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Lunes, 25 de Noviembre de 2024

Estudio Bíblico: Lírica bíblica (III): Salmos (III): Salmos del Hal.lel

Viernes, 29 de Mayo de 2015

​Dentro del libro de los Salmos hay un grupo especial – los salmos del 113 al 118 – que reciben el nombre salmos del Hal.lel. Los judíos los han considerado históricamente como una unidad que se recita en ocasiones especialmente alegres como la Pascua, Pentecostés o la fiesta de las cabañas. A esas fiestas, los judíos han ido añadiendo otras con el paso de los siglos – algunos suman, por ejemplo, el día de la independencia de Israel – pero en la época de Jesús se cantaban específicamente con las señaladas.

La palabra Hal.lel está relacionada etimológicamente con nuestro Aleluya que significa “alabad a YHVH” por lo que es fácil de entender que se trata de salmos de alabanza. No deja de ser significativo el contenido de estos salmos por todo lo que revelan del alma espiritual de un Israel en pacto con el Dios único.

El salmo 113 alaba a Dios porque, a pesar de Su altura, se inclina hasta los hombres (v. 6) y lo hace para cuidar de los que son humildes elevándolos desde su lastimosa situación (v. 8-9). El salmo 114 glorifica a Dios por haber sacado a Israel de la esclavitud de Egipto y haberlo introducido en la Tierra prometida. El salmo 115 es uno de los mayores alegatos nunca escritos en contra del culto a las imágenes. De hecho, lo que diferencia a los verdaderos seguidores de Dios de los que son paganos es que un fiel creyente jamás rendirá culto a una imagen y no lo hará porque esas imágenes son (v. 4-9):

… plata y oro,
Obra de manos de hombres.

Tienen boca, pero no hablan;
Tienen ojos, pero no ven;

Orejas tienen, pero no oyen;
Tienen narices, pero no huelen;

Manos tienen, pero no palpan;
Tienen pies, pero no caminan;
No hablan con su garganta.

Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.

Oh Israel, confía en YHVH;
El es tu ayuda y tu escudo.

 

El mensaje del salmo no puede ser más claro. Las imágenes son simple obras de hombres sin poder alguno y desprovistas de beneficio espiritual. A Dios le repugna profundamente ese culto a las imágenes y los que ante ellas se inclinan y les rinden cualquier tipo de culto están, espiritualmente, tan ciegos, sordos, insensibles e inmóviles como ellas. Sin duda, es un mensaje que sonará duro para algunos, pero resulta innegable que los judíos se liberaron de cualquier tentación de rendir culto a imágenes hace milenios y que los primeros cristianos jamás incurrieron en esa forma de idolatría. Los que caen en esa práctica y todavía más los que incitan a la gente a actuar así no se diferencian espiritualmente de ese pedazo de madera, oro o plata ante el que se inclinan. Por añadidura, permiten entender no poco de la suerte sufrida por ciertos pueblos.

El salmo 116 está relacionado con la capacidad de Dios para librar del enemigo invencible del hombre, es decir, la muerte. El salmo 117 señala cómo Dios es bondadoso con todos los pueblos. El salmo 118 – consumación del Hal.lel – vuelve a incidir en la gratitud debida a Dios por su salvación, pero contiene una profecía de enorme relevancia y es que el mesías – y no otro – será la piedra sobre la que se levantará el pueblo de Dios (v. 22-24). Es verdad que esa piedra será rechazada precisamente por buena parte de los que deberían haberlo aceptado porque hace siglos que lo esperaban, pero ese hecho prodigioso (v. 23) lo hizo YHVH y en él tenemos que regocijarnos (v. 24). Jesús se aplicó a si mismo el cumplimiento de la profecía y el ser la piedra de fundamento. No deja de ser significativo que cuando entró en Jerusalén en la última Pascua, la gente lo aclamará con la bendición que aparece en el v. 26.

Mateo (26: 30) cuenta como, tras la Cena de Pascua, Jesús y sus discípulos entonaron salmos. Eran precisamente estos salmos de Hal.lel en los que se recogía toda una teología en miniatura, la que habla de que Dios salvó a Israel en una Pascua como la que acababan de celebrar; de que, a pesar de Su inmenso poder, se abaja hasta los más humildes; de que, a pesar de Su pacto con Israel, hace bien a todas las naciones; de que es un idólatra espiritualmente muerto el que rinde culto a las imágenes y de que el mesías vendría a redimir al género humano y sería la piedra sobre la que se alzaría el edificio espiritual de Dios.

