Vez tras vez, Jesús se había referido a cómo su Reino no era como los otros reinos, a cómo sus apóstoles no eran gente que iba recibir porciones de poder sino a servir, a cómo todo se debía a que el mesías no era un conquistador nacionalista como esperaba la mayoría de los judíos sino el Siervo sufriente profetizado por Isaías. La mayoría de sus discípulos se resistía a ver aquella realidad. Quizá Judas la comprendió de manera meridiana en aquel encuentro en Betania, posiblemente en casa de su padre. Seguir a Jesús no era el camino para hacer fortuna. No era como seguir a conquistadores del talante de Pizarro y Cortés en busca de gloria y oro. A decir verdad, era transitar el camino de la cruz.
Es posible que Judas se aferrara a la idea de que Jesús fuera la clase de mesías que él deseaba. Incluso también es posible que hubiera creído que la entrada triunfal en Jerusalén afirmaba esa posibilidad. Ahora ya no cabía seguir engañándose. El mismo Jesús había dejado de manifiesto que iba a morir en breve y que aquella incómoda mujer lo había ungido para la sepultura. Lo que se extendía en el futuro inmediato no era la toma del templo, la expulsión de la corrupta clase clerical y la derrota de los romanos sino la ejecución de Jesús. Ante esa tesitura, Judas decidió sacar lo que fuera de los casi cuatro años perdidos al lado de Jesús (14, 10-11). No parece que lo hiciera por dinero ya que la cifra que le ofrecieron – el equivalente a un mes de trabajo de un bracero – era pequeña, pero sí es muy posible que pensara que las monedas algo – mínimamente – le compensaban por haber seguido a un hombre que lo había defraudado. He tenido ocasión de ver esta conducta en distintas personas en varias ocasiones. El traidor recibe una recompensa ínfima, a veces incluso ridícula, pero el factor monetario es de segunda importancia. Lo auténticamente relevante es la frustración sentida, el resentimiento acumulado, la ira contenida, la envidia concentrada porque las cosas no han sido como se esperaba que fueran. De repente, el maestro, el amigo, el compañero se convierten en alguien a quien se anhela destruir. Puede que el estallido sea breve, incluso que luego venga un amargo dolor, pero las consecuencias resultan inmensamente destructivas porque de esa explosión brotan traiciones, calumnias e incluso crímenes. La maldad hace acto de presencia y la recompensa económica es lo de menos. Es mucho más relevante intentar deshacerse de la frustración de saber qué no se alcanzará lo deseado. Se trata de una conducta verdaderamente diabólica. Exactamente la que llevó a Judas a traicionar a Jesús.
CONTINUARÁ