De entrada y antes de entrar en otras cuestiones, Jesús dejó de manifiesto que resulta notable el carácter de felicidad, de dicha que debía acompañar a los que son súbditos del Reino y que se denomina convencionalmente “bienaventuranzas”. Sus protagonistas eran los asherí (felices) que encontraban la verdadera dicha volviéndose hacia Dios.
Felices los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.
Felices los que lloran porque ellos serán consolados.
Felices los mansos: porque ellos recibirán la tierra por herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados.
Felices los misericordiosos porque ellos recibirán misericordia.
Felices los de limpio corazón porque ellos verán á Dios.
Felices los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Felices los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos.
Felices sois cuando os maldigan y os persigan y digan de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo.
Gozaos y alegraos; porque vuestra recompensa es grande en los cielos porque así persiguieron á los profetas que hubo antes de vosotros.
(Mateo 5, 3-12)
Si algo caracteriza, por lo tanto, a los que van a seguir a Jesús es que se convierten en receptores de dicha, de felicidad, de bienaventuranza. Puede que hayan renunciado a muchas cosas, perdido amistades, experimentado pérdidas económicas, pero todo se ve más que compensado por el hecho de que son discípulos del mesías y pueden entrar en el Reino. Esa es una inmensa razón para sentirse dichosos, felices, bienaventurados. Sin embargo, Jesús no formuló una promesa de bienestar perpetuo, de ausencia total de preocupaciones, de carencia de problemas. En realidad, Jesús anunció a sus seguidores – y lo hizo desde el principio - que chocarían con dificultades no precisamente pequeñas. Sin embargo, en esas tribulaciones encontrarían encerrada la bienaventuranza.
Son felices porque a pesar de que son conscientes de su pobreza espiritual, de sus limitaciones, de su distancia hasta la meta, a la vez, saben que de ellos es el reino de los cielos porque ese reino no deriva de nuestras obras o méritos, de la obediencia a una autoridad eclesial o de unas ceremonias y ritos sino de la generosidad de un Padre que invita a todos a la fiesta sólo a condición de que reconozcan sus limitaciones y su carencia de merecimientos.
Son felices no porque se aíslan de la realidad o se encierran en una torre de marfil sino porque a saber de que ven con honradez el mundo que los rodea y por ello lloran también saben que un día no serán presa del desánimo, de la amargura o del resentimiento sino que ellos serán consolados.
Son felices porque siendo mansos saben que no siempre se verán desposeídos, engañados, orillados sino que un día ellos, que han sido apartados, recibirán la tierra por herencia.
Son felices por que tienen hambre y sed de justicia y saben que serán saciados ya que no confían para alcanzar esa meta en los partidos, los sindicatos, las ONGs u otras instancias humanas sino en el mismo Dios que nunca falla y siempre es fiel.
Son felices porque, en medio de las durezas no pocas veces despiadadas de la vida, no dejan de comportarse de manera misericordiosa y saben que, un día, también recibirán misericordia del Dios de la misericordia.
Son felices porque, a pesar de la suciedad de un mundo en tinieblas, su corazón es limpio y un día desde esa limpieza verán al Ser más limpio, a Dios.
Son felices porque en sus esfuerzos por establecer la paz serán reconocidos como hijos de Dios, el único que puede dar paz.
Son felices a pesar de que en su vida resulta más que fácil que padezcan persecución porque pretenden vivir de acuerdo con unos principios de justicia que el mundo, en realidad, ni aprecia, ni tolera ni está dispuesto a aceptar. No deben afligirse por esas circunstancias porque de ellos es el Reino de los cielos donde no padecerán persecución sino que su Padre los recompensará.
Son felices incluso cuando los maldicen y los persiguen y vierten sobre ellos todo tipo de maldad mintiendo por la sencilla razón de que siguen a Jesús con todas las consecuencias.
Es cierto. Para el mundo, pueden ser un grupo de estúpidos que siguen a un crucificado, que no comparten los valores de la cultura dominante, que contemplan con escepticismo las guerras, que se resisten a adoptar las gafas sucias con que otros miran la vida, que no pueden contener las lágrimas frente a ciertas situaciones que otros no ven porque cierran los ojos o porque miran hacia otro lado.
Para el mundo pueden ser esa gente fanática de la que no se puede decir ni una palabra buena y cada calificativo tiene que convertirse en un escupitajo despectivo.
Para el mundo pueden ser ese colectivo para el que no puede haber lugar en la sociedad.
Sin embargo, son felices porque saben que la Historia marcha hacia su consumación y que heredarán la tierra y que entrarán de manera gloriosa en un Reino consumado donde serán recibidos por el Padre. Es lógico que así sea porque, a fin de cuentas, el mismo fue el destino de los profetas (Mateo 5, 11-12), aquellos que comunicaban de manera incansable el mensaje de Dios y Su justicia, aquellos que eran perseguidos por autoridades políticas y religiosas, aquellos que, una y otra vez, mostraron su integridad sabedores de que había una realidad más poderosa, permanente y hermosa que la que podían ver a su alrededor.
CONTINUARÁ