Programa completo de La Voz de César Vidal publicado el viernes 26 de octubre de 2018.
Esa misma sencillez manifestada en la práctica de la limosna o de la oración, la indica también Jesús al referirse al ayuno. Como otras prácticas religiosas, el ayuno puede convertirse en un ejercicio de piedad publicitada, de manifestación de orgullo espiritual, de exhibición de religiosidad. Actuar de esa manera, implica ser un comediante – el sentido más claro de la palabra hipócrita - e ir contra la misma esencia del ayuno:
Y cuando ayunéis, no seáis como los hipócritas, austeros; porque ellos demudan sus rostros para dejar de manifiesto a los hombres que ayunan. En verdad, os digo, que ya tienen su pago. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en lo secreto: y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará en público.
(Mateo 6, 16-18)
La finalidad del ayuno es colocarse en una disposición espiritual que permita establecer una comunicación más fluida con Dios y no dar a los hombres la sensación de estar en posesión de una piedad especial. Por eso, lo lógico es que sólo Dios sepa de ese ayuno y que incluso la apariencia externa sea especialmente rutilante ya que lo que se busca es una mayor comunión con el Padre y no exhibir la propia religiosidad ante otros.
Shimón el Tsadiq indicaría que tras la Torah y el servicio a Dios debía venir la práctica de la misericordia. Jesús sigue esa división también en esta parte del Sermón del Monte, pero de manera bien significativa, antecede la práctica de la misericordia de una prolongada enseñanza sobre el dinero y la ansiedad. Si bien se mira, el orden adoptado por Jesús está saturado de lógica, de una lógica que nace del sentido común y de la observación aguda de la realidad. ¿Qué es lo que más cohibe la práctica de la misericordia, de la compasión, de la ayuda al prójimo? El temor al futuro y la necesidad de dinero podría decir cualquiera que ha pasado por circunstancias como un reajuste de plantilla en una empresa o la competición para obtener un puesto de trabajo. Ante la posibilidad de encontrarse lanzado a la incertidumbre y a la necesidad, el ser humano traiciona a su prójimo, lo ataca o, al menos, le da la espalda para no tener que significarse comprometiendo su bienestar – o lo que considera como tal – y su seguridad – o lo que ve como tal. Naturalmente, en esa visión de la vida, el dinero tiene un inmenso valor. A decir verdad, es como una especie de ancla que asegura el barco de cada existencia frente a los avatares de la navegación cotidiana. Sin embargo, la enseñanza de Jesús a sus discípulos iba en una dirección muy diferente, tanto que podríamos calificarla de auténticamente subversiva para el ser humano común y corriente.
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín los corrompen, y donde los ladrones hacen agujeros y hurtan. Más bien, haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corrompen, y tampoco los ladrones hacen agujeros o hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.
La lámpara del cuerpo es el ojo: así que, si tu ojo fuere bueno, todo tu cuerpo tendrá luz, pero si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo estará sumido en las tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay son tinieblas, ¿cómo serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se someterá a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. Por tanto os digo: no tengáis ansiedad por vuestra vida, por lo qué habéis de comer, o por que habéis de beber; ni tampoco por vuestro cuerpo, por lo qué habéis de vestir. ¿Acaso no es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo. No siembran, ni siegan, ni juntan en graneros, pero vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no sois vosotros mucho mejores que ellas?. Porque ¿quién de vosotros podrá, angustiándose, añadir á su estatura un codo? Y por el vestido ¿por qué os angustijáis? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy existe, y mañana es arrojada al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
No os angustiéis, por lo tanto, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas tenéis necesidad. Pero buscad, en primer lugar, el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os angustiéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán y basta a cada día su propio afán.
(Mateo 6, 19-34)
Las palabras de Jesús impresionan por su vigor y actualidad. A fin de cuentas, el ser humano pone su corazón en aquello que considera que es su tesoro y no cabe duda de que millones identifican ese tesoro con el dinero y la seguridad que, supuestamente, aporta. Así, sin saberlo, lo convierten en su dios, incluso aunque, formalmente, adoren a otro o se confiesen ateos. Para remate, no consiguen librarse de la ansiedad, esa ansiedad que es lógica en losgoyim, en los gentiles, en los que creen en dioses falsos o ni siquiera creen. Pero los que creen, los que siguen la herencia de Israel, los que saben que Dios es un Padre, no pueden ver así las cosas. Tienen que volver la mirada en derredor suyo y percatarse de que el Padre que viste a las flores y que da de comer a las aves, no dejará de hacerlo con Sus hijos. Tienen que comprender que su tesoro está en Dios y en Su Reino, que debe ser buscado por encima de todo. Tienen que entender que sólo así evitarán la idolatría y conservarán una mirada lo suficientemente limpia como para vivir adecuadamente ante Dios y ante sus semejantes.
Los que han logrado colocar su vista en la misma línea que Dios la enfoca serán los que evitarán condenar porque han sido perdonados por Dios (Mateo 7, 1-2), serán los que no se ocuparán de mejorar a los demás sino antes de mejorarse a si mismos (Mateo 7, 3-5), serán los que no perderán el tiempo intentando que los demás acepten lo sagrado porque no todos desean hacerlo y porque pueden volverse contra ellos y destrozarlos. Ante situaciones como ésas, no vivirán con amargura, con resentimiento o con desaliento. Por el contrario, confiarán en que Dios les concederá lo necesario de la misma manera que el padre al que el hijo le pide pan le da pan y no una piedra o si le pide pescado, se lo entrega, en lugar de darle una serpiente (Mateo 7, 7-11).
