En el primer gobierno de la monarquía, fue ministro secretario general del Movimiento. Cuando Arias Navarro dejó de manifiesto que sería incapaz de llevar a cabo una Transición en la que no creía, fue designado, en julio de 1976, presidente del gobierno. Los logros de Suárez se fueron sumando a una velocidad que, vista desde la perