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Viernes, 4 de Octubre de 2024
César Vidal

César Vidal

Jesús, el judío (XXX)

Domingo, 24 de Febrero de 2019

“VINIERON PARA HACERLE REY…” (IV):  El rechazo de la corona

Existe una coincidencia en las fuentes en el hecho de que, a su regreso de la misión itinerante, Jesús propuso a los discípulos apartarse a un lugar retirado en el que pudieran descansar (Marcos 6, 30-31; Mateo 14, 13; Lucas 9, 10).  La fecha fue poco anterior a la Pascua del año 29 (Juan 6, 4).  Resulta, por lo tanto, muy verosímil que los ánimos aún se encontraran más caldeados de lo habitual con el recuerdo del significado de aquella fiesta que rememoraba la liberación del pueblo de Israel del terrible yugo que durante siglos le había impuesto Egipto.  Fue precisamente en esos momentos cuando se produjo un episodio que revela con enorme claridad la naturaleza de la situación por la que atravesaban Jesús y sus discípulos. 

Como ya hemos indicado, el propósito de Jesús era apartarse con los Doce a un lugar retirado en el que pudieran descansar y donde comunicarles mejor su enseñanza.  Para lograrlo, subieron a una embarcación y cruzaron el mar de Galilea.  Sin embargo, no pudieron evitar que la muchedumbre los reconociera.  Electrizados por la idea de acercarse a Jesús, circundaron el lago con la intención de encontrarse con él en la otra orilla.  Quizá otro hubiera persistido en sus intenciones iniciales y se hubiera mantenido a distancia de la multitud.  Sin embargo, Jesús se sintió embargado por la compasión hacia aquellas masas que actuaban como “ovejas sin pastor” (Marcos 6, 34).  Pacientemente, los acogió y comenzó a enseñarlos.  Así transcurrió el día y llegó la tarde.  En ese momento, los discípulos – seguramente cansados – le aconsejaron que los despidiera.  Pero, una vez más, volvió a hacerse presente la compasión de Jesús.  Si se marchaban ahora después de estar en ayunas todo el día, si tenían que bordear de nuevo el lago de regreso a sus hogares, desfallecerían por el camino.  Resultaba imperioso darles de comer.  Las palabras de Jesús fueron acogidas por los discípulos con incredulidad.  La muchedumbre sumaba varios millares de personas y las provisiones que llevaban consigo eran escasas.  Lo que se produjo entonces forma parte del elenco de acontecimientos prodigiosos que pespuntean la vida de Jesús y que son reproducidos de manera unánime por las fuentes.  Tras ordenar que se sentaran, Jesús tomó los escasos panes y peces con que contaban los apóstoles y dio de comer a la muchedumbre.  Semejante episodio tuvo una consecuencia inmediata en las gentes.  La fuente joánica la ha referido de la siguiente manera:

   Entonces aquellos hombres, al ver la señal que Jesús había realizado, dijeron: En verdad es éste el profeta que había de venir al mundo. 

           (Juan 6, 14)

 

La tentación diabólica había vuelto a presentarse una vez más.  Jesús podía convertir las piedras en pan.  ¿A qué estaba esperando entonces para colocarse al frente de aquella gente y manifestarse como el mesías libertador que todos ellos esperaban?  ¿Podía pensarse en un mejor momento para hacerlo?  ¿Cuándo volverían a entrelazarse un entusiasmo semejante con una época del año tan significativa desde el punto de vista de la fe judía?  Sin embargo, una vez más, Jesús rechazó la tentación.  Tal y como nos refiere la fuente joanea, “al percatarse Jesús de que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo (Juan 6, 15).   La reacción de Jesús no pudo resultar más clara.  Ante la posibilidad de apartarse de su visión personal, prefirió distanciarse no sólo de las masas, sino también, momentáneamente, de unos discípulos que, sin duda, se identificaban con las ansias de aquellas.

