Ando estos últimos días viendo antiguas entrevistas – ésta es de hace nueve años – que me traen como primera reflexión la manera en que la libertad de expresión ha retrocedido en el mundo, en general, y en España, en particular. Ya en su día, aquellas entrevistas provocaron más de un retorcimiento de morro de gente a la que no gustaba que sacara yo los pies del plato, pero, con todo y eso, se pudieron emitir. Hoy, sería imposible en España e incluso los medios que entonces consintieron a regañadientes, ahora dirían que bajo ningún concepto porque la publicidad es sagrada y por ella, llegado el caso, hasta se mata.
Palabras al aire con Sagrario Fernández-Prieto.
La historia de España con César Vidal y Lorenzo Ramírez.
Las noticias económicas del día con César Vidal y Lorenzo Ramírez.
Las noticias del día con César Vidal y María Jesús Alfaya.
El editorial de César Vidal.
Programa completo de La Voz de César Vidal publicado el lunes 30 de noviembre de 2020.
La publicación de la última encíclica del papa Francisco provocó diversas reacciones. En general, despertó la indiferencia más absoluta entre el gran público, pero lo más llamativo fue la reacción de los fieles católicos. Durante unos días, nadie quiso expresarse sobre el texto verdaderamente sobrecogidos por su contenido. Luego, la mayoría calló abochornada, algunos prelados acusaron directamente de influencia masónica el texto del papa Francisco y unos pocos – muy pocos – intentaron defenderlo aunque, la verdad sea dicha, sin mucho vigor.
Resulta más que reveladora la manera en que Jesús enlazó el tema de la acción demoníaca con la realidad de su tiempo. El hecho de que en un momento determinado una sociedad, una cultura, un individuo se vean libres de la influencia diabólica no constituye una garantía para siempre. A decir verdad, si ese proceso no se ve seguido por un cambio de vida real impulsado por Dios, su situación posterior será peor. Es cierto que el espíritu inmundo se ve expulsado y vaga sin hallar reposo, pero, al fin y a la postre, acaba regresando (v. 24). No sólo eso. Además encuentra que puede operar en el contexto del que salió con más facilidad (v. 25) y lo hace acompañado de otros espíritu peores de tal manera que el resultado final es mucho más desdichado (v. 26). No es difícil encontrar paralelos de estas palabras de Jesús en la Historia de los pueblos y de los individuos. Los hallamos en ese alcohólico que dejó la bebida por un tiempo, pero que, sin un corazón regenerado, volvió a ella al cabo de una temporada y con ímpetus renovados. Los encontramos en esas naciones que parece que logran librarse de algunos de sus demonios nacionales, pero que, en realidad, no cambian jamás su corazón para con Dios y, una y otra vez, incurren en los mismos pecados que derivan en dolor, sangre y miseria. Los percibimos en esos movimientos religiosos que pueden parecer pujantes en algunas ocasiones, pero que siempre acaban marchitándose y las crisis espirituales que sobrevienen a continuación resultan pavorosas. En todos y cada uno de los casos, pareció que la liberación sería definitiva, pero, al fin y a la postre, es temporal y el desplome resulta cada vez peor.
Hay ocasiones en la vida en que parece que no existe ningún camino por el que transitar. Todo se bloquea, todo queda encajonado, todo parece detenido de manera desesperante. Igual que si, en un ascensor repleto de gente, se hubiera marchado el fluido eléctrico y no pudiéramos subir, bajar o salir nos sentimos atrapados y sin la menor posibilidad de escapar de una situación asfixiante. En situaciones así, es fácil convertirse en presa fácil del desaliento e incluso caer en las zarpas de la desesperación. Parece que no existe la más mínima salida para nuestras existencias más allá de la angustia, la ansiedad, el sufrimiento o la depresión. Sin embargo, la realidad es que sí que existe una salida.