Yo entiendo que vean a Trump como una amenaza. Lo es. Reflexionen solamente en lo que ha llevado a cabo en la primera semana de trabajo. De entrada, afirma que hay que filtrar a la gente que llega a nuestras fronteras procedente de países donde el terrorismo es una realidad. Pero ¿qué está diciendo?
Como saben ustedes, suelo pasar por El Espejo todas las semanas. Departimos allí de temas de actualidad, analizamos lo que está sucediendo, debatimos.
La Historia y la actualidad de África no suelen ser objeto de nuestra atención. Sin embargo, tienen mucha más relación con nosotros de lo que puede parecer a primera vista. Los medios nos cuentan el último atentado en Estados Unidos, Europa occidental o Israel; apenas dicen algo de los que sacuden Oriente prácticamente a diario y ocultan sistemáticamente el sufrimiento de África. Permítanme darles un ejemplo.
El último libro de los profetas – último además del Antiguo Testamento según la clasificación cristiana – es el del profeta Malaquías. Situado también en un regreso del exilio que debía haber implicado un renacimiento espiritual de Israel, pero que dejó al descubierto una crisis de profundas características, Malaquías apuntó de manera fundamental a la corrupción del sistema espiritual.
Como seguramente sabrán muchos de los lectores, el matrimonio Clinton cuenta con una fundación dedicada, entre otros cometidos, a ayudar a los desvalidos de este mundo y, de manera especial, a niños y otros sectores menesterosos.
Durante el bachillerato en San Antón, tuve por dos cursos un profesor de literatura, José Martínez de Velasco, que, entre infinidad de poesías, sabía de memoria las rimas de Bécquer. Pertenecía a unas generaciones que consideraban, con razón, que la cultura también exigía conocer a autores y memorizar fragmentos de sus obras.
La figura de Oliver Cromwell es una de las más extraordinarias de la Historia no sólo de Inglaterra sino universal. Mientras España se desangraba convertida en espada de la Contrarreforma, bajo un rey desdichado cuyo corazón se dividía entre amantes y clérigos, en Inglaterra, el parlamento se alzaba contra un monarca que pretendía coartar derechos esenciales como la libertad religiosa o la libertad de expresión y que imponía impuestos por puro capricho y no en busca del bien común.