Educado en Sant Millán de Suso, Gonzalo de Berceo[1] fue ordenado diácono (1221) y presbítero (1237), educado en los estudios generales – un antecedente directo de la universidad – de Palencia y, posiblemente, desempeñó funciones como notario del abad Juan Sánchez en el monasterio de san Millán de la Cogolla. A principios del s. XIII, el citado monasterio atravesaba por un período de decadencia lo que provocó no sólo que Gonzalo de Berceo falsificara documentos para obligar a los campesinos a entregarle dinero sino que también redactara algunas obras de propaganda destinadas a potenciar las visitas y donaciones.
La mayoría de sus obras, a pesar de unas posibles pérdidas, han llegado hasta nosotros y podemos clasificarlas dentro de tres grupos: poemas hagiográficos, de los que tres constituyen biografías de santos locales y un cuarto, incompleto, contiene el martirio de san Lorenzo; poemas dedicados a la Virgen —Milagros de Nuestra Señora, Loores de Nuestra Señora y Duelo que fizo la Virgen—; y, finalmente, dos obras doctrinales, De los signos que aparescerán antes del Juicio y el Sacrificio de la Misa; tres himnos, además, se atribuyen a este poeta.
La primera obra hagiográfica fue, muy posiblemente, la Vida de San Millán, santo patrono de su monasterio. De manera bien significativa, entre sus milagros póstumos destaca el que nos presenta la aparición en los cielos de san Millán y Santiago durante un combate contra los moros. Al producirse la victoria, los monarcas cristianos establecen en pago el voto perpetuo. León — según decisión de su rey— entregará en adelante un tributo a Santiago de Compostela, mientras que el conde Fernán González ordena, por su parte, que toda Castilla pague tributo a San Millán de la Cogolla. Tales decretos, como la Donación de Constantino, no tienen la menor base histórica. Con todo, como sucedió con los reyes francos, muchos castellanos se vieron obligados a pagar las sumas indicadas al monasterio. En el siglo XIII, los monjes de San Millán contaban con un texto latino y castellano atribuido a Fernán González, pero es sabido que no fue sino una falsificación redactada por el monje Fernandus – quizá Fernando Garcíez - cuando Berceo estaba relacionado con el monasterio. Berceo dejó de manifiesto la finalidad real del poema cuando, al final, justo antes de una breves estrofas, llega a la siguiente conclusión dirigida a su auditorio:
Si estos votos fuessen lealment enviados,
estos sanctos preciosos serien nuestros pagados,
avriemos pan e vino, temporales temprados,
non seriemos com somos de tristicia menguados.
Amigos e sennores, entenderlo podedes
qe a estos dos sanctos en debda lis yazedes;
d'esto seet seguros, qe bien vos fallaredes
si bien lis enviáredes esto qe lis devedes.(479-480)
No fue, desde luego, la única vez que Berceo mintió con la finalidad de extraer dinero de los fieles señalando que era fiel a una supuesta fuente latina:
Quando non lo leyesse, dezir non lo querría;
ca en firmar la dubda grand peccado avría.(Santo Domingo, 73)
Ca al non escrevimos sy non lo que leemos.(Santa Oria, 89)
La Vida de Santo Domingo[2], del mismo modo que la Vida de San Millán, hunde sus raíces en una tradición hagiográfica que, de manera bien reveladora, se relacionó no pocas veces con intereses económicos bien concretos. En esta obra, por un lado, Berceo intentaba consagrar la existencia de la iglesia católica como un estado dentro del estado. Así, Berceo describió en tonos heroicos la resistencia de santo Domingo, prior de San Millán de la Cogolla, a las pretensiones del rey de Navarra en relación con el tesoro del monasterio (131-168) con un mensaje bien explícito, el de que el poder civil podía contribuir a la riqueza de la iglesia católica, pero nunca pretender que ésta, a su vez, aceptara una parte de las cargas del reino. Por otro lado, Berceo legitima el papel de la iglesia católica como receptora de donaciones ofreciendo a los peregrinos en un notable ejercicio de publicidad los datos detallados para que acudan a las tumbas del monasterio antiguo de San Millán de Suso (Vida de Santa Oria, 181-182).
