Por supuesto, suele existir una bibliografía al respecto, pero, tras décadas de dedicarme al estudio de las Escrituras, estoy más que convencido de algo tan sencillo como que nada funciona mejor a la hora de estudiar la Biblia que el hecho de estudiar la Biblia. En otras palabras, para poder adentrarse en ella, creo que es más que suficiente – y dará magnífico resultado – contar con tres cosas: una buena traducción de la Biblia, una concordancia y un cuaderno para tomar notas. Examinemos los tres elementos en orden inverso.
1. El cuaderno: por supuesto, vale cualquiera. Bastará con que el lector se sienta cómodo con él. En Estados Unidos, es difícil de pensar que lo lleve encima dado que la gente, por regla general, conduce un automóvil para desplazarse, pero en España donde suele existir un sistema de transporte público excelente – el metro de Madrid es el mejor del mundo y las líneas de autobuses y cercanías están muy bien – hay muchas posibilidades de ir leyendo y tomando notas mientras uno se desplaza hacia o desde el trabajo.
En ese cuaderno – llegarán a ser varios – se pueden ir anotando las cosas más llamativas, las que nos resultan útiles en un momento dado y las que no entendemos. Cuando se prosigue con esa ocupación tan sólo unas semanas – a veces unos días – uno descubre que cosas que no comprendía se aclaran con enorme nitidez, que ha aprendido muchísimo y que la luz que los textos arrojan para su vida cotidiana es impagable.
En las no pocas mudanzas que he tenido que vivir a lo largo de mi vida he perdido multitud de libros, objetos y demás. Creo que de lo poco que lamento haber extraviado son esas anotaciones de años. Por lo tanto, ya se sabe: el cuaderno es imprescindible.
2. Una concordancia: cuando hablo de concordancia no me refiero a las que suelen venir adosadas a algunas ediciones de la Biblia. Ésas tienen cierta utilidad para una consulta rápida y para textos muy conocidos que no se sabe dónde localizar en un momento determinado. Sin embargo, para entrar en profundidad en un tema es preciso una concordancia que recoja todas las palabras de la Biblia y el lugar donde se encuentran. Recomiendo en especial la Concordancia de las Sagradas Escrituras de la editorial Caribe.
La concordancia permite estudiar un tema en profundidad evitando que alguien se dedique a manipular un par de textos para intentar asentar su peculiar posición teológica. ¿Quiere alguien saber lo que la Biblia enseña sobre el ayuno, el bautismo, la riqueza, el matrimonio o cualquier otro tema? Hay una manera fácil de acometer tan provechosa tarea. Que, valiéndose de una concordancia como la citada, busque la palabra en cuestión todas las veces que aparece en la Biblia.
Semejante práctica es enormemente útil y recompensadora. De forma sorprendente, el lector se percatará de que ante él se ofrece un panorama de inmensa claridad y podrá discernir hasta qué punto lo que le enseñan los domingos – si es que va a alguna iglesia – tiene mucho o poco que ver con lo que Dios ha revelado en Su Palabra.
3. La Biblia: son muchas las personas que a lo largo de la semana – según la jornada, incluso a lo largo del día – me preguntan por una buena traducción de la Biblia. Por supuesto, ninguna sustituye del todo a la lectura de los originales en hebreo, ocasionalmente arameo y griego, pero, como todos sabemos, el conocimiento de las lenguas bíblicas no es muy común y, se quiera o no, hay que echar mano de alguna versión.
Personalmente, yo me quedo con la Reina Valera de 1960, ocasionalmente con la de 1977 – nada fácil de encontrar, por otra parte – y si no hay más remedio con la revisión previa de inicios del siglo XX que es justo la que aparece al margen de mi edición del Nuevo Testamento interlineal griego-español. La denominada Biblia del Oso es una excelente traducción, pero su español es anterior a Cervantes y cuesta muchísimo leerlo en términos generales. También de interés es la denominada Versión Moderna – ya bastante antigua – que tiene una notable ventaja y es que su traductor puso en cursiva las palabras que añadía para dar sentido a las frases. Se puede ver con facilidad que no pocas veces al quitar esas palabras el texto se entiende mejor y de forma más cercana al original. Otros traductores no han tenido esa delicadeza y así circulan por el mundo las versiones que circulan.
No recomiendo en absoluto ni la Versión Internacional – cuya base textual para el Nuevo Testamento me parece más que deficiente y cuyo texto me recuerda mucho a la NVI en inglés – ni mucho menos la Versión popular - también conocida como Dios llega hoy, etc – que es todavía peor. Por lo que se refiere a versiones como La Palabra o la Ecuménica publicada por las Sociedades bíblicas y alguna editorial católica me parecen francamente horripilantes. En un intento – imagino que bien intencionado – por acercar el texto al lector se han empeñado en simplificarlo de tal manera que ha dejado de decir lo que dice y dice cosas rarísimas e inexactas. Creo que Pablo, Lucas o Juan se quedarían más que perplejos al contemplar la manera en que los han traducido.
Las traducciones católicas de la Biblia son muy desiguales y ése es su mayor defecto junto con la obligatoriedad de incluir notas. Lo de las notas viene del lógico temor a que la gente normal y corriente lea las Escrituras y no llegue precisamente a conclusiones semejantes a las de la jerarquía católica. Con todo, desde el Vaticano II, la libertad de los autores de las notas ha aumentado notablemente y lo mismo se puede uno encontrar una defensa cerrada del dogma católico que un comentario que lo pone en solfa como un disparate monumental o un caluroso aplauso a una lectura de izquierdas del texto. A decir verdad, nunca se sabe a ciencia cierta que puede aparecer. Personalmente, yo soy partidario de no leer con notas porque sirven para, fundamentalmente, enredar y entorpecer la lectura lo mismo si es de la Biblia que del Quijote o del Lazarillo. Conocido el texto, quizá sí merezca examinar lo que afirma el comentarista, pero más que nada para comprobar el grado de acuerdo o desacuerdo con él. Además no cabe engañarse: los autores de la Biblia no escribieron notas a su texto.
