En el año 25 d. de C., hizo irrupción en la vida de Israel un personaje que ha pasado a la Historia con el nombre de Juan el Bautista. Sus coordenadas espacio-temporales – paralelas a las de Jesús hasta esa fecha – aparecen recogidas por la fuente lucana. Lejos de tratarse de una mera nota histórica, Lucas estaba trazando todo un panorama del mundo en que se desarrollaría el ministerio público del Bautista y, aproximadamente, medio año después, el de Jesús. Aunque he tratado el tema con mucha más extensión en Más que un rabino señalando las fuentes históricas, creo que resulta obligado poder detenernos brevemente en este aspecto por lo que nos dice del mundo en medio del que se desarrolló el ministerio de Jesús. En la pirámide de ese mundo se encontraba Tiberio César, el emperador de Roma, la primera potencia de la época. En el año 14 d. de C., Tiberio se había convertido en emperador – lo sería hasta el año 37 – tras una larga peripecia personal. Hijo de Tiberio Claudio Nerón y de Livia Drusila, Tiberio vivió el divorcio de su madre y su ulterior matrimonio con el emperador Octaviano. De esa manera, Tiberio se convirtió, primero, en hijastro del emperador, se casaría después con su hija Julia y, finalmente, sería adoptado por Octaviano. Tiberio dio muestras de una notable competencia militar. Aborrecía las religiones orientales y, en especial, la egipcia y la judía y, por encima de todo, albergaba un temperamento depresivo y una mentalidad pervertida. En el año 26 d. de C., decidió abandonar Roma y, tras dejar el poder en manos de los prefectos pretorianos Elio Sejano y Quinto Nevio Sutorio Macrón, se marchó a Capri. Allí se entregó a una verdadera cascada de lujuria. A la vez que recopilaba una colección extraordinaria de libros ilustrados con imágenes pornográficas, disfrutaba reuniendo a jóvenes para que se entregaran ante su mirada a la fornicación. Por añadidura, mantenía todo tipo de relaciones sexuales – incluida la violación – con mujeres y hombres y, no satisfecho con esa conducta, se entregó a prácticas que el mismo Suetonio relata con repugnancia:
Incluso se cubrió con una infamia tan grande y vergonzosa que apenas se puede narrar o escuchar – mucho menos creerse – como que acostumbraba a niños de muy corta edad, a los que llamaba sus “pececillos” a que, mientras él nadaba, se colocaran entre sus muslos y, jugando, lo excitaran con la lengua y con mordiscos, e incluso, siendo ya mayores, pero sin dejar de ser niños, se los acercaba a la ingle como si fuera una teta.
Como en tantas épocas de la Historia, una potencia concreta, en este caso imperial, ostentaba la hegemonía y, al frente de la misma se hallaba un amo absoluto. En el caso de Roma, durante los ministerios de Juan, primero, y de Jesús, después, la cúspide de la pirámide la ocupaba un pervertido sexual que no tenía el menor escrúpulo a la hora de violar a hombres y a mujeres o de abusar de niños.
La presencia del poder romano derivado del emperador Tiberio en la parte del mundo donde estaba Juan se hallaba encarnada en Poncio Pilato, el segundo personaje de la lista que encontramos en la fuente lucana.
El gobierno de Pilato (26-36 d. de C.) fue de enorme tensión y tanto Josefo como Filón nos lo presentan bajo una luz desfavorable que, seguramente, se correspondió con la realidad. Desde luego, se vio enfrentado con los judíos en diversas ocasiones. El representante de Roma en la zona del mundo donde vivieron Juan y Jesús era, por lo tanto, un hombre sin escrúpulos morales, que despreciaba a los judíos, que no tenía problema alguno en recurrir a la violencia para alcanzar sus objetivos y que era sensible a las presiones que pudieran poner en peligro su posición. Como tendremos ocasión de ver, esas características se revelarían dramáticamente presentes en la vida de Jesús.