Finalmente, Gonzalo de Berceo supo realizar una notable contribución a la creación de leyendas que, sin punto de contacto con la realidad, apelaban a necesidades psicológicas y que permitían deslizar con relativa facilidad contenidos ideológicos muy concretos. El caso más paradigmático es el de sus Milagros de Nuestra Señora[3]. La figura de María, la madre de Jesús, tiene escasísima importancia en las fuentes cristianas primitivas. No aparece una sola mención a ella ni en las trece cartas de Pablo, ni en las epístolas universales ni en el Apocalipsis. Tampoco es muy generoso el libro de los Hechos que se limita a decir que se reunía con los hermanos de Jesús y los primeros discípulos en Jerusalén (Hechos 1: 14). De los evangelios, sólo uno menciona la concepción virginal de Jesús si bien aclarando que María no mantuvo relaciones sexuales con José sólo hasta que dio a luz a Jesús (Mateo 1: 25). Ni Juan ni Marcos mencionan su concepción virginal e incluso el relato de Lucas sólo se puede entender así yuxtaponiéndolo al de Mateo ya que María se limita a decir que no puede comprender cómo va a tener un hijo si en esos momentos no mantiene relaciones con ningún hombre (Lucas 1: 34). De manera semejante, en ningún pasaje de la Biblia existe la menor referencia a su virginidad perpetua, su concepción inmaculada, su asunción a los cielos, su papel de intermediaria o su culto. A decir verdad, hay referencias a otros hermanos y hermanas de Jesús que, lógicamente, iban con ella y de los que se dan los nombres (Juan 2: 12; Marcos 6: 3 ss; Mateo 13: 54 ss). No menos chocante para una sensibilidad católica contemporánea puede ser el hecho de que Jesús rechazó su intercesión explícitamente (Juan 2: 1-4) y que incluso insistió en que su madre y sus hermanos verdaderos eran no los naturales sino los que escuchaban su predicación y la obedecían (Marcos 3: 31-35), algo no tan sorprendente si se tiene en cuenta que en vida de Jesús sus hermanos no creían en él (Juan 7: 1-5). Partiendo de estos datos históricos no sorprende que el culto a María resultara muy tardío y que además naciera en ambientes muy paganizados y relacionados con diosas muy veneradas como fue el caso de la Diana de Éfeso. De hecho, hasta el siglo XI, la figura de María no comenzó a tener un peso que, aunque no es el actual, apunta ya en esa dirección. En ese siglo aparecieron ya colecciones de leyendas de milagros marianos en latín, que rápidamente crecieron y que llegaron a una verdadera eclosión entre los siglos XII y XIV. En el siglo XIII, aparecen, por ejemplo, tres importantes colecciones hispánicas que, además de la obra de Berceo, son las Cantigas de Santa Maria en galaico-portugués de Alfonso X y la obra en prosa latina de Gil de Zamora. De las leyendas relacionadas con María, un centenar aproximadamente se repiten de manera continua incluyendo adaptaciones de relatos que originalmente no tenían nada que ver con el catolicismo como el n. 15 de la obra de Berceo, La boda y la Virgen relacionada con el folklore precristiano y el n. 20, El monje embriagado.
Berceo perseguía en la obra – insistamos en su carácter legendario – inspirar la devoción hacia María y lo hacía recurriendo al elemento maternal [4]y a templar la rigurosa doctrina sobre la salvación:
El monge que por todo esto avía pasado,
de la carga del vino non era bien folgado,
que vino e que miedo avienlo tan sovado,
que tornar non podio a su lecho usado.
La Reina preciosa e de precioso fecho
prísolo por la mano, levólo poral lecho,
cubriólo con la manta e con el sobrelecho,
púsol so la cabeza el cabezal derecho.
