Al final, la mayoría de los judíos, unos cien mil, marchó a Portugal pensando – equivocadamente – que desde allí podrían regresar con mayor presteza. Otros se encaminaron a Navarra de donde serían arrojados en 1498. Los hubo incluso que se dirigieron a las tierras del papa, al reino de Nápoles o a África, a tierras controladas por el islam.
Censuraron esta protección no pocos extranjeros, pero se manifestó entusiasmada con la expulsión si no todos, la aplastante mayoría. Se trataba de una mayoría que iba desde el papa – que ordenó que se celebrara una corrida de toros para mostrar su alegría - a los cardenales, desde los monarcas de otras naciones a los profesores de las universidades. Incluso no faltaron los que dijeron que, al final, España había decidido seguir la senda que ellos llevaban transitando desde hacía varios siglos.
El 7 de Ab del año 5252 desde la creación del mundo – el 31 de julio de 1492 – fue el último día que los judíos pasaron en España. Tardarían mucho tiempo, demasiado, en poder regresar legal y abiertamente. La principal responsable de aquel drama pavoroso – al igual que había sucedido en el resto de Europa – había sido la iglesia católica.
CONTINUARÁ