Sin duda, estos salmos deben servirnos para reflexionar sobre el inmenso amor de Dios y constituyen un poderoso instrumento para saber si determinadas prácticas y enseñanzas son de Dios o si, por el contrario, obedecen a un aliento espiritual que está tan muerto como un pedazo de madera.

Lectura recomendada: Salmos 113, 114, 115, 116, 117 y 118.

 

Para al que dude de que el Salmo 115 es real, seguramente, le sería conveniente que examinara estos videos

www.youtube.com/watch?v=UQYg17f9X04

www.youtube.com/watch?v=UQYg17f9X04

www.youtube.com/watch?v=fgZkD4ZBp10

(A partir del minuto 8)

 

 

Marcos 6: 1-6. La maldición de la falta de fe

En las semanas anteriores contemplamos el relato continuado de Marcos acerca de las maneras diversas en que Jesús mostraba cómo el Reino de Dios no sólo no era una religión sino que estaba por encima de semejante concepto y lo dejaba de manifiesto con un poder que era capaz de transformar vidas e incluso de vencer la enfermedad y la muerte. Todo ello era dado por pura gracia y por simple fe era recibido. Sin embargo, que un mensaje sea claro no quiere decir que vaya a ser aceptado. Los seres humanos prefieren no pocas veces aferrarse a sus tradiciones, a su visión de la religión, a lo que han creído toda la vida antes que confiarse a la generosidad de Dios.

El episodio que relata ahora Marcos precisamente confirma todo esto. Cuando Jesús llegó a Nazaret y comenzó a predicar, la reacción de la gente no fue la de recibir con alegría aquel mensaje de gracia del Reino. Todo lo contrario. Inmediatamente, intentaron descalificar aquella predicación que era distinta de su tradición religiosa recurriendo al ataque “ad hominem”. Jesús no era más que el hijo de María y el hermano de Santiago, José, Simón y Judas además de al menos dos mujeres. Incluso podrían haber añadido que sus hermanos – como nos cuenta Juan 7: 3-5 – no creían en él lo que, dicho sea de paso, no era sino un cumplimiento de la profecía mesiánica que indica que los hijos de la madre del mesías no creerían en él (Salmo 69: 8). No, los esquemas de años, quizá de siglos, no se los iba a alterar un artesano con una madre viuda que tenía un montón de hijos.

 

La respuesta de Jesús ante esa incredulidad sobrecoge. El profeta es alguien que, por regla general, no es aceptado ni en su patria, ni entre sus familiares, ni en su propia casa. Su destino suele ser trágico y así resulta porque son pocos los que están dispuestos a deshacerse de prejuicios que, ciertamente, son dañinos, pero a los que llevan aferrados desde tiempo inmemorial. Es verdad que si aceptaran esa predicación del Reino a través de la fe recibirían bendiciones indescriptibles como las que hemos visto en los versículos anteriores. Pero eso significaría reconocer su incapacidad, su impotencia, su error, su pecado, su incapacidad para salvarse por si mismos y semejante reconocimiento de la realidad les resulta insoportable. Se quejan, pero, a la vez, no quieren separarse de ídolos largamente venerados. Desean ser libres, pero besan las cadenas que los esclavizan espiritualmente. Lamentan su suerte, pero han cerrado la puerta al único que puede cambiarla. Gente así jamás recibirá las bendiciones de Dios. Como dice el evangelista (v. 5), esa gente jamás recibirá un milagro. Sin embargo, tal y como relata Marcos, no todos son así. Siempre existe un grupo que, humildemente, cree y por ello recibirá la bendición de Dios (v. 5).

La incredulidad es tan absurda que el propio Jesús se maravillaba de ella (v. 6), pero, a la vez, es innegable. Lo que cada uno debe preguntarse es si seguirá aferrado a sus tradiciones y prejuicios, a su religión y ceremonias o, por el contrario, abrirá su corazón a Jesús y a la predicación del Reino. Lo primero puede producir una cierta satisfacción derivada de una soberbia espiritual carente de la menor base; lo segundo constituye el único camino para recibir las bendiciones genuinas de Dios.

CONTINUARÁ:

Marcos 6: 7-32: Los Doce y Juan

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