En tercer lugar, la fuente lucana menciona a tres personajes que representaban el poder local, a saber, Herodes, tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe, tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia. Tan peculiar reparto estaba conectado con la desintegración del reino de Herodes el grande a manos de Roma. Para entender ese episodio, debemos remontarnos varias décadas atrás. Durante el convulso período de las guerras civiles que acabaron con la república de Roma y abrieron paso al imperio, un idumeo llamado Herodes se había convertido en rey de los judíos. Muestra de su talento excepcional es que, por regla general, al iniciarse las guerras se encontraba en el bando que resultaría perdedor, pero siempre lograba al final del conflicto hacerse perdonar y beneficiarse del triunfo de los vencedores. Comenzar un conflicto bélico en el bando perdedor y concluirlo siempre en el ganador dice no poco de Herodes.
Herodes el Grande reinó desde el año 37 a. de C. al 4 a. de C. dando muestras repetidas de un talento político eficaz y despiadado. Durante su primera década en el trono (37-27 a. de C.), exterminó literalmente a los miembros de la familia de los hasmoneos y a buena parte de sus partidarios, y, sobre todo, supo navegar por el proceloso mar de las guerras civiles romanas pasando de la alianza con Marco Antonio a la sumisión a Octavio. Éste supo captar a la perfección el valor que para Roma tenía un personaje como Herodes y no sólo pasó por alto sus relaciones previas con su enemigo Marco Antonio sino que incluso amplió las posesiones de Herodes en la franja costera y Transjordania.
Durante la siguiente década y media, Herodes, ya consolidado en el poder, dio muestras de un talento político notable. Por un lado, intentó satisfacer a sus súbditos judíos comenzando las obras de ampliación del Templo de Jerusalén y celebrando con toda pompa las festividades judías. En paralelo, se caracterizó por una capacidad constructora que se reflejó en la fortaleza Antonia de Jerusalén, el palacio-fortaleza de Masada o el Herodium entre otras edificaciones. Era, sin duda, un monarca judío que, a la vez, se preocupaba por incorporar los avances de la cultura helenística – acueductos, nudos de comunicación, etc - con auténtica pasión. No deja de ser significativo que, a pesar de su acusada falta de moralidad, se ganara la reputación de euerguetes (bienhechor) gracias a sus muestras de generosidad hacia poblaciones no-judías situadas en Fenicia, Siria, Asia Menor e incluso Grecia.
La última década de gobierno de Herodes (13-4 a. de C.) estuvo envenenada por confrontaciones de carácter doméstico provocadas por el miedo de Herodes a verse desplazado del trono por sus hijos. De Mariamne la hasmonea – a la que hizo ejecutar en el 29 a. de C., en medio del proceso de liquidación de la anterior dinastía – Herodes tuvo a Alejandro y a Aristóbulo que serían envíados a Roma para recibir una educación refinada; y de Doris, una primera mujer posiblemente Idumea, tuvo a Herodes Antípatro. En el 7 a. de C., con el consentimiento de Roma, Herodes ordenó estrangular a Alejandro y Aristóbulo. La misma suerte – y también con el permiso de Roma - correría Herodes Antípatro acusado de conspirar contra su padre. La ejecución tuvo lugar tan sólo cinco días antes de que el propio Herodes exhalara el último aliento en Jericó (4 a. de C.).
El legado de Herodes fue realmente extraordinario y nada tuvo que envidiar, en términos territoriales, al del propio rey David. Al llegar al poder en el 37 a. de C., Herodes sólo contaba con la Judea de Antígono. A su muerte, su reino abarcaba toda Palestina a excepción de Ascalón; territorios en Transjordania; y un amplio terreno en el noroeste que incluía Batanea, Traconítide y Auranítide, pero excluía la Decápolis. Por otro lado, la absorción de los beneficios de la helenización eran indudables y, de hecho, los súbditos de Herodes eran, como mínimo, gentes bilingües que, pensaran lo que pensaran de la cultura griega, se aprovechaban, sin embargo, de no pocos de sus logros. Sin embargo, toda aquella herencia no tardó en verse profundamente erosionada.
