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Sábado, 16 de Noviembre de 2024
César Vidal

César Vidal

Jesús, el judío (XXXII)

Domingo, 10 de Marzo de 2019

“EL QUE ESCUCHA MIS PALABRAS…” (II):  El anuncio de juicio

Jesús regresó a Galilea por última vez algunos días después.   Por lo que nos ha transmitido la fuente lucana a esas alturas, aunque el número de discípulos había crecido y continuaba activo (Lucas 10, 1-24), la población, en su mayoría, seguía siendo impermeable a la predicación (Lucas 10, 13 ss).   Si Jesús tuvo por aquel entonces la tentación de contemporizar – algo que no había hecho jamás – la resistió admirablemente porque en un encuentro con un fariseo volvió a marcar distancias de manera considerable (Lucas 11, 37-54) hasta el punto de hacer referencia al juicio de Dios que recaería sobre la generación presente que no había querido escuchar a los profetas:

 

           Por tanto, la Sabiduría de Dios también dijo:  les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos a unos matarán y a otros perseguirán; para que de esta generación sea exigida la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la fundación del mundo; desde la sangre de Abel, hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo.  Así os digo: será exigida a esta generación.  ¡Ay de vosotros, doctores de la ley que habéis sujetado la llave del conocimiento!  Vosotros mismos no habéis entrado y habéis impedido entrar a los que deseaban hacerlo.  Y, mientras les decía esto, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo en gran manera, y a provocarlo para que hablara muchas cosas, acechándolo, y procurando cazar algo de su boca con que pudieran acusarlo.

(Lucas 11, 49-54)

   

      Las últimas predicaciones de Jesús en Galilea abundaron todavía más en esos temas.  Señaló así, por ejemplo, que era estúpido confiar en los bienes materiales como aquel desdichado rico que se puso a hacer planes sobre el futuro y se murió esa misma noche (Lucas 12, 15-21).  Tampoco había que dejarse llevar por la ansiedad.  Por el contrario, había que depositar toda confianza en Dios que se ocupa de las aves del cielo y de las flores del campo (Lucas 12, 27-30).  En resumen, había que buscar el Reino de Dios y su justicia en la certeza de que lo demás sería dado por añadidura (Lucas 12, 31).  Por supuesto, se produciría oposición, pero, una vez más, Jesús enfatizó que el único que merece el temor de los hombres es Dios ante el que habría que responder algún día.  Fueran o no conscientes de ello, la decisión más trascendental en esta vida era la de volverse hacia Dios o rechazar su llamamiento.  Ni siquiera la realidad política más cercana podía cambiar esa situación.  La fuente lucana ha conservado al respecto un episodio especialmente revelador:

 

         Por esa misma época estaban allí algunos que le contaron lo que había pasado con los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con sus sacrificios.  Jesús les respondió: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? 
Pues escuchadme: No lo eran.  Por el contrario; si no os convertís, todos os perderéis de la misma manera.  O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?  Pues escuchadme: No lo eran.  Por el contrario, si no os convertís, todos os perderéis de la misma manera. 

(Lucas 13, 1-5)

 

 

