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Jueves, 21 de Noviembre de 2024

Una guía para estudiar la Biblia (I)

Viernes, 10 de Octubre de 2014
Señalé hace unos meses que, a petición de no pocas personas que pasean por este muro, esta nueva temporada tendríamos una sección para ir estudiando la Biblia poco a poco. Será, Dios mediante, una sección semanal, sumamente sencilla y, en la medida de lo posible, con un enfoque práctico. La colocaré los viernes – justo antes del fin de semana – porque la idea es que, poco a poco, los lectores puedan ir familiarizándose con los libros que forman la Biblia y, a la vez, adentrándose poco a poco en ella.

​Como ya he indicado en otras ocasiones, tras décadas de dedicarme al estudio de las Escrituras, estoy más que convencido de algo tan sencillo como que nada funciona mejor a la hora de estudiar la Biblia que el hecho de estudiar la Biblia. En otras palabras, para poder adentrarse en ella, creo que es más que suficiente – y dará magnífico resultado – contar con tres cosas: una buena traducción de la Biblia, una concordancia y un cuaderno para tomar notas. Examinemos los tres elementos en orden inverso.

1. El cuaderno: por supuesto, vale cualquiera. Bastará con que el lector se sienta cómodo con él. En Estados Unidos, es difícil de pensar que lo lleve encima dado que la gente, por regla general, conduce un automóvil para desplazarse, pero en España donde suele existir un sistema de transporte público excelente – el metro de Madrid es el mejor del mundo y las líneas de autobuses y cercanías están muy bien – hay muchas posibilidades de ir leyendo y tomando notas mientras uno se desplaza hacia o desde el trabajo.

En ese cuaderno – llegarán a ser varios – se pueden ir anotando las cosas más llamativas, las que nos resultan útiles en un momento dado y las que no entendemos. Cuando se prosigue con esa ocupación tan sólo unas semanas – a veces unos días – uno descubre que cosas que no comprendía se aclaran con enorme nitidez, que ha aprendido muchísimo y que la luz que los textos arrojan para su vida cotidiana es impagable.

En las no pocas mudanzas que he tenido que vivir a lo largo de mi vida he perdido multitud de libros, objetos y demás. Creo que de lo poco que lamento haber extraviado son esas anotaciones de años. Por lo tanto, ya se sabe: el cuaderno es imprescindible.

2. Una concordancia: cuando hablo de concordancia no me refiero a las que suelen venir adosadas a algunas ediciones de la Biblia. Ésas tienen cierta utilidad para una consulta rápida y para textos muy conocidos que no se sabe dónde localizar en un momento determinado. Sin embargo, para entrar en profundidad en un tema es preciso una concordancia que recoja todas las palabras de la Biblia y el lugar donde se encuentran. Recomiendo en especial la Concordancia de las Sagradas Escrituras de la editorial Caribe.

La concordancia permite estudiar un tema en profundidad evitando que alguien se dedique a manipular un par de textos para intentar asentar su peculiar posición teológica. ¿Quiere alguien saber lo que la Biblia enseña sobre el ayuno, el bautismo, la riqueza, el matrimonio o cualquier otro tema? Hay una manera fácil de acometer tan provechosa tarea. Que, valiéndose de una concordancia como la citada, busque la palabra en cuestión todas las veces que aparece en la Biblia.

Semejante práctica es enormemente útil y recompensadora. De forma sorprendente, el lector se percatará de que ante él se ofrece un panorama de inmensa claridad y podrá discernir hasta qué punto lo que le enseñan los domingos – si es que va a alguna iglesia – tiene mucho o poco que ver con lo que Dios ha revelado en Su Palabra. Con todo, podemos dejar la adquisición de la concordancia para un poco más adelante.

