El apóstol – en general, los discípulos – no sería persona que chapoteara en medio del dinero y de la popularidad, del poder y de la influencia, sino todo lo contrario. De él se esperaba que no tuviera nada, que entregara gratis como había recibido gratis y que afrontara las mayores dificultades procedentes del poder religioso y político. Precisamente por ello, la persecución formaría parte de su futuro. Sin embargo, nada de eso debería provocarles pesar o angustia. Los adversarios del evangelio son temporales, pero sus seguidores serán eternos.
Tras prometer el respaldo de la Providencia a lo largo de la vida, Jesús da un paso más allá. Lo que hagamos en esta vida tendrá consecuencias para toda la eternidad. Aquellos que confiesen a Jesús, serán también reconocidos por él al final de los tiempos. De la misma manera, los que lo nieguen, también serán negados (10: 32-33).
Porque la misión de Jesús nunca fue algo melifluo caracterizado por garantizar el dinero, el sosiego, la prosperidad a los que lo siguieran. A decir verdad, seguir a Jesús es alistarse en una guerra (10: 34), una guerra en la que los enemigos pueden llegar a ser los más cercanos, los propios familiares (10: 35-36). El seguidor de Jesús debe saber que exige un amor muy superior al de la propia familia (10: 37). A fin de cuentas, ser discípulo de Jesús no es apuntarse a un club donde sólo se reciben beneficios aunque haya que pagar una cuota económica para ello. Ser cristiano es, fundamentalmente, seguir a Jesús y hacerlo, si fuera necesario, hasta el extremo de sufrir la misma muerte bochornosa que él sufrió: la cruz (10: 38). Porque, en contra de lo que piensa la mayoría, lo que el mundo entiende por ganar la vida es sólo perderla y aquellos que piensan que seguir a Jesús es perder la vida no se percatan de que es la única manera de ganarla (10: 39).
En ese verdadero ganar la vida no tiene mayor importancia el don que uno ha recibido de Dios sino la fidelidad a Jesús. No serán los apóstoles, los profetas, los maestros los más recompensados al final de la Historia sino los que han sido fieles. De tal manera que el que dio un sencillo vaso de agua – un vaso de agua, ojo – a cualquiera de ellos recibirá la misma recompensa que ellos (10: 40-42).
La visión enseñada por Jesús resulta diametralmente opuesta a la de los profesionales de la religión. Seguir a Jesús no es un negocio ni un instrumento ideal para desplumar a los incautos. Por el contrario, seguir a Jesús es entrar en una guerra contra el mal, una guerra en la que somos como ovejas enviadas en medio de lobos, pero una guerra también en la que cada uno de nuestros cabellos están contados por el mismo Dios. En esa guerra, los seguidores de Jesús pueden enfrentarse con dificultades e incluso con la acusación del sistema y la burla de que sólo están desperdiciando la vida. Incluso pueden sufrir una oposición que llegue a su círculo familiar. Sin embargo, la Historia no acaba en esta vida. Jesús regresará y ante su Padre reconocerá a los fieles y negará a los que no lo fueron. Repartirá incluso las recompensas, unas recompensas que no serán mayores por la función desempeñada sino por la fidelidad. Porque la Historia – no se olvide nunca – es mucho más de lo que aparece ante nuestra vista.
CONTINUARÁ