A la muerte de Herodes, estallaron los disturbios contra Roma y contra su sucesor, Arquelao. La respuesta de Roma fue rápida y contundente. Séforis fue arrasada y sus habitantes vendidos como esclavos. Safo y Emaús fueron destruídas. Jerusalén fue respetada aunque se llevó a cabo la crucifixión de dos mil rebeldes. Aquella sucesión de revueltas había dejado de manifiesto que Arquelao había demostrado su incapacidad para gobernar y semejante circunstancia no podía ser tolerada por Roma. De manera fulminante, el antiguo reino de Herodes fue dividido entre tres de sus hijos: Arquelao recibió Judea, Samaria e Idumea; Herodes Antipas, Galilea y Perea, con el título de tetrarca; y Filipo, la Batanea, la Traconítide, la Auranítide y parte del territorio que había pertenecido a Zenodoro. Por su parte, Salomé, la hermana de Herodes, recibió Jamnia, Azoto y Fáselis, mientras que algunas ciudades griegas fueron declaradas libres.
Los sucesores de Herodes no eran, ni de lejos, mejores moralmente que el monarca idumeo, pero sí eran más torpes, más incompetentes, más necios. En el terreno de la política, ya fuera nacional o extranjera, los contemporáneos de Juan el Bautista y de Jesús, ciertamente, tenían pocas razones para estar satisfechos.
Este cuadro – sin duda, sobrecogedor – transmitido por Lucas quedaba completado por la mención de las autoridades espirituales de Israel, el último recurso al que, supuestamente, podían acudir los habitantes de aquella castigada tierra. Una vez más, la fuente lucana deja de manifiesto una especial agudeza ya que menciona como sumos sacerdotes no a un personaje sino a dos, en concreto, Anás y Caifás. Con esa afirmación – que un observador descuidado habría tomado por un error histórico – Lucas señalaba una realidad que marcó durante décadas la política religiosa en el seno de Israel. El sumo sacerdote siempre fue, de facto, Anás dando lo mismo si ostentaba o no oficialmente el título. En otras palabras, en no pocas ocasiones, hubo un sumo sacerdote oficial – como Caifás – y otro que era el real y que se llamaba Anás.
Anás fue designado como sumo sacerdote en la provincia romana de Judea por el legado romano Quirinio en el año 6 d. de C. Durante una década que fue del 6 al 15 d. de C. Anás fue sumo sacerdote. Finalmente, el procurador Grato lo destituyó aunque no consiguió acabar con su influencia. De hecho, durante las siguientes décadas, Anás mantuvo las riendas del poder religioso en sus manos a través de alguno de sus cinco hijos o de su yerno Caifás, todos ellos sucesores suyos como sumo sacerdotes aunque, en realidad, no pasarán de ser sus subordinados. Josefo dejó al respecto un testimonio bien revelador:
Se dice que el anciano Anás fue extremadamente afortunado. Tuvo cinco hijos y todos ellos, después de que él mismo disfrutó previamente el oficio durante un periodo muy prolongado, se convirtieron en sumos sacerdotes de Dios – algo que nunca había sucedido con ningún otro de nuestros sumos sacerdotes [14].
Anás y sus sumos sacerdotes subrogados, como acabaría diciendo Jesús, convertirían el templo en una cueva de ladrones (Mateo 21, 13). Es un juicio moderado si se compara con lo que el mismo Talmud dice de los sumos sacerdotes de la época a los que se acusa de golpear con bastones, dar puñetazos o, en el caso de la casa de Anás, silbar como las víboras, es decir, susurrar con un peligro letal.