Sin embargo, Jesús no tuvo éxito en su intento.  Cuando, de regreso al barco, navegó hasta tocar en Genesaret, las multitudes lo estaban aguardando con un entusiasmo redoblado por la espera (Marcos 6, 53-56).  La fuente joanea nos ha transmitido unos datos que resultan de enorme relevancia.  De regreso a Capernaum, ya en la sinagoga, Jesús rechazó una vez más las exigencias de las masas.  No se le escapaba que le seguían no porque hubieran captado el significado de las “señales”, sino porque se habían hartado de comer (Juan 6, 26).  Jesús no despreciaba las necesidades materiales y la prueba es que, compasivamente, las había colmado.  Sin embargo, ésa no era su misión.  No tenía intención de repetir las hazañas de Moisés que, siglos antes, había sacado a Israel de Egipto bajo la guía de Dios y luego lo había alimentado durante años con el maná.  Su propósito más bien era ofrecerles un “pan” superior que los alimentaría espiritualmente, un pan que les permitiría vivir eternamente (Juan 6, 58).   Lo que les ofrecía era comer la carne y beber la sangre del Hijo del Hombre, del mesías (Juan 6, 54-55).

La exégesis posterior ha explicado ocasionalmente estas palabras como una referencia de Jesús a la Eucaristía.  Sin embargo, resulta obvio que esa interpretación no puede ser correcta.  De entrada, mal podía referirse Jesús a una práctica de las primeras comunidades cristianas que aún no había sido establecida y todavía menos lo podía hacer en los términos de un dogma que se definiría en el siglo XIII.  Una interpretación semejante intenta sustentar un dogma ciertamente tardío en un pasaje del Evangelio, pero lo cierto es que no pasa de ser un escandaloso anacronismo.  Por añadidura, la gente a la que se dirigía Jesús no hubiera podido entender ni lejanamente una referencia eucarística.  Sin embargo, lo que nos consta es que comprendió a la perfección lo que Jesús estaba diciéndoles.  Seguirle no era cuestión de subirse alegremente al carro de un Reino que iba a terminar con Roma y que se caracterizaría por una satisfacción de las necesidades materiales.  Tal visión – reducida a acabar con una opresión puramente política y con la cobertura de ciertas aspiraciones - encajaría con la de dislates ideológicos posteriores como la teología de la liberación de la segunda mitad del s. XX o incluso con pensamientos utópicos como el socialismo, pero, desde luego, era diametralmente opuesta a su predicación en la que el elemento central era que “el espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6, 63).  La aceptación de sus enseñanzas – unas enseñanzas que distaban enormemente de las ansias primarias de aquellas gentes – era la clave para entrar en el Reino.  Resultaba totalmente lógico que así fuera porque el Reino era el ámbito de soberanía de Dios y ¿cómo se podía permanecer en él sin reconocer mediante la obediencia que Dios era soberano?

Las palabras de Jesús, a pesar de su contenido simbólico, fueron captadas de manera cabal por sus oyentes.  Como señala la fuente joanea, “muchos de sus discípulos, al escuchar, dijeron: Esta enseñanza es dura.  ¿Quién la puede oír?” (Juan 6, 60).  

No se trataba de que no comprendieran el anuncio de un dogma definido siguiendo categorías aristotélicas expresadas en el lenguaje del s. XIII.  Por el contrario, habían captado la enseñanza de Jesús y por eso podían calificarla de dura.  La crisis que aquella actitud de Jesús había provocado en el embrionario movimiento resulta clara y las fuentes no intentan ocultarla.   De hecho, a la desilusión de las masas se sumó la deserción de no pocos de sus seguidores.  Indica nuevamente la fuente joanea que “desde aquel momento, muchos de sus discípulos se apartaron y dejaron de ir con él” (Juan 6, 66). 

Si Jesús hubiera sido un político, si hubiera buscado fundamentalmente reunir en torno a él un número creciente de seguidores,  si su intención hubiera sido implantar el Reino tal y como lo esperaban sus paisanos, es más que posible que hubiera flexibilizado sus exigencias e intentado hallar un terreno común que le permitiera conservar su influencia.  Sin embargo, Jesús no contemplaba su misión de esa manera.  Estaba convencido de que, al fin y a la postre, era la acción misteriosa de Dios la que provocaba que unos siguieran siendo fieles y otros, no (Juan 6, 65) y, de forma extremadamente audaz, preguntó a los Doce, si también ellos deseaban abandonarlo (Juan 6, 67). 