Pero volviendo a la cuestión de los textos desiguales… Por ejemplo, la edición de la Biblia de Jerusalén que tengo ahora ante la vista contiene una magnífica traducción de la carta a los Romanos y una más que criticable del libro de los Hechos. Para remate, cuando la comparo con la edición original francesa nunca sé si han traducido la versión española de la lengua de Molière o, verdaderamente, del hebreo y del griego. Salvo para mirar algún pasaje concreto no se me ocurre utilizarla.
Algo semejante me sucede con las ediciones debidas a Paulinas o la Nácar-Colunga. En ocasiones, alguno de los libros aparece magníficamente vertido al español mientras que unas páginas más allá damos con un texto que deja bastante que desear. La razón es esa manía de repartir la Biblia entre distintos traductores como si fuera una vaca en porciones. Al final, no todos están a la misma altura – reconozcámoslo – y el producto final se resiente.
Con todo, hay dos traducciones católicas en español que son notables. Una es la Cantera-Burgos publicada por la BAC. Tiene poca repercusión en el mercado porque es una traducción casi de y para especialistas, pero merece la pena consultarla con cierta frecuencia, en especial, su versión del Antiguo Testamento. La otra es la Biblia del peregrino debida al ya difunto Schökel. La Biblia del peregrino es la antigua Nueva Biblia española reconducida a la sensatez. En su día, la Nueva Biblia española fue una especie de best-seller de las Biblias porque se anunciaba como una traducción que, por vez primera, acercaba el verdadero sentido de las Escrituras. No era cierto, pero muchos se lo creyeron.
La Nueva Biblia española tenía un bellísimo Antiguo Testamento – había partes filtradas y refiltradas por gente dedicada profesionalmente a la poesía – pero junto con el primor literario incluía docenas de interpretaciones más que discutibles del texto. Para colmo, el traductor decidió quitar los nombres topónimos en hebreo y sustituirlos por su equivalente en castellano. Así, el lector se volvía loco para encontrar la localidad de Belén convertida en Casalpan si no recuerdo mal.
Para colmo, el Nuevo Testamento de la Nueva Biblia española – debido a Juan Mateos – era un verdadero desastre. Como Mateos, al parecer, no creía en la divinidad de Cristo se había dedicado de manera horrenda a retraducir todos los pasajes sobre el tema de una manera que recordaba a esa calamidad que es la Versión del Nuevo Mundo, es decir, la de los Testigos de Jehová.
La Biblia del peregrino ha corregido no pocos de esos dislates. Belén ha vuelto a ser Belén; el Nuevo Testamento ya no es del disparatado de Mateos y el texto en general se ha revisado. Su primera edición era una verdadera mina de erratas tipográficas intolerables en una traducción de la Biblia – yo vivía a la sazón en Zaragoza y recogí no pocas docenas cuyo detalle envié a la editorial que nunca me lo agradeció ni me acusó recibo – pero creo que se ha subsanado en ediciones ulteriores.
Por último, tengo que referirme brevemente a los textos interlineales, es decir, aquellas ediciones del Nuevo Testamento o del Antiguo con el texto original y una traducción palabra por palabra en español. A diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en inglés, en español este tipo de obras es muy escaso. Sólo existe una edición del Antiguo Testamento en hebreo-español en varios tomos y editada por CLIE. No la recomiendo fundamentalmente porque carece de aparato crítico y porque inducirá a error al lector ya que la misma palabra se vierte de maneras más que diferentes sin proporcionar explicación alguna. El que sabe hebreo se queda perplejo con la lectura – es mi caso – y el que no sabe no sacará mucho en limpio.
Del Nuevo Testamento hay dos versiones interlineares, la de Francisco Lacueva publicada en los años sesenta por CLIE y la mía editada hace algo más de un año por Thomas Nelson. La de Lacueva era aceptable cuando se editó hace casi cuarenta años fundamentalmente porque no había otra. A día de hoy, no merece la pena ni comprarla para consultarla de vez en cuando. Carece de aparato crítico, no explica el significado de las palabras, no contiene referencia a las variantes, pasa por alto las construcciones gramaticales… en fin, lo dicho, cuando no había otra tenía un pase, pero ahora adquirirla es tirar el dinero. Ni que decir tiene que la versión publicada por Thomas Nelson cuenta con todos esos elementos indispensables y, por añadidura, permite la comparación con una versión al margen e incluso añade un apéndice de términos griegos neo-testamentarios de especial relevancia. Si la persona pretende profundizar en el texto original griego es una buena ayuda que es lo que busqué durante los no pocos años que me dediqué a trabajar en la obra.
Espero que estas breves notas resulten de utilidad a algunos de los lectores de esta página. Ah y una última cuestión. No han sido pocos los que me han preguntado por la mejor manera de hacerse con mis conferencias de las últimas semanas. Algunas de ellas han sido grabadas y se colgarán en Facebook en breve. Hay de todo, por supuesto, en lo que a temática se refiere, pero abundan las relacionadas con exégesis de la Biblia. Si se puede disculpar los defectos de grabación y los aún mayores del expositor algo de utilidad puede desprenderse de las mismas. Y, por hoy, permítaseme despedirme con una cita de las Escrituras que – creo – explicará muchos de mis comportamientos desde hace décadas: “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿Acaso trato de agradar a los hombres? Pues bien, si lo que buscara fuera agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1: 10).