Isaías es uno de los personajes más prodigiosos de todo el Antiguo Testamento. En relevancia teológica, sólo Moisés con la Torah y David a través de los salmos pueden rivalizar con él. Incluso los otros profetas mayores – Jeremías, Ezequiel y Daniel en el cristianismo – no llegan a su altura en términos estilísticos y temáticos. Tampoco en la prolongación de su ministerio profético.
Isaías fue un residente de Jerusalén aunque no está claro cómo era su familia. Sí sabemos que estaba casado y que su esposa era denominada “la profetisa” (8. 3), quizá porque compartía el ministerio profético con él. lo cierto es que, aunque sea poco conocido, en la Biblia aparecen en varias ocasiones – incluido en la iglesia primitiva (Hechos 21: 9) – mujeres que tenían el don de la profecía. También tuvo Isaías dos hijos que, significativamente, tenían nombres que resaltaban el anuncio profético. Uno de ellos se llamaba Shear-Yashúb (un remanente volverá) y otro Maher-Salal-Hash-Baz (pronto para el saqueo, rápido para el botín). Consideraciones aparte sobre lo que pensarían los hijos, ambos nombres tenían un significado obvio ya que apuntaban a la desgracia que se dibujaba en el horizonte del reino de Judá, pero también a la esperanza de que un resto se vería salvado del desastre. Como diría Isaías, no sólo él sino también sus hijos eran “señales” de Dios (8: 18) y la sensación que se tiene es que toda la familia al completo tenía existencias que giraban sobre el ministerio profético. Nada de eso, por cierto, llevó a Isaías a la soberbia. Lejos de ser como ciertos personajes que gustan de aparecer fotografiados en periódicos y revistas como familias modelo, Isaías jamás se permitió caer en semejante exhibicionismo espiritual. Seguramente fue así porque, como señala el capítulo 6, nunca se le escapó la realidad de que era un pecador, de que no tenía mérito alguno y de que si podía hacer algo era porque Dios, previamente, lo había purificado por pura gracia y lo había llamado. Como en tantas ocasiones, en el trato de Dios con los hombres todo es gracia inmerecida y los que piensan que hacen méritos y se ganan la salvación con ellos simplemente no saben nada y discurren por el mismo camino siniestro que el fariseo de la parábola de Jesús (Lucas 18: 9-14).
Si juzgamos a partir de 1: 1 tenemos que concluir que el ministerio de Isaías se extendió durante una parte del reinado de Uzías - quizá cuando quedó leproso y su hijo se convirtió en corregente (2 Reyes 15: 5; 2 Crónicas 26: 21) – todo el de Ajaz y Ezequías y posiblemente una parte de el de Manasés. Estaríamos hablando, por lo tanto, de una dilatadísima carrera profética que habría comenzado en torno al 740 a. de C. – quizá antes – y que habría concluido quizá con posterioridad al 687 d. de C.. Si Isaías tenía en torno a 25 o 30 años a la muerte de Uzías, habría nacido en torno al 770-765 a. de C. Por lo tanto, su vida habría sido dilatada llegando a octogenario o incluso más.
Desde el siglo XIX, algunos autores han insistido en atribuir a Isaías sólo los capítulos 1-39 del libro considerando que del 40 al final corresponderían a otro autor. No sólo eso. En las últimas décadas, algunos consideran que no toda la primera parte de Isaías se correspondería a él y que incluso la segunda podría estar relacionada con una pluralidad de autores, por supuesto, sin identificar. La realidad es que los argumentos dados al respecto nunca me han resultado convincentes y que, por el contrario, veo notables razones para atribuir todo el libro a Isaías. En primer lugar, se encuentra el hecho de la similitud de lenguaje y de estilo en todo el libro. La erudita israelí Rachel Margalioth publicó en 1964 un libro titulado The Indivisible Isaiah (El Isaías indivisible) donde mostraba cómo todo el libro era obra de un solo autor. Lo cierto es que hay multitud de expresiones que sólo encontramos en el libro de Isaías tanto si nos referimos a los primeros 39 capítulos o a los que comienzan en el 40. Por ejemplo, denominar a YHVH el Santo de Israel es peculiar de Isaías y se usa el término 12 veces en la primera parte y 13 en la segunda. Lo mismo puede decirse expresiones propias sólo de Isaías como “no me deleité” (lo hafatstí) en 1: 11; 65: 12 y 66: 4; “no se alzarán” (bal-yakumu) en 14: 21 y 43: 17; todo hombre se volverá (ish panah) en 13: 14; 53: 6; “he derribado” (ve-orid) en 10: 13; 63: 6, etc. Lógicamente, el libro de Isaías es muy rico en expresiones y no sorprende teniendo en cuenta los años de ministerio del autor, pero su primera y su segunda parte son propias de un solo escritor y tienen paralelos que no se encuentran en el resto del Antiguo Testamento.
Por otro lado, hay más argumentos que apuntan a Isaías como autor. En ninguna parte del texto hay referencias a otro escritor sino que el encabezamiento del libro de Isaías es claro al mencionar sólo al profeta (1: 1). De manera semejante, los documentos del mar Muerto no muestran laguna ni separación entre los 39 primeros capítulos y los siguientes. En cuanto al Nuevo Testamento, atribuye a Isaías las dos partes del libro (Mateo 3: 3 cita de Isaías 40: 3; 8: 17 de 53: 4; 12: 17-8 de 42: 1, etc). Quizá los judíos anteriores a Jesús, Jesús y sus primeros seguidores judíos estaban equivocados, pero, sinceramente, no creo que fuera así. De hecho, resulta difícil de creer que los judíos conservaran el nombre de profetas como Miqueas, Abdías o Nahum cuyos libros son muy breves y olvidaran al de una pieza literaria tan extraordinaria como los últimos capítulos de Isaías. La realidad es que todo el libro se debe a un solo autor, un profeta extraordinario llamado Isaías a cuya época y mensaje dedicaremos las próximas entregas.
CONTINUARÁ