Aunque los discursos y los escritos de Isaías no aparecen colocados en orden cronológico sino sistemático ese orden nos permite comprender perfectamente los énfasis del profeta. Su primer capítulo constituye un alegato de primer orden contra el reino de Judá y la religión que practican, pero también una advertencia seria para multitud de sociedades a lo largo de la Historia.
Isaías indica (1: 2) como hasta el cielo y la tierra son testigos de que las criaturas de Dios se han rebelado contra El. Demostrando una inteligencia menor que la de aquellos animales que conocen a su amo, los habitantes del reino de Judá carecen hasta de ese mínimo conocimiento (1: 3). De nada ha servido que la crisis nacional haya sido creciente y haya golpeado en todas direcciones (1: 5-8). A lo sumo hay algunos que se vuelcan en la religión nacional sin darse cuenta de que sus ritos y ceremonias no sólo no acercan a Dios sino que provocan Su asco (1: 11-14). Por paradójico que pueda parecer para muchos, Isaías está señalando no sólo que la religión no salva al ser humano sino que incluso lo puede alejar de Dios. A decir verdad, en esas ocasiones la gente extiende las manos hacia Dios, pero no les va a servir de nada (1: 15). La única salida para la crisis es volverse a Dios y dejar que limpie los pecados, rojos como la grana, hasta dejarlos blancos como la lana (1: 18).
Lamentablemente, en medio de esa sociedad azotada por la crisis, ese paso sólo lo ha dado un “resto” pequeño sin el que la sociedad de Judá sería semejante a la de Sodoma y Gomorra (1: 9). Porque no cabe engañarse, la sociedad es como una prostituta (1: 21) donde los homicidas campan por sus respetos (1: 21), lo valioso ha perdido su valor (1: 22), abunda el soborno y falta la justicia (1: 23) y todo se encamina hacia el juicio de Dios (1: 24-25) en el que el culto a las imágenes en santuarios no servirá de nada (1: 29) y los poderosos arderán como estopa (1: 31).
Este primer texto de Isaías – no por nada el primero – resulta de una extraordinaria relevancia. En una sociedad donde de manera casi institucionalizada, todos marchan apartándose de Dios; donde el latrocinio y la corrupción son generalizadas; donde los que deberían dar ejemplo no lo dan y donde la religión no es sino la tapadera falsa de la inmoralidad cuando no su excusa, la única salida es volverse a Dios pedir perdón por unos pecados que son ya tan llamativos como el color escarlata y comenzar una nueva vida. Es cierto que esa posición sólo la tiene un grupo pequeño – un resto – y que, muy posiblemente, todo acabará en un juicio de Dios sobre esa sociedad. No es menos cierto, sin embargo, que el mensaje del profeta será el de conversión para evitar esa catástrofe y lograr una restauración nacional.
CONTINUARÁ
Lectura recomendada: Lea con detenimiento el capítulo 1 de Isaías.