La pregunta de Jesús debió causar una enorme conmoción en sus seguidores más cercanos.   Seguramente, su confusión no era menor que la que padecían sus paisanos y a ella se sumaba el dolor de ver cómo los frutos de su reciente predicación se desvanecían igual que el humo como una consecuencia directa de las palabras de su maestro.  Y ahora, por si fuera poco, ¡les preguntaba si también ellos querían desertar!  Fue Pedro, quizá el más impetuoso de los apóstoles, el que se adelantó a responder a Jesús y lo hizo de una manera extraordinariamente cándida.  ¿A quién iban a ir?  ¿Acaso no era Jesús el único que tenía palabras de vida eterna? (Juan 6, 68).  La manera en que Jesús dio contestación a Pedro tuvo que añadir un motivo más de inquietud a los Doce.  Sí, era cierto que él los había escogido de manera personal, pero, con todo y con eso, uno de ellos no era sincero (Juan 6, 70).  La referencia a un futuro traidor era clara, aunque en aquel momento nadie pudiera captarla (Juan 6, 71).  

CONTINUARÁ

Fairest Lord Jesus

Sábado, 23 de Febrero de 2019

Hoy he decidido traerles un sencillo y dulce himno evangélico dedicado a Jesús. 

¡Objetivo: matar a Abellán! - 22/02/19

Viernes, 22 de Febrero de 2019

Hoy César Vidal entrevista al periodista José Antonio Abellán, donde tira de la manta y nos cuenta toda la persecución que está sufriendo desde la COPE, su marcha de Radio 4G y su nuevo proyecto La Jungla Radio.

Las noticias del día - 22/02/19

Viernes, 22 de Febrero de 2019

Las noticias del día con María Jesús Alfaya.

El editorial de César Vidal.

Programa Completo - 22/02/19

Viernes, 22 de Febrero de 2019

Programa completo de La Voz de César Vidal publicado el viernes 22 de febrero de 2019.

Mateo, el evangelio judío (XXXI)

Viernes, 22 de Febrero de 2019

Ha resucitado (capítulo 28)

Es imposible no sentir una sensación sobrecogedora de angustia – quizá incluso de repulsión – al concluir el capítulo 27 de Mateo.    En sus versículos se junta lo peor de la naturaleza humana.  Allí tenemos expuesta con descarnada sencillez desde la religión dispuesta a asesinar para conservar el poder a las instituciones entregadas a condenar a un inocente para no tener problemas; de los dirigentes espirituales que se burlan de un moribundo a los reos que no tienen inconveniente en insultar al que padece con ellos; de los cobardes que abandonan al maestro supuestamente amado a los que sólo desean asegurarse de que la muerte del ser odiado sea el final.  Frente a esas conductas, sólo aparece la excepción de unas mujeres atemorizadas y a lo lejos, de otra que no logró convencer a su marido y de un discípulo secreto que tan sólo pudo rendir un servicio al maestro difunto. 

¿Quién podría negar que la misma existencia del ser humano es así?  El bien es rechazado por los que más deberían asirse a él; los justos son perseguidos e incluso asesinados; los dirigentes religiosos extravían malignamente más que guían hacia la rectitud y las autoridades políticas se mueven más por sórdidos intereses que impulsados por la justicia.  En medio de ese panorama, quizá lo único que se puede hacer es recordar con afecto a las víctimas de esta vida como hicieron algunas de las mujeres que habían seguido a Jesús (Mateo 28: 1). 

Lo que cambió aquel sombrío, triste y común panorama fue la intervención directa de Dios en la Historia.  Cuando las mujeres llegaron al sepulcro,  un terremoto había abierto la tumba y provocado la incapacidad de reacción de la guardia que, más que posiblemente, identificó lo sucedido con un acontecimiento sobrenatural (Mateo 28: 2-4).  Las mujeres encontraron un panorama que debió despertar su miedo, un miedo que el ángel les dijo que evitaran (28: 5).  Jesús, al que buscaban, no estaba en el sepulcro sino que había resucitado y la prueba era que el lugar que había ocupado en la tumba estaba vacío (28: 6).