Suele ser un hábito común el hablar pésimamente de la época que le toca vivir a cada uno e incluso referirse a un pasado supuestamente ideal y perdido. Sin embargo, se mire como se mire, las coordenadas cronológicas expuestas por Lucas en pocas frases resultan dignas de reflexión. El mundo en que Juan – y tras él Jesús – iba a comenzar su ministerio era un cosmos en cuya cúspide un degenerado moral renunciaba al ejercicio del poder para entregarse al abuso sexual de hombres, mujeres y niños; donde su representante era un hombre que carecía de escrúpulos morales, pero también tenía una veta oculta de cobardía; donde Israel seguía estando en manos de gobernantes malvados y corruptos, pero, a la vez, desprovistos del talento político de Herodes el grande; y donde la esperanza espiritual quedaba encarnada en una jerarquía religiosa pervertida en la que el nepotismo y la codicia resultaban más importantes que la oración y el temor de Dios. En tan poco atractivo contexto, Juan el bautista comenzó a predicar en el desierto precediendo al mesías y, aproximadamente, medio año antes de que Jesús hiciera acto de presencia.
CONTINUARÁ
[14] Antigüedades, XX, 9.1.
En 1757, un joven de 22 años llamado Robert Robinson escribió un himno titulado "Come Thou Fount of Every Blessing" (Ven, tu, fuente de toda bendición. En español: Fuente de la vida eterna). Robinson llegaría a convertirse en pastor, pero, seguramente, sería una composición como ésta la que le proporcionaría una mayor proyección. No resulta extraño porque se trata de una composición profundamente bella, tersamente sencilla y rezumante de buena teología bíblica. Aunque hay gente que se empeña en considerar que otro ser humano puede ser “dispensador de todas las gracias”, el mensaje de la Biblia constituye un rotundo mentís a semejante dislate. Es Dios mismo y no una criatura a quien debemos agradecer y de quien podemos esperar todo lo bueno. Como señala claramente la letra del himno – se escribió en el siglo XVIII y como tantos otros conserva todo su vigor original – fue Jesús y nadie más quien vino a buscarme cuando estaba perdido y para salvarme del peligro interpuso su sangre preciosa. No hay nada de lo que podamos jactarnos ante Dios ni obra o mérito que podamos exhibir para comprar o adquirir su salvación. Fue El quien vino a buscarnos y lo puso todo en la cruz del Calvario. Esa sangre preciosa no podemos comprarla. Sólo recibirla a través de la fe para que nos limpie de todo pecado. Y es así porque la salvación es por pura gracia y esa gracia total sólo viene de Dios.
Hoy les dejo con tres versiones del himno. La primera es de Chris Rice, la segunda de David Crowder en un tono celta que en nada disminuye su belleza y la tercera constituye para mi una sorpresa porque se debe al coro de la iglesia evangélica pentecostal de Viña del mar y, a mi juicio, resulta excelente. Que las disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí esta Chris Rice
Aquí va David Crowder
Y ésta es la revelación que yo desconocía. Se trata del Coro de la iglesia evangélica pentecostal de Viña del Mar entonando Fuente de la vida eterna
Hoy César Vidal entrevistará a la emprendedora costarricense Mónica Araya.
Las noticias económicas del día con César Vidal y Lorenzo Ramírez.
Las noticias del día con César Vidal y María Jesús Alfaya.
El editorial de César Vidal.
Programa completo de La Voz de César Vidal publicado el viernes 14 de febrero de 2020.
La vida de Mahoma corría, literalmente, peligro y cuando Abu Talib reunió al clan hashimí – con la excepción de Abu Lahab y su esposa Umm Shamil – y le hizo jurar que defenderían la vida de su sobrino no estaba dejándose llevar por el alarmismo sino actuando con notable sensatez. De manera bien reveladora, la poesía fue utilizada para comunicar tan importante resolución. Si Abu Talib ideó una en defensa de su sobrino, Abu Qays b. al-Aslat, de Yatrib, que estaba casado con una tía de Jadiya, intentó recurriendo a sus versos calmar a las dos partes para impedir que se llegara al derramamiento de sangre.
