar la mención a Dios – es el centro de la predicación de Jesús. Cada ser humano debe decidir si acepta la invitación de Dios y se vuelve a El y entra en el Reino o lo rechaza. Ése es el mensaje de Jesús y la manera en que se concreta la iremos viendo en las próximas semanas.

Que Jesús no era un simple teórico es algo que queda de manifiesto inmediatamente en el texto de Mateo. Primero, Jesús no teorizó sino que llamó a la gente a seguirlo aunque eso implicara dejar todo (4: 18-22). Los que comenzaron a seguir a Jesús no eran gente que pronunciaba simplemente una confesión de fe y luego esperaban que Dios los regara con comodidades y bendiciones. Por el contrario, se trataba de gente que se volvía a Dios, entraba en el Reino y no sentía pesar por dejar todo porque lo que había encontrado superaba a cualquier otra cosa que pueda existir en el ámbito de lo humano.

Pero no se trataba sólo de llamar a la gente aunque, sin duda alguna, era extremadamente importante. A la predicación de aquellas Buenas noticias se sumaba el enfrentarse al dolor del ser humano (4: 23-24). De enfermos a endemoniados, de gente con problemas mentales a personas atormentadas, todos podían acudir a Jesús y Jesús a todos atendía (4: 24). Esa voluntad de enfrentarse con el dolor y su accesibilidad señala una de las grandes diferencias que caracterizan a Jesús en relación con otros personajes de la Historia. Desconfío de la gente que afirma que desea el bien de los demás, que incluso se presenta como representante de Dios en la tierra y, sin embargo, a la hora de la verdad, acercarse a ellos resulta más difícil que entrevistarse con un presidente o un ministro. Su poder de atracción, de sugestión, de seducción pueden ser enormes, pero poco o nada tienen que ver con Jesús porque Jesús es el mesías accesible y no puede sorprender que, desde un principio, comenzara a llamar la atención (4: 25).

 

 

CONTINUARÁ

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