3. La Biblia: son muchas las personas que a lo largo de la semana – según la jornada, incluso a lo largo del día – me preguntan por una buena traducción de la Biblia. Por supuesto, ninguna sustituye del todo a la lectura de los originales en hebreo, ocasionalmente arameo y griego, pero, como todos sabemos, el conocimiento de las lenguas bíblicas no es muy común y, se quiera o no, hay que echar mano de alguna versión.

Personalmente, yo me quedo con la Reina Valera de 1960, ocasionalmente con la de 1977 – nada fácil de encontrar, por otra parte – y si no hay más remedio con la revisión previa de inicios del siglo XX que es justo la que aparece al margen de mi edición del Nuevo Testamento interlineal griego-español. La denominada Biblia del Oso es una excelente traducción, pero su español es anterior a Cervantes y cuesta muchísimo leerlo en términos generales. También de interés es la denominada Versión Moderna – ya bastante antigua – que tiene una notable ventaja y es que su traductor puso en cursiva las palabras que añadía para dar sentido a las frases. Se puede ver con facilidad que no pocas veces al quitar esas palabras el texto se entiende mejor y de forma más cercana al original. Otros traductores no han tenido esa delicadeza y así circulan por el mundo las versiones que circulan.

No recomiendo en absoluto ni la Versión Internacional – cuya base textual para el Nuevo Testamento me parece más que deficiente y cuyo texto me recuerda mucho a la NVI en inglés – ni mucho menos la Versión popular - también conocida como Dios llega hoy, etc – que es todavía peor. Por lo que se refiere a versiones como La Palabra o la Ecuménica publicada por las Sociedades bíblicas y alguna editorial católica me parecen francamente horripilantes. En un intento – imagino que bien intencionado – por acercar el texto al lector se han empeñado en simplificarlo de tal manera que ha dejado de decir lo que dice y dice cosas rarísimas e inexactas. Creo que Pablo, Lucas o Juan se quedarían más que perplejos al contemplar la manera en que los han traducido.

Las traducciones católicas de la Biblia son muy desiguales y ése es su mayor defecto junto con la obligatoriedad de incluir notas de acuerdo al dogma. Lo de las notas viene del lógico temor a que la gente normal y corriente lea las Escrituras y no llegue precisamente a conclusiones semejantes a las de la jerarquía católica. Con todo, desde el Vaticano II, la libertad de los autores de las notas ha aumentado notablemente y lo mismo se puede uno encontrar una defensa cerrada del dogma católico que un comentario que lo pone en solfa como un disparate monumental o un caluroso aplauso a una lectura de izquierdas del texto. A decir verdad, nunca se sabe a ciencia cierta que puede aparecer. Personalmente, yo soy partidario de no leer con notas porque sirven para, fundamentalmente, enredar y entorpecer la lectura lo mismo si es de la Biblia que del Quijote o del Lazarillo. Conocido el texto, quizá sí merezca examinar lo que afirma el comentarista, pero más que nada para comprobar el grado de acuerdo o desacuerdo con él. Además no cabe engañarse: los autores de la Biblia no escribieron notas a su texto.

Pero volviendo a la cuestión de los textos desiguales… Por ejemplo, la edición de la Biblia de Jerusalén que tengo ahora ante la vista contiene una magnífica traducción de la carta a los Romanos y una más que criticable del libro de los Hechos. Para remate, cuando la comparo con la edición original francesa nunca sé si han traducido la versión española de la lengua de Molière o, verdaderamente, del hebreo y del griego. Salvo para mirar algún pasaje concreto no se me ocurre utilizarla.

 

Algo semejante me sucede con las ediciones debidas a Paulinas o la Nácar-Colunga. En ocasiones, alguno de los libros aparece magníficamente vertido al español mientras que unas páginas más allá damos con un texto que deja bastante que desear. La razón es esa manía de repartir la Biblia entre distintos traductores como si fuera una vaca en porciones. Al final, no todos están a la misma altura – reconozcámoslo – y el producto final se resiente.

Con todo, hay dos traducciones católicas en español que son notables. Una es la Cantera-Burgos publicada por la BAC. Tiene poca repercusión en el mercado porque es una traducción casi de y para especialistas, pero merece la pena consultarla con cierta frecuencia, en especial, su versión del Antiguo Testamento. La otra es la Biblia del peregrino debida al ya difunto Schökel. La Biblia del peregrino es la antigua Nueva Biblia española reconducida a la sensatez. En su día, la Nueva Biblia española fue una especie de best-seller de las Biblias porque se anunciaba como una traducción que, por vez primera, acercaba el verdadero sentido de las Escrituras. No era cierto, pero muchos se lo creyeron.

La Nueva Biblia española tenía un bellísimo Antiguo Testamento – había partes filtradas y refiltradas por gente dedicada profesionalmente a la poesía – pero junto con el primor literario incluía docenas de interpretaciones más que discutibles del texto. Para colmo, el traductor decidió quitar los nombres topónimos en hebreo y sustituirlos por su equivalente en castellano. Así, el lector se volvía loco para encontrar la localidad de Belén convertida en Casalpan si no recuerdo mal.

Para colmo, el Nuevo Testamento de la Nueva Biblia española – debido a Juan Mateos – era un verdadero desastre. Como Mateos, al parecer, no creía en la divinidad de Cristo se había dedicado de manera horrenda a retraducir todos los pasajes sobre el tema de una manera que recordaba a esa calamidad que es la Versión del Nuevo Mundo, es decir, la de los Testigos de Jehová.

 

La Biblia del peregrino ha corregido no pocos de esos dislates. Belén ha vuelto a ser Belén; el Nuevo Testamento ya no es del disparatado de Mateos y el texto en general se ha revisado. Su primera edición era una verdadera mina de erratas tipográficas intolerables en una traducción de la Biblia – yo vivía a la sazón en Zaragoza y recogí no pocas docenas cuyo detalle envié a la editorial que nunca me lo agradeció ni me acusó recibo – pero creo que se ha subsanado en ediciones ulteriores.

Por último, tengo que referirme brevemente a los textos interlineales, es decir, aquellas ediciones del Nuevo Testamento o del Antiguo con el texto original y una traducción palabra por palabra en español. A diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en inglés, en español este tipo de obras es muy escaso. Sólo existe una edición del Antiguo Testamento en hebreo-español en varios tomos y editada por CLIE. No la recomiendo fundamentalmente porque carece de aparato crítico y porque inducirá a error al lector ya que la misma palabra se vierte de maneras más que diferentes sin proporcionar explicación alguna. El que sabe hebreo se queda perplejo con la lectura – es mi caso – y el que no sabe no sacará mucho en limpio.

Del Nuevo Testamento hay dos versiones interlineares, la de Francisco Lacueva publicada en los años sesenta por CLIE y la mía editada hace algo más de un año por Thomas Nelson. La de Lacueva era aceptable cuando se editó hace casi cuarenta años fundamentalmente porque no había otra. A día de hoy, no merece la pena ni comprarla para consultarla de vez en cuando. Carece de aparato crítico, no explica el significado de las palabras, no contiene referencia a las variantes, pasa por alto las construcciones gramaticales… en fin, lo dicho, cuando no había otra tenía un pase, pero ahora adquirirla es tirar el dinero. Ni que decir tiene que la versión publicada por Thomas Nelson cuenta con todos esos elementos indispensables y, por añadidura, permite la comparación con una versión al margen e incluso añade un apéndice de términos griegos neo-testamentarios de especial relevancia. Si la persona pretende profundizar en el texto original griego es una buena ayuda que es lo que busqué durante los no pocos años que me dediqué a trabajar en la obra.

Espero que estas breves notas resulten de utilidad a algunos de los lectores de esta página. A partir de la semana que viene, Dios mediante, comenzaremos a explicar cuestiones elementales relacionadas con la Biblia y con sus libros y también a hacer calas en sus libros. Hasta entonces que Dios los bendiga.