Es muy posible que el intento de evitar el derramamiento de sangre impulsara a los coraishíes a intentar asesinar a Mahoma y así acabar de raíz con los problemas que les ocasionaba. Fue así como, según la tradición, Mahoma se convirtió en objeto de un atentado perpetrado por Uqba b. abi Muit. Es más que posible que éste hubiera logrado estrangularlo de no ser porque se interpuso Abu Bakr al-Siddiq, uno de los primeros conversos al que, por esa época, se nombró awwal jatib (primer predicador). Mesaron la barba de Mahoma e incluso le arrancaron algún mechón de pelo, pero salvó la vida.
No pudo, sin embargo, evitar en aquella época Mahoma humillaciones e insultos. Aparte de insistir en que era un simple hombre que no decía nada de particular, en que era un endemoniado o – una injuria nueva, la de abtar[1] – en que no podía tener hijos varones o, si los tenía, morían al poco tiempo[2], los idólatras arrojaban basura delante de su casa y no se recataban de insultarlo cuando se cruzaban con él por la calle. Así, en cierta ocasión, mientras transitaba por la Meca fue motejado de embustero por un grupo de idólatras. Mahoma regresó lleno de pesar a su casa donde, según la tradición, recibió parte de la sura 74 anunciando el juicio contra los que amargaban su existencia:
(74: 8-26)
Resulta muy posible que en esta sura se juntaran – hemos citado ya otras aleyas – diversos mensajes en los que se anunciaba el consuelo para Mahoma y el castigo para los que amargaban su existencia (a. 8-10). En este caso concreto, tradicionalmente se ha considerado que el texto estaba relacionado de manera muy específica con al-Walid al Mughira, del clan de los coraishíes. De hecho, la aleya 11 ha sido interpretada como una referencia expresa a él ya que, dadas sus muchas riquezas, era conocido como al-wahid o el único. Había recibido mucho de Al.lah, pero esa feliz circunstancia no lo había llevado a creer (a. 11-15). Incluso se había permitido acusar a Mahoma de brujería (a. 24) y de pronunciar sólo palabras propias de cualquier ser humano (a. 25). Por lo tanto, lo único que recibiría sería un castigo infernal, en el nivel del infierno donde uno se abrasa (a. 26).
La situación ciertamente se había convertido en muy crítica para Mahoma y buena prueba de ello es que incluso algunos de sus parientes comenzaron a sentirse irritados contra alguien que les estaba complicando la vida. Abu Lahab, por ejemplo, comenzó a dejar excrementos humanos y animales en la puerta de la casa de Mahoma y Al-Aswad b. Abd Yagut b. Wahb, primo de Mahoma por vía materna, no se recataba de insultar a sus seguidores cuando los veía pasar diciendo burlonamente que eran “los reyes de la tierra, los que heredarán el imperio persa” [6].
Según la tradición, la amenaza del castigo de Al.lah cobró una especial tangibilidad cuando, efectivamente, algunos de los detractores de Mahoma sufrieron destinos aciagos. Quizá el caso más notable fuera el de Al-Harit b. Qays b. Sad al-Sahmi, apodado Ibn Gaytallah. Este personaje rendía culto a una imagen y solía acusar a Mahoma de farsante. Un día, tras comer salazón de pescado, comenzó a tener sed hasta que acabó muriendo poco después. Es cierto que la muerte podía explicarse por medios puramente naturales, pero se interpretó como una acción punitiva de Al.lah contra alguien que había insultado a Mahoma. Con el tiempo, a este episodio se uniría también el de al-As Wail al-Sahmi que, unos dos meses después de que Mahoma se trasladara a Yatrib, cayó del asno y se hirió en un pie con una espina. De esta circunstancia derivó una infección que le causó la muerte de una manera bastante común en la época dado el tipo de calzado[7]. En otros casos, el castigo de los enemigos se retrasó aún más hasta la época en que Mahoma se convirtió en un caudillo capaz de derrotar a sus adversarios y de ordenar su muerte. Sería el caso de Abu-l-Walid Uqba b. abi Muayt Aban, al que se ejecutó después de la batalla de Badr.