El que comprenda todo esto y lo viva podrá asumir el corazón de la halajáh de Jesús, de su interpretación de la Torah:
“De manera que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros hacedlas también vosotros con ellos, porque esto es la Torah y los profetas”
(Mateo 7, 12)
Aquel muchacho escocés de veinte años sufrió una desgracia de notable envergadura cuando se hallaba en plena juventud. Se quedó completamente ciego. Se llamaba George Matheson y aspiraba a ser pastor lo que no parecía una meta posible. Sin embargo, George no se desmoralizó.
Las recomendaciones literarias de Sagrario Fernández-Prieto.
Las noticias del día con César Vidal y María Jesús Alfaya.
El editorial de César Vidal.
Programa completo de La Voz de César Vidal publicado el jueves 25 de octubre de 2018.
Jesús, ciertamente, había vuelto a anunciar cómo concluiría su entrada en Jerusalén, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. Si hay algo que los discípulos no tenían la menor intención de asumir es que no habría implantación absoluta y total del reino y jugoso reparto de pingües despojos. En ese sentido, la petición de Santiago y Juan, vía su madre, son el clásico ejemplo del “tu di lo que quieras que yo pensaré lo que me parezca”. En el episodio, incluso hay una cierta ternura semejante a la que provoca esa madre que va a visitarte a la radio para pedirte que coloques a su hija que es muy espabilada o el padre que te dice en medio de cualquier evento que si podrías encontrar empleo para su hijo que vale muchísimo, pero no encuentra trabajo. La respuesta de Jesús resulta fácil de imaginar con una sonrisa en los labios: no tenéis ni idea de lo que estáis diciendo. ¿Acaso estaríais dispuestos a tragar lo que yo voy a tragar y a sumergiros en lo que yo acabaré sumergido? (20: 22). Ansiosos por conseguir lo que ambicionan, los hermanos responden que sí. Que pueden.
La respuesta de Jesús parece rezumar ternura. Sí, por supuesto, que acabarían pasando por ese trance, pero eso no los convertiría en acreedores a ocupar un puesto de honor, eso es algo que sólo el Padre da a aquellos para los que los tiene preparados (20: 23).
Naturalmente, la ambición de los dos hermanos provocó una reacción contraria de los otros apóstoles - ¿a santo de qué iban a ocupar ellos el puesto que los demás ambicionaban para si? – una circunstancia que Jesús aprovechó para mostrar la perspectiva del Reino, aquella es radicalmente distinta de los valores del mundo. Sí, por supuesto, los que depredan a las naciones saben presentarse como benefactores (v. 25), pero los seguidores de Jesús no deben ser así. Por el contrario, deberían enfocar sus relaciones con los demás como un servicio (v. 26) y así debe ser porque su visión no es la del mundo sino la del Reino y el Rey de ese reino no viene como un mesías guerrero y triunfante sino como el siervo de YHVH, el descrito en Isaías 53, que sería despreciado y rechazado por los que se presentaban como representantes de Dios – hasta el punto de que la gente pensaría que Dios lo había repudiado – pero que, en realidad, moriría como sacrificio expiatorio por los pecados de muchos (v. 28). No, los seguidores de Jesús no se sirven de la gente sino que sirven a la gente. No, los seguidores de Jesús no se centran en sus ambiciones personales sino en el cumplimiento de su misión. No, los seguidores de Jesús definitivamente son distintos.
Ante semejante verdad, se puede reaccionar de dos maneras. Una es manteniéndonos en nuestros prejuicios – gratos prejuicios – empeñándonos en que es cierto lo que deseamos que sea cierto. En resumen, continuando siendo ciegos. La otra es esperar hasta que veamos porque Jesús nos ha devuelto la vista. Es por eso que el relato de los ciegos curados por Jesús (v. 29-34) encaja tan bien en este contexto. Por lo que sabemos inicialmente fue un ciego y comenzó a importunar a Jesús a la entrada de Jericó (Marcos 10: 46-52; Lucas 18: 35-43). Sin embargo, Mateo nos revela que Jesús no lo curó inmediatamente de su ceguera. Lo hizo esperar y en su espera se sumó otro ciego de tal manera que cuando Jesús salió de Jericó ya eran dos los que aguardaban que los sacara de su estado miserable. A esos dos ciegos, conscientes de su ceguera, que habían esperado durante la estancia de Jesús en Jericó posiblemente desgarrados entre la esperanza y la inquietud, Jesús les otorgó la vista (v. 34).
En no escasa medida, la trayectoria de un ser humano es muy semejante. Puede decidir seguir siendo ciego. Puede repetir los mantras que le hacen sentirse bien – o que cree que le hacen sentirse bien – e incluso puede meter a mamá por medio a ver si lo consigue. Pero así no dejará de ser ciego. Pero también puede, por el contrario, abrirse a la luz como Jesús derramó luz sobre sus discípulos mostrando una vez más cómo era el Reino y su Rey. Y entonces, llegados a ese punto, recibirán la vista. No se trata de la revelación de misterios ocultos salvo para los iniciados como pretende la gnosis o la masonería. Es la luz que brilla en las tinieblas, una luz que, como veremos, deja de manifiesto lo inútil y dañino de la religión, de la esterilidad espiritual, de los oídos sordos al anuncio de Dios.
En 2014, en uno de sus arrebatos recaudadores, Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, estableció un plus para recompensar a determinados funcionarios de la Agencia tributaria en virtud del dinero que extrajeran a los contribuyentes.
Hoy nuestra psicóloga de guardia Pilar Muñoz sigue analizando el fracaso escolar.