Como en todas las traiciones, una de las cuestiones que debía quedar aclarada desde el principio era el precio. Las autoridades del Templo distaban mucho de ser ingenuas acostumbradas como estaban a chapotear cotidianamente en un mar de corruptelas, violencia y sobornos, tal y como reconocen las propias fuentes judías. Precisamente por ello debieron captar que Judas aceptaría una cantidad por su traición que no resultaría excesiva. Le ofrecieron así treinta monedas de plata, aproximadamente, el salario de un jornalero por un mes de trabajo. No tenemos la menor noticia de que Judas regateara con sus interlocutores. A esas alturas, estaba más que desengañado de Jesús; muy posiblemente, sospechaba que éste había descubierto su conducta inapropiada y debió pensar que, como mínimo, sacaría algo del error de haberlo seguido durante más de tres años. Aceptó. Como en tantos traidores, el resentimiento, la decepción, el rechazo hacia lo que una vez se ha amado pesaron más que el dinero. Desde ese momento, Judas se aplicó a la tarea de dar con la mejor manera de entregar al que había sido su Maestro (Lucas 22, 6; Marcos 14, 11; Mateo 26, 16).
Con posterioridad, los seguidores de Jesús encontrarían en el episodio de la traición y en el precio fijado el cumplimiento de la profecía de Zacarías (11, 12-13) donde se afirma que el propio YHVH sería valorado por treinta monedas de plata. De esa manera, se verían confirmados en su creencia en la mesianidad de Jesús. Sin embargo, mientras tenían lugar los hechos, los discípulos andaban muy lejos de pensar en una posible traición.
CONTINUARÁ
[1] Ver supra, pp. .
[2] Sotá 22b.
[3] Documento de Damasco 8, 12; 19, 25 (según Ezequiel 13, 10).
[4] Sotá 22b; TJ Berajot 14b.
[5] Un notable estudio sobre el tema en D. Chilton, The Great Tribulation, Fort Worth, 1987.
[6] Josefo recoge algunos de esos anuncios, pero hace un especial énfasis en el de un tal Jesús – no el de Nazaret – en Guerra IV, 238-269.