        El pasaje difícilmente puede resultar más iluminador.  Hasta Jesús llegaron unas personas que le refirieron como Pilato había llevado a cabo la represión de unos galileos [1].  Había esperado a que estuvieran ofreciendo sacrificios y entonces, algunos soldados romanos que se habíand deslizado entre la multitud convenientemente disfrazados, les habían dado muerte.  En un sentido escalofriantemente literal, habían mezclado la sangre de los animales sacrificados con la de los galileos.  Una desgracia semejante había acontecido a los que trabajaban en la torre de Siloé, una de las obras realizadas por el poder romano. Quizá algunos pensaran que los galileos se merecían aquella suerte por la manera en que se oponían a la política de Roma; quizá otros estuvieran seguros de que los de la torre eran los que se merecían aquella desgracia por colaborar con un poder opresor.  Pues bien, ambas conclusiones eran falsas.  Según la enseñanza de Jesús, independientemente de su adscripción política, todos los hombres necesitan la conversión.  Piensen lo que piesen, han de volverse hacia Dios ante El que deberán comparecer más tarde o más temprano. El mensaje no podía ser más claro: a menos que alguien se convierta, perecerá... sea cual sea su posición de cara al poder romano.   La disyuntiva verdaderamente esencial en toda vida humana no es si optó por tal o cuál fuerza política, sino si se volvió a Dios o continuó dándole la espalda, actitud esta última que podía coincidir incluso con la práctica religiosa.  A fin de cuentas, eso era lo que sucedía con no pocos de los contemporáneos de Jesús cuya actitud quedó simbolizada en uno de sus meshalim comparándola con una higuera que se niega a dar fruto:

 

     Dijo también esta parábola: Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló.  Y dijo al viñador: Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué utilizar también mal la tierra?  El entonces le respondió: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone.  Y si diera fruto, bien; y si no, la cortas. 

(Lucas 13, 6-9)

 

 

      Al fin y a la postre, ése era el gran drama cósmico en el que estaba inmerso Israel.  Al igual que Isaías había ya indicado siglos antes, Jesús podía decir que Israel era una viña que, a pesar de los cuidados de Dios, no había dado fruto y que por ello recibiría su justo castigo (Isaías 5, 1-7).  Desde hacía casi tres años, Jesús había predicado sobre la necesidad de que se produjera  una conversión nacional sin que ésta tuviera lugar.  Un año más, y ésa gran oportunidad concluiría.  Sería el año que discurriría entre el momento en que Jesús saliera definitivamente de Galilea y se encaminara de manera definitiva hacia Jerusalén. 

CONTINUARÁ

Go Tell It on the Mountains

Sábado, 9 de Marzo de 2019

Escuché por primera vez esta canción cuando era niño.  En aquella época, bajo el influjo del Vaticano II, en las misas decidieron mejorar un poco el aspecto musical y como la música católica buena brillaba por su ausencia – a lo más que llegaban era a algunas canciones de Ricardo Cantalapiedra y de Kiko Argüello - con bastante sensatez, se dedicaron a echar mano de los himnarios protestantes y, especialmente, de los negro spirituals.  Al igual que había sucedido con otros negro spirituals, la adaptación no era ninguna maravilla, pero la canción era muy buena.

Años después ya tuve posibilidad de oírla en versión original.  Comprobé entonces que se trataba de una composición sencilla y profunda a la vez.  Era una invitación alegre y gozosa para decir en todas partes que Jesús había nacido.  Yo he escogido para que la escuchen una versión casi acariciadora de Dolly Parton.

Para ser sincero, no se me ocurre anuncio más oportuno, necesario y bello.  Porque no se trata sólo de una canción alegre sino de una manifestación serena de esperanza.  El mundo puede yacer en una situación deplorable.  Las perspectivas pueden dibujarse desalentadoras.  El panorama puede resultar deprimente.  Pero aquel que conoce a Jesús no debe dejarse anegar por esa situación.  Por el contrario, tiene que sentir que más que nunca su deber es subirse a la montaña más alta y gritar que todavía queda esperanza y futuro por que el mesías ya vino.  Así es para todo el que decida aceptarlo semejante regalo con fe.  God bless ya!!!  ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!   

 

 

    Aquí está Dolly Parton

  

 

  El evangelio de Marcos es un evangelio extraordinariamente sutil.  Por un lado, Marcos rehuye totalmente aquellos elementos que podrían llevar a los paganos a confundir a Jesús con un dios o un héroe – una majadería en que han caído algunos de los autores de estos tiempos – pero, por otro lado, nos muestra quién es verdaderamente.  Marcos no hace referencia al nacimiento de una virgen, a la paternidad de un dios, al descenso al mundo en poder.  Todo eso ya lo tenían los paganos.  Jesús aparece como un siervo sin ascendencia, sin vinculación de su ser con un dios, sin elementos maravillosos y sin embargo… ah, sin embargo, Marcos cuenta eso y mucho más de Jesús.

     Jesús era ciertamente el mesías y el Hijo de Dios, pero en un sentido sin paralelo en el paganismo.  De entrada su ministerio fue precedido por un extraño personaje llamado Juan que salió a predicar la conversión en el desierto con una apariencia aún más extraña que la de un filósofo como Diógenes.  Sin embargo, los paganos debían saber algo.  Primero, que Juan estaba cumpliendo una profecía – sí, el Antiguo Testamento tenía profecías y se cumplían – y segundo, que esa profecía aparecía unida al mismo Dios.  Era el camino de YHVH el que se abriría en el desierto, era el mismo YHVH el que vendría.  Aquel humilde artesano venido de Galilea era, pues, el mismo YHVH, pero, a diferencia de los dioses paganos, ni realizaba pruebas de fuerzas, ni perseguía mujeres para acostarse con ellas, ni iba regando de hijos la tierra.  Por el contrario, Jesús hizo acto de presencia sumándose a la predicación de conversión de Juan el Bautista.

     Semejante acto – a fin de cuentas el reconocimiento de un rey por un profeta como aparece tantas veces en el Antiguo Testamento – no era igual que el reconocimiento del emperador de Roma por el pontífice máximo o la manera en que los papas ungirían a emperadores durante siglos.  Esa era una visión romana, pagana, distinta de la que Marcos estaba enseñando a los romanos.  Jesús salió del agua y el Espíritu Santo descendió sobre él y Dios lo reconoció como quién era.  Luego el Espíritu lo llevó al desierto donde ayunó, fue tentado por el Diablo y los ángeles lo sirvieron.  Todo ello relatado de la manera más sencilla porque Jesús no era Hércules realizando sus doce trabajos o, si a eso vamos, Buda enfrentándose con el demonio antes de recibir la iluminación. 

     Tampoco el mensaje de Jesús iba a ser como el de los dioses o los maestros que los romanos conocían.  Cuando Juan fue encarcelado, se pudo escuchar un mensaje que afirmaba cuatro cosas:

  1. El tiempo se ha cumplido
  2. El reino de Dios se ha acercado
  3. Convertíos
  4. Creed en el Evangelio.       

        El mensaje podía parecer sencillo – y sin duda lo era – pero, a la vez, contaba con una fuerza extraordinaria.

  1. El punto central de la Historia se había producido.   Durante siglos, los judíos habían esperado la llegada del mesías.  Ahora había llegado.  Como vimos en su día, Jesús llegó justo cuando señalaba la profecía de las setenta semanas de Daniel y había nacido cuando, según la profecía del Génesis, debía nacer el mesías, es decir, cuando hubiera un rey en Israel, pero no fuera judío como fue el caso de Herodes.
  2. El reino de Dios se acercaba.  Jesús iría mostrando cómo el reino de Dios – la soberanía de Dios – no era necesariamente como sus correligionarios pensaban, pero, en cualquier caso, el mensaje era claro.  La expectativa se cumplía.
  3. Convertíos.  Ante esas circunstancias, sólo cabía volverse hacia Dios.
  4. Creed en el Evangelio.  Todo esto eran buenas noticias – Evangelio – y lo mejor que se podía hacer era creerlas. 

     Sin duda, Marcos señala de manera telegramática esa predicación de Jesús, pero, sin duda, reproduce la quintaesencia de su mensaje como tendremos ocasión de ver.  Hay que destacar desde ahora que Jesús no está ofreciendo ritos, ceremonias, transacciones.  Llama a un cambio profundo, ahora, aceptando la soberanía de Dios, comenzando una nueva vida. 

CONTINUARÁ

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