Las medidas de presión sobre el pequeño grupo no se dirigieron sólo contra su dirigente sino que se cebaron, como era de esperar en un caso de intolerancia religiosa, contra los más indefensos. Especialmente afectados resultaron los esclavos conversos hasta el punto de que Abu Bakr se entregó a comprar a algunos para proporcionarles así no sólo la libertad sino también cierta garantía de sobrevivir. Ése fue el caso, por ejemplo, de Bilal b. Riyah, el primer converso negro con que contó la predicación de Mahoma.
No es menos cierto que este tipo de presiones acabó también añadiendo a algunos adeptos al grupo inicial. Fue el caso, por ejemplo, de Hamza b. Abd al-Muttalib, tío de Mahoma, en una fecha situada en torno al 615. Según la tradición, en cierta ocasión, Abu Shahl Amr comenzó a insultar a Mahoma cerca de la colina de as-Safa y pronto acabó por injuriar a sus familiares. Hamza regresaba en esos momentos de una cacería y acudió inmediatamente a buscar a Abu Shahl Amr. Lo encontró en compañía de algunos coraishíes cerca de la Kaaba y no dudó en insultarlo, golpearlo con su arco y, acto seguido, anunciar que abrazaba la nueva fe.
Posiblemente, Hamza no deseaba más que dejar de manifiesto que no iba a permitir que se maltratara a un miembro de su familia que, por otra parte, no hacía mal a nadie. Fuera como fuese, los coraishíes volvieron a plantearse la táctica seguida frente a la predicación de Mahoma. En esta ocasión, se dirigieron hacia él quedando constancia del episodio en dos isnads diferentes. En uno de ellos, se cuenta que los coraishíes enviaron a Utba b. Rabia para decir a Mahoma que si lo que ambicionaba era dinero, estaban dispuestos a enriquecerlo y que si lo que ansiaba era poder, no tenían inconveniente en proclamarlo su jefe, pero si, por el contrario, estaba poseído por un espíritu, estaban dispuestos a buscar a un médico que pudiera tratarlo costara lo que costara. El acercamiento resulta muy revelador de lo que los coraishíes pensaban de Mahoma. No creían una sola palabra sobre su revelación incluidas las referencias a un juicio cercano de aquel dios único al que predicaba. Si se comportaba así por codicia o ambición, estaban dispuestos a satisfacer ambas pulsiones para evitar un conflicto mayor. Si, por el contrario, era víctima de un fenómeno demoníaco – que era lo que llevaban afirmando desde hacía años – estaban también más que dispuestos a enfrentarse con esa eventualidad, por muy cara que pudiera resultar, costeando a un médico que lo liberara de semejante esclavitud. Mahoma rechazó las tres posibilidades y, según la tradición, fue entonces cuando recitó la sura 41:
¡En el nombre de Al.lah, el Compasivo, el Misericordioso!
1/ 2[9]. Revelación procedente del Compasivo, del Misericordioso.
2/3. Un libro cuyos signos son un discernimiento manifiesto que ha sido explicado en una Recitación árabe para gente que sabe.
3/4. Es portador de buenas noticias y monitor. La mayoría, empero, se desvía y no escucha.
4/5. Y dicen: «nuestros corazones están cerrados a lo que nos llamas, nuestros oídos padecen sordera, un velo nos separa de ti. ¡Haz, pues, lo que juzgues oportuno, que nosotros lo haremos también!»
5/6. Di: «Yo soy sólo un mortal como vosotros, a quien se ha revelado que vuestro dios es un dios único. ¡Id, pues, derechos a Él y pedidle perdón! ¡Perdición para los asociadores,
6/7. que no dan el zakat y no creen en la Última vida!
