En todas y cada una de las historias queda objetivamente de manifiesto el poder y la autoridad de Jesús, pero resulta de especial interés la respuesta de los que fueron testigos de aquellos hechos excepcionales. Ante el aquietamiento de la tempestad, los discípulos respondieron con estupefacción preguntándose retóricamente quién era Jesús (4: 41) porque era obvio que sólo YHVH tiene poder sobre el viento y el mar (Salmos 107, 25; Jonás 1, 4; etc). De hecho – y en contra de Hollywood – Moisés no dominó el viento que abrió el mar de las cañas sino que fue el propio YHVH (Éxodo 14, 21-22). Visto lo visto y conocido lo conocido, ¿quién era Jesús?
Viendo al endemoniado gadareno en su sano juicio – a costa de malograrse una jugosa piara de cerdos - ¿por qué los que vieron todo prefirieron pensar en su negocio en lugar de abrazar un inmenso poder que era capaz de expulsar toda una legión de demonios? (5, 15-17). Sólo el endemoniado fue capaz de actuar de acuerdo a lo sucedido y dar testimonio (5, 18-20).
Más peculiar si cabe fue la respuesta ante la curación de la mujer y la resurrección de la hija del principal. En el primer caso, se trataba de una mujer que ya se había gastado en médicos todo (5, 26) sin ningún resultado. La mujer dio testimonio público (5, 33) y Jesús afirmó de manera rotunda que era la fe lo que la había salvado, pero no parece que hubiera reacción alguna.
El último episodio es, sin duda, el más sobrecogedor. Jesús no quiso convertirlo en un espectáculo o en una plataforma de promoción personal. Tomó consigo sólo a los tres discípulos más cercanos (5, 37), se deshizo de los presentes (5, 38) y levantó a la niña de entre los muertos – la expresión puede traducirse tanto levántate como resucita – provocando el espanto de los padres (5, 42). Jesús entonces insistió en que no difundieran lo sucedido y en que se ocuparan de alimentarla.
En todos y cada uno de los casos, Jesús dejó claramente de manifiesto que era el Señor. Sin embargo, las respuestas variaron del temor a la estupefacción, del deseo de que se fuera a la gratitud, del testimonio al ansia de que desapareciera. Sin duda, se trata de un tema para reflexionar porque Dios está tendiéndonos la mano siempre en la persona de Jesús. Nos anuncia que puede vencer la enfermedad y la muerte, el poder demoníaco y la naturaleza, el pecado y la soledad. Pero ¿cuál será nuestra respuesta? ¿Nos preguntaremos abrumados por lo que sucede aunque sea una respuesta a nuestra súplica? ¿Recibiremos con gratitud el poder que puede cambiar nuestras vidas como no lo hará ningún ser o, por el contrario, lo invitaremos a irse porque tememos el impacto que puede tener en nuestro bolsillo o en nuestra existencia? ¿Tendremos fe para recibir lo que ansiamos a pesar de lo que se extiende ante nuestra vista o, por el contrario, nos sumiremos en la incredulidad apartando la bendición que puede ser nuestra?
Preguntas como ésas y otras similares quedaban planteadas por aquellos relatos procedentes de un testigo ocular. Se dirigían a aquellos paganos dispuestos a inclinarse ante la imagen de una divinidad, a realizar ofrendas, a intentar negociar con los dioses. A ellos se les decía que en Jesús había infinitamente más que en aquellas imágenes, aquellos templos, aquellos sacerdotes que conocían, pero ¿cuál sería su respuesta? Aún más relevante hoy en día: ¿cuál es la nuestra?
CONTINUARÁ