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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Los libros proféticos (XXI): Ezequiel (IV): el profeta que anuncia la Verdad y la restauracion

Viernes, 24 de Junio de 2016

La última sección que vimos del profeta Ezequiel concluía con la reasunción de su compromiso de ser atalaya para su pueblo. Los capítulos que vienen a continuación (c. 34-48) comienzan con una afirmación terrible, la de la perversión pavorosa experimentada por los pastores de Judá.

En no escasa medida, el reino de Judá se había desplomado porque sus pastores se habían dedicado fundamentalmente a aumentar riquezas y poder (34: 10-11). Sería el propio YHVH el que acabaría corrigiendo esa situación cuando El mismo viniera, una afirmación cargada de trascendencia teológica (34: 12). Sería el propio Dios el que apacentaría a las ovejas (34: 15 ss) e iniciaría con ellas un pacto de paz (34: 25). Sería entonces cuando sabrían que YHVH es Dios (34: 30-31). Desde luego, no deja de ser significativo que Jesús – con ecos innegables de Ezequiel 34 – se refiriera a si mismo como el Buen pastor (Juan 10) contrapuesto a otros que no lo eran.

No sólo era cuestión de que los enemigos de Judá – como Edom – serían objeto del juicio de Dios (c. 35). Además Israel regresaría a su tierra (c. 36), pero lo importante no sería ese hecho sino el de que se operaría una transformación espiritual sin precedentes. El inicio de ese cambio fundamental se basaría en una nueva situación en la que el agua espiritual limpiaría todo y se recibiría un espíritu nuevo (36: 25-27). Es este pasaje el que citaría Jesús al hablar del nuevo nacimiento (Juan 3) lo que explica por qué le resultaba sorprendente que Nicodemo, un maestro de la ley no supiera de que estaba hablando (Juan 3: 9-10) y convierte en bochornoso que alguien asocie el pasaje con el bautismo - ¡por que se habla de agua! – que era un tema del que un maestro de la ley no podía saber nada.

Ezequiel no creía que la restauración de Israel viniera por un regreso a la tierra histórica – como el sionismo posterior – sino por la llegada del YHVH pastor y por un nuevo nacimiento. De hecho, la misma visión del capítulo 37 sobre los huesos secos recubiertos de carne y vida puede ser una referencia literal a la resurrección, pero tiene más visos de corresponderse con la idea de una nueva vida de carácter espiritual: los que estaban muertos y llegan a la vida. Un día, el reino de David sería restaurado, pero no sería obra de los hombres sino del siervo-rey instituido por YHVH (37: 24). Esa realidad ni siquiera podría acabar cuando Gog se levantara al final de los tiempos contra el pueblo de Dios (c. 38-9).

Los últimos capítulos de Ezequiel constituyen una descripción alegórica de la restauración mesiánica. Habrá un nuevo templo (c. 40-42), pero lo importante no será el edificio ni su reconstrucción sino el hecho de que albergará otra vez a la Gloria de Dios que lo había abandonado antes de su destrucción (c. 43). Esa nueva situación iría vinculada a un nuevo culto (c. 44) y a una nueva distribución de la tierra (c. 45-48) en la que será común un río de agua viva surgido del templo (47: 1-20).

¿Deberíamos interpretar estas profecías como algo que se cumplirá en el futuro o como oráculos condicionados? Creo más verosímil la segunda posibilidad. Mientras que ciertos anuncios de Ezequiel resultaron claros, vinculados a la acción directa de Dios y unidos a la llegada de YHVH como pastor y, de forma lógica, Jesús y el cristianismo primitivo los consideraron cumplidos, las promesas a Israel siempre han sido condicionadas a su regreso a Dios. La Torah lo había señalado claramente siglos antes (Deuteronomio 28) y Jesús reincidió en ello medio milenio después: el rechazo al mesías se traduciría en que “el Reino de Dios os será quitado y será dado a una nación que produzca sus frutos” (Mateo 21: 43). Un Israel que abrace al mesías de Dios recibirá esas bendiciones de Dios, pero de no ser así… “os digo que desde ahora en adelante no me veréis más hasta que digáis: ``BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR (Mateo 23: 39). Esperar paz, sosiego, bendición aparte es, simplemente, utópico.

No sorprende que no haya nada más lejos del nacionalismo que el mensaje de los profetas. Dios ni estaba prometiendo el triunfo a los judíos por su condición de tales; ni estaba anunciando que bendeciría cualquier intento humano de restauración nacional. Por el contrario, había dejado bien claro que sus pastores eran una calamidad desastrosa; que la única - ¡única! - esperanza para Israel estaría en la venida del propio YHVH como pastor; que la restauración real de Israel se produciría a través del nuevo nacimiento y no de un regreso humano al solar histórico; que el Templo no tendría la menor utilidad si no regresaba la Gloria de Dios a morarlo y que el no tenerlo en cuenta sólo podría generar falsas restauraciones nacionales como las que vivieron los judíos en los siglos previos al nacimiento de Jesús y la que sufrirían al alzarse contra Roma en el año 66 d. de C..

No era un mensaje grato ni entonces ni ahora, pero era fidedigno y, por encima de todo, era el que Dios anunciaba a través de Su profeta. Condensaba, pues, la única esperanza para la Humanidad: el mesías de Dios y el nuevo nacimiento que permite entrar en el Reino de los cielos.

CONTINUARÁ

Lectura recomendada: Capítulo 34; 36; 37.

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