7/8. Los que crean y obren bien, recibirán una recompensa ininterrumpida».
8/9. Di: «¿Cómo es que no creéis en Quien ha creado la tierra en dos días y Le atribuís iguales? ¡Tal es el Señor del universo!»
9/10. En cuatro días iguales, puso sobre ella montañas, la bendijo y repartió alimentos. Para los que inquieren.
10/11. Luego, se dirigió al cielo, que era humo, y le dijo a éste y a la tierra: «¡Venid a mi por las buenas o por las malas!» Dijeron: «¡Venimos de buen grado!»
11/12. «Realizó siete cielos, en dos días, e inspiró a cada cielo su cometido. Hemos engalanado el cielo más bajo con luminarias, como protección. Ésa es la decisión del Poderoso, el que Conoce».
12/13. Si se desvían, di: «Os he prevenido contra un rayo como el que fulminó a los de Ad y los Zamud».
13/14. Cuando vinieron a ellos los enviados antes y después. «¡Servid únicamente a Al.lah!» Dijeron: «Si nuestro Señor hubiera querido, habría enviado a ángeles. No creemos en aquello con lo que habéis sido enviados».
(1: 13/14)
En las aleyas que acabamos de reproducir puede observarse que el texto constituye un enérgico alegato contra aquellos que no creyeron en el único dios en ocasiones pasadas. Si entonces no había escapado del castigo divino, ahora, por supuesto, tampoco iban a escapar si rechazaban a Mahoma, el último enviado. El destino de los incrédulos sería semejante al que había caído sobre Ad y Zamud.
La segunda versión del episodio transmitida por la tradición es bastante parecida salvo que en ella se afirma que fue una comisión la encargada de transmitirle las propuestas. El episodio derivó en una disputa teológica y, en un momento determinado, los idólatras citaron la aleya 26/28 de la sura 25 alegando que el al-Rahmán al que se hacía referencia en ella no era otro que un personaje que vivía en Yamama y del que Mahoma había aprendido su mensaje. Surgía así uno de los aspectos más incómodos de la biografía de Mahoma, el de que hubiera podido contar con un mentor que le inspirara su mensaje. Desde entonces hasta el día de hoy, no son pocos, desde luego, los especialistas que han llegado a una conclusión semejante [10]. Mahoma sintió en aquellos momentos el pesar de comprobar que no iba a convencer a los coraishíes.
Ante un resultado tan frustrante, según la tradición, Abu Shahl, el mismo que había tenido un encontronazo con Hamza, propuso lisa y llanamente asesinar a Mahoma. Los coraishíes aceptaron la idea e incluso se comprometieron a defender a Abu Shahl frente a cualquier represalia que cupiera esperar de los hashimíes.
Al día siguiente, mientras Mahoma, según tenía por costumbre, se hallaba orando en dirección a Jerusalén, al lado de una columna que recibía el nombre de Rukn al-Yamani[11], Abu Shahl se dirigió hacia él cargado con una gran piedra con la intención de aplastarle la cabeza. No llegó a hacerlo. Por el contrario, se apartó de Mahoma desencajado sin llevar a cabo su propósito. Cuando los coraishíes le preguntaron por lo que había sucedido, Abu Shahl comentó que había visto avanzar hacia él a un fantasma de aspecto horrible que le había infundido el terror suficiente como para desistir de la empresa. De corresponderse esta tradición con un hecho histórico, no resulta fácil interpretar exactamente lo que sucedió. En cualquier caso, los coraishíes no llegaron a la conclusión de que Mahoma contara con una defensa divina, si acaso con una demoníaca – de ahí el aspecto del ser sobrenatural que se había cruzado con Abu Shahl – lo que confirmaba sus peores impresiones sobre el sobrino de Hamza. Durante los meses siguientes, los enemigos de Mahoma recurrieron lo mismo a interrumpir su predicación – fue el caso de al-Nadr b. al Harit, que pagó la osadía con su ejecución tras la batalla de Bard años después – que a intentar desacreditar su mensaje. En este caso concreto, el método seguido fue mucho más sofisticado que nada de lo intentado contra Mahoma hasta ese momento. Dado que el personaje mencionaba con relativa frecuencia episodios de la Historia bíblica de Israel, sus adversarios decidieron enviar una comisión al Yatrib para que los rabinos del lugar formularan tres preguntas que determinaran si era o no un profeta[12]. Según la tradición, Mahoma acabó dando la respuesta adecuada, pero el hecho de que se tomara un tiempo para hacerlo es muy posible que llevara a sus adversarios a pensar que había salido del paso gracias a algún mentor y no porque fuera quien afirmaba ser.