Demás quando lo ovo en su lecho echado
sanctiguól con su diestra e fo bien sanctiguado:
«Amigo», díssol, «fuelga, ca eres mui lazrado,
con un poco que duermas luego serás folgado».(481-483)
No se limitaría a ello, sin embargo, Gonzalo de Berceo. Como tendremos ocasión de ver, Berceo utilizará también la devoción mariana para difundir un agresivo antisemitismo entre las clases populares. Más allá de las consideraciones literarias, no cabe duda de que Gonzalo de Berceo escribió obras piadosas, pero no inocentes. Por el contrario, en ellas se percibe con facilidad una auténtica carencia de escrúpulos a la hora de mantener el poder, aumentar los bienes económicos o subyugar a las masas populares. La base, a fin de cuentas, de esa acción es el uso de la mentira, la falsificación documental y la retorsión, cuando no la invención, de la Historia. Con todo, Gonzalo de Berceo – o el obispo que afirmó haber hallado la tumba de Santiago - no era un innovador. En realidad, seguía la pauta de una práctica consagrada, anterior y más sofisticada nacida a la sombra y en beneficio del papa.
CONTINUARÁ
[1] Sobre Gonzalo de Berceo: Georges Cirot, «L'expression dans Gonzalo de Berceo», RFE, IX, 1922, págs. 154-70; C. Guerrieri Crocetti, «La lingua di Gonzalo de Berceo», SM, n. s., XV, 1942, págs. 163-88; Bernardo Gicovate, «Notas sobre el estilo y la originalidad de Gonzalo de Berceo», BH, LXII, 1960, págs. 6-15; Jorge Guillen, Lenguaje y poesía, Madrid, 1962, cap. I; Frida Weber de Kurlat, «Notas para la cronología y composición literaria de las vidas de santos de Berceo», NRFH, XV, 1961, págs. 113-30; Brian Dutton, La vida de San Millán..., y «Gonzalo de Berceo and the Cantares de gesta», BHS, XXXVIII, 1961, págs. 197-205. Consúltese además Gormly, Use of the Bible, cap. I; T. C. Goode, Gonzalo de Berceo, «El sacrificio de la Misa»: a study of its symbolism and of its sources, Washington, 1933, y H. L. Schug, Latin Sources of Berceo's «Sacrificio de la Misa», Nashville, Tenn., 1936.
[2] Sobre santo Domigo, véase: Warren F. Manning, «An Old Spanish Life of St. Dominic: sources and date», Mediaeval Studies in Honor of Jeremiab Denis Matthias Ford, Cambridge, Mass., 1948, págs. 137-58. Sobre la hagiografía, cf. Hippolyte Delehaye, The Legends of the Saints, Londres, 1962; Baudouín de Gaiffier d'Hestroy, «L'hagíographe et son public au XIe siécle», Études critiques d'hagiographie et d'iconologie, Bruselas, 1967, págs. 475-507; S. C. Aston, «The Saint in Medieval Literature», MLR, LXV, 1970, págs. xxv-xlii.
[3] Sobre los Milagros, véase: Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora, Madrid, 2006; Agustín del Campo, «La técnica alegórica en la introducción a los Milagros de Nuestra Señora», RFE, XXVIII, 1944, págs. 15-57; Thomas Montgomery, «Fórmulas tradicionales y originalidad en los Milagros de N. S.», NRFH, XVI, 1962, págs. 424-30; Valeria Bertolucci, «Contributo alio studio della letteratura miracolistica», Míscellanea di Studi Ispanici, Pisa, 1963, páginas 5-72; Gariano, Análisis; Germán Orduna, «La introducción a los Milagros de N. S. (El análisis estructural aplicado a la comprensión de la intencionalidad de un texto literario)», Actas del Segundo Congreso Internacional de Hispanistas, Nimega, 1967, págs. 447-56.
[4] Un estudio muy interesante sobre las raíces psicológicas del culto a Maria que nada tienen que ver con la Escritura sino con vestigios del paganismo y con resortes psíquicos muy concretos, puede verse en Michael P. Carroll, The Cult of the Virgin Mary. Psychological Origins, Princeton, 1986.