 

El Evangelio de Marcos (I): algunas características del Evangelio

Como la Biblia no se escribió para que la gente se entretenga solamente sino para arrojar luz en esta vida, la introducción no puede limitarse a dar datos más o menos académicos. Durante los meses siguientes, están ustedes invitados a ir estudiando, de manera sencilla, pero práctica el Evangelio de Marcos. Hoy haremos una introducción al mismo y, a partir de la semana que viene, entraremos en materia.

Aunque se repite mucho desde hace décadas no está nada claro que Marcos sea el primer evangelio. Es, ciertamente, el más breve, pero cuando se comparan episodios, por ejemplo, con Mateo se ve que es mucho más elaborado. A decir verdad, como se creía en los primeros siglos es más que posible que Marcos se escribiera después de Mateo. Se trata, sin duda, de un evangelio muy peculiar.

1. Marcos es un evangelio para los no-judíos. A diferencia de Mateo que está repleto de referencias al judaísmo, de Lucas que también las recoge o del mismo Juan, Marcos es un evangelio para gentiles, es decir, para gentes que nada tienen que ver con el judaísmo. Precisamente, porque presupone esa ignorancia del mundo judío en el se encuentran explicaciones a ritos judíos que no tendrían sentido si se dirigiera a los hijos de Israel. Por ejemplo, en 7: 1-4, explica la ceremonia de los lavatorios que, por supuesto, era desconocida por los gentiles.

 

2. Marcos es un evangelio basado en un testimonio ocular. Resulta verdaderamente notable la manera en que Marcos anota detalles y frases que señalan a un testigo ocular. Por ejemplo, cita textualmente palabras de Jesús pronunciadas en arameo (5: 41: 15: 34) o recuerda aspectos no recogidos por otros evangelistas. Por ejemplo, Marcos señala donde exactamente dormía Jesús cuando estalló la tempestad (4: 35) o que la hierba era verde cuando tuvo lugar el episodio de los panes y los peces (6: 39). Naturalmente, cabe preguntarse por el autor y éste nos da una clave en el episodio de Marcos 14: 51-2 que habla de un joven que siguió a Jesús al ser detenido y apenas logró evitar que lo arrestaran también. ¿Quién era este joven? Todo parece apuntar a que no era otro que Juan Marcos (Hechos 12: 12), en la case de cuya madre se reunía la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén después de Pentecostés. Algunas fuentes antiguas señalan que Juan Marcos fue el intérprete del apóstol Pedro en algunos de sus viajes. Semejante hipótesis es muy posible y explicaría las referencias propias de un testigo ocular. En otras palabras, el evangelio de Marcos sería el evangelio de Pedro con todos los detalles propios de alguien que contempló lo que narraba. Desarrollé esta tesis en una de mis novelas – El testamento del pescador – que en su día ganó el Premio de Espiritualidad de MR y que en el año 2004 fue el libro de temática espiritual más vendido en España (a excepción de la Biblia) y muy por delante de los libros de Juan Pablo II o del Dalai Lama. Ha pasado más de una década desde que lo escribí y estoy más convencido si cabe de esa tesis que en aquel entonces.

3. Marcos es un evangelio “acelerado”. Para el que lee este Evangelio en su versión original salta a la vista que su gramática es peculiar y acelerada. Por ejemplo, utiliza con profusión el denominado “presente histórico”, es decir, que pone en este tiempo verbal acciones pasadas. Es algo típico del lenguaje narrativo coloquial – pensemos, por ejemplo, en: “y va Manolo y me dice… y entonces yo le digo: pero ¿tu qué te crees?” – y confirma la tesis de que Marcos recogió los relatos escuchados a Pedro. También llama la atención que utiliza muchísimo la conjunción “y” lo que denota un trasfondo en hebreo o arameo y, de nuevo, el aspecto coloquial – “Y me dice… y entonces yo le digo… y va y me contesta…” – en el capítulo 3, por ejemplo, de los 35 versículos nada menos que 29 comienzan con ese “y”. No digamos ya de la palabra griega “euzus” – inmediatamente – que permite a Marcos dar saltos de un tema a otro. Sólo en el primer capítulo aparece diez veces… Marcos tiene prisa. Ya lo iremos viendo.