Las presiones sufridas durante aquel período de 614-615 tuvieron consecuencias directas sobre Mahoma y sus seguidores. De entrada, Mahoma buscó refugio en la casa de al-Arqam b. abi-l-Arqam b. Asad en compañía de unos treinta y nueve seguidores entre los que se hallaba el propio al-Arqam. Según la tradición, el lugar no se le brindaba protección sino que además, al hallarse situado cerca de un camino muy transitado que unía al-Safa con al-Marwa, permitió que Mahoma predicara a los viajeros sin que nadie pudiera presentar objeciones contra él. Se ha discutido el peso que pudo tener en la captación de nuevos adeptos y, posiblemente, haya que aceptar que ha sido un tanto exagerado[13], pero, sin duda, proporcionó un respiradero a un movimiento que se enfrentaba con presiones notables. En ellas había que encontrar la causa para que algunos de los que habían abrazado el mensaje de Mahoma – en torno a un centenar – decidieran optar por el exilio en el 615. Marcharon así a Abisinia donde el rey, que era cristiano, les brindó amparo posiblemente al ver que eran monoteístas y que mencionaban tanto a Jesús como a su madre. El paso era punto menos que obligatorio y el propio Mahoma lo autorizó, pero no con agrado. Así, cuando en el 629 regresaron a Arabia, fueron mal vistos y en el 637, siendo ya califa Umar b. al-Jattab estuvieron a punto de no recibir ninguna de las pensiones establecidas para recompensar a los fieles veteranos. Con todo, el episodio que, seguramente, deja más de manifiesto la violencia de las coacciones sufrida por Mahoma y sus seguidores sea el de las denominadas aleyas – mucho menos exactamente versos – satánicas.
CONTINUARÁ
[1] Es decir, sin cola, sin descendencia.
[2] Fue el caso de Ibrahim que se le murió ya residiendo en Yatrib.
[3] Usado en este caso como trompeta.
[4] Una cuesta.
[5] El sexto nivel de Yahannam.
[6] En el mismo sentido, J. Vernet, Oc, pp. 48-9.
[7] En el mismo sentido, J. Vernet, Oc, p. 47.
[8] Este tipo de letras aparece al inicio de algunas de las suras del Corán. Las explicaciones que se han dado son diversas. Posiblemente, se trate simplemente de una clave para colocar las suras en el conjunto del texto cuyo significado se ha perdido con el paso del tiempo.
[9] Las aleyas de esta sura reciben una numeración distinta según las ediciones del Corán.
[10] Véase en especial a J. Azzi, Le Prêtre et le Prophète, París, 2001.
[11] La elección del lugar no deja de ser significativa. Mahoma dirigía sus oraciones a Jerusalén como hacían los judíos, pero entre la roca y la Ciudad Santa se encontraba la Piedra negra.
[12] Acerca de los judíos en Yatrib, véase: M. Gil, “The Origin of the Jews of Yathrib” en Jerusalem Studies in Arabic and Islam, 4, 1984, pp. 203-223.
[13] Ésa es la opinión de J. Vernet, Oc, p. 50.
Con Sagrario Fernández-Prieto.
Las noticias económicas del día con César Vidal y Lorenzo Ramírez.