Como otros evangelistas, Mateo no tiene el menor ánimo de ser exhaustivo a la hora de relatar las apariciones del resucitado. Selecciona sólo una parte del material conocido por los primeros cristianos y su selección es enormemente interesante. 

En primer lugar, se centra en no escasa medida en Galilea y es lógico que así sea por varias razones.  Por un lado, Galilea es la tierra profetizada donde se vería una gran gran luz; por otro, Galilea es un territorio a mitad de camino entre Judea y el mundo gentil que simboliza magníficamente como la esperanza de Israel se revelaría universal.  A esto hay que añadir un elemento de reivindicación.  Que Dios reivindica a los Suyos es absolutamente innegable.  Lo hace a Su tiempo, pero siempre los reivindica.  Jesús fue rechazado por unos incrédulos galileos.  En esa misma Galilea, aparecería como resucitado.   Cualquiera que haya leído los capítulos anteriores de Mateo se percata de ello. 

En segundo lugar, la selección de los personajes muy notable.  Primero, están las atemorizadas mujeres que, sin embargo, mostraron más valentía que los discípulos comenzando por los apóstoles.  Al verlo resucitado, lo adoraron inmediatamente (28: 10).  Aquellas mujeres contrastaban claramente con unos discípulos que dudaron incluso al verlo resucitado (28: 17). 

En tercer lugar, Mateo deja de manifiesto que no hay peor ciego que el no quiere ver.  El que Jesús hubiera desatado los lazos de la muerte, el que la tumba estuviera vacía, el que hubiera testigos de lo acontecido no conmovió un ápice a las autoridades religiosas.  Su problema no era aceptar la verdad sino seguir sirviendo a la mentira y para hacerlo el soborno y el embuste propagandístico eran instrumentos útiles.  No tenían el menor deseo de conocer la verdad y menos una verdad que amenazara su statu quo.  Era mejor silenciar la información y continuar propalando esa mentira en adelante (28: 11-15). 

Finalmente, Mateo señala algo enormemente relevante.  La resurrección de Jesús no es el final.  Por el contrario, es el pistoletazo de salida de la expansión de la Buena noticia.  El crucificado tiene toda potestad en el cielo y en la tierra (28: 18) y de esa potestad arranca su mandato de ir y predicar.  Curiosamente, el mandato de Jesús no es predicar el mensaje de salvación – aunque, ciertamente, no excluye esa posibilidad – sino el de hacer discípulos en todas las naciones.  Son esos discípulos – no meros creyentes – los que serán bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, una clara fórmula trinitaria que suele poner muy nerviosos a los unitarios.  A esos discípulos no basta con predicarles el mensaje de salvación y, quizá, algo de autoayuda cristiana.  En realidad, hay que enseñarles que guarden todo lo que Jesús enseñó. 

Uno de los grandes dramas del cristianismo es la manera en que ha sido selectivo con las enseñanzas de Jesús.  Que porciones enteras de su palabra hayan quedado y queden fuera de la enseñanza prodigada en las iglesias – no digamos ya si se les ha añadido infinidad de mandatos, prácticas y doctrinas que Jesús jamás pronunció - constituye una de las peores vergüenzas de la Historia del cristianismo. 

Porque el orden de Jesús es claro: 1. Haced discípulos, 2. Bautizadlos - ¿qué niño de pocos días podría ser bautizado de acuerdo a las enseñanzas de Jesús? – y 3. Enseñadles todo.  Esa es la verdadera evangelización y no lo que muchas veces se entiende como tal. 

No deberíamos temer obedecer tan claro mensaje de Jesús – aunque es obvio que el miedo ha impedido cumplir con él en infinidad de ocasiones – y no deberíamos temerlo porque él estará con nosotros hasta el fin de este mundo en el que vivimos.  Lo que vendrá después ya será otro mundo.

CONTINUARÁ                   

La Biblioteca - 21/02/19

Jueves, 21 de Febrero de 2019

Con Sagrario Fernández-Prieto.

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