4. Marcos es un Evangelio contra-cultural. A lo largo de la Historia, la religión – y eso no excluye a las confesiones más o menos cristianas – en no pocas ocasiones han intentado congraciarse con el poder político y la cultura en la que viven en lugar de desafiarlo. Marcos hace todo lo contrario. No se dedica a cantar las loas del imperio – aunque, sin duda, el imperio romano tenía mucho de bueno – sino a cuestionarlo de manera crítica y desafiante. Marcos podría haber comenzado su evangelio reproduciendo la genealogía de Jesús (como Mateo y Lucas), señalando su estirpe regia ligada a la familia de David (Mateo y Lucas), subrayando su preexistencia (Juan), enfatizando su nacimiento prodigioso (Mateo y Lucas)… no hace nada de eso. Jesús aparece como el mesías y el Hijo de Dios, pero, sobre todo, como el Ebed YHVH o el Siervo del Señor. A diferencia del emperador que era un hombre, pero se hacía Dios – sí y también se empeñaba en enlazar su genealogía con los dioses y cosas parecidas – Marcos presenta a un Jesús que no tiene el menor interés en esos juegos de vanidad y potestad. El poder y la gloria podían interesar a los césares y a los que son o aspiran a ser como ellos, pero no a Jesús.

Basta leer los cantos del Siervo contenidos en Isaías - Isaías 42: 1-4; 50: 4-11; 52:13- 53: 12; 61: 1-3 – para captar que modelan la vida y la actividad de Jesús. Es el mesías, pero es un mesías muy especial. Es el mesías-siervo. Precisamente por ello, el centro en Marcos está en el capítulo 10 y versículos 35 a 45. Sugiero que se lean porque en ellos se indica que los discípulos discutían entre ellos para saber quién se sentaría a la derecha y a la izquierda del mesías, algo, por cierto, nada comprensible si, como algunos pretenden, Jesús había designado a un apóstol para ser el primero. El caso es que Jesús responde que así es como se comportan los políticos que son tenidos por benévolos aunque, en realidad, reducen a las naciones a su potestad (v. 42), pero jamás debía ser esa la conducta de los seguidores de Jesús que debían esforzarse por servir los unos a los otros (v. 43-44). La razón fundamental para una conducta tan contracultural era que él, Jesús, el Hijo del Hombre – un título mesiánico contenido en el libro del profeta Daniel – “no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (v. 45). El emperador – y los que han venido detrás – desarrollaba una cultura de poder, de enriquecimiento, de dominio aunque, por supuesto, la cubría con la idea de que bendecía a Roma con conductas que iban de la subvención a los juegos públicos pasando por el reparto de comida. Pero Jesús planteaba un mensaje de Buenas noticias absolutamente contra-cultura. El no había venido a ser un gobernante providencial encargado de dar de todo a todos. Iba a ser el Mesías-siervo profetizado por Isaías y a entregar su vida en rescate de muchos.

 

De este primer versículo de Isaías podemos extraer algunas lecciones, pero ya será, Dios mediante, la semana próxima. Para comenzar a leer la Biblia quizá sería recomendable que comenzáramos con esas canciones sobre el mesías-siervo contenidas en:

Isaías 42: 1-4

Isaías 50: 4-11

Isaías 52: 13 a 53: 12

Y Isaías 61: 1-3

 

Además y puesto que estamos comenzando a leer la Biblia, podemos ir al libro de los Salmos y leer el Salmo 23. No olviden anotar en su cuaderno lo que el texto pueda sugerirles.

 

Próxima semana: Antiguo y Nuevo Testamento y Algunas lecciones del inicio del Evangelio de Marcos

 

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