Finalmente, lo encontraron en el templo. En contra de lo que se cuenta. Jesús no era un niño repipi que andaba dando lecciones a los rabinos como aparece en ciertas representaciones artísticas. Era un niño interesado en las cuestiones del Señor. Por eso, en medio de una reunión de maestros de la Torah escuchaba y preguntaba (v. 46). La descripción constituye todo un tratado educativo. Jesús aprendía como deben aprender todos aquellos que tienen doce años: escuchando y preguntando. No es, desde luego, la imagen que vemos hoy donde en las series de televisión los mocosos son más inteligentes que sus madres – generalmente, histéricas – o sus padres, unos imbéciles integrales. A los doce años, aquel que desee crecer adecuadamente ha de escuchar a sus mayores y resolver sus dudas e ignorancia mediante preguntas. No era señal de cortedad porque, a decir verdad, los que escuchaban a Jesús se quedaban maravillados por lo que decía (v. 47).
La reacción de María fue la natural en una madre. Preguntó a Jesús por qué se había comportado así sin tener en cuenta la preocupación de sus padres (v. 48). La respuesta de Jesús no fue una protesta alegando que no le dejaban en libertad, que no podía vivir su vida, que lo agobiaban. Fue que no había razones para preocuparse porque era obvio que tenía que ocuparse de las cosas de su Padre (v. 49). Pero ni José ni María lo entendieron (v. 50). De ahí, Jesús no derivó una sensación de superioridad sobre unos padres ignorantes o menos espirituales. No los trató con desprecio o displicencia. Por el contrario, regresó con ellos a Nazaret y les estuvo sometido (v. 51). Lucas comenta – posiblemente se lo contó María – que la madre se quedaba con aquellas cosas y reflexionaba sobre ellas, quizá sin sacar mucho en claro. Mientras tanto Jesús crecía en todos los sentidos: física, mental y espiritualmente (v. 52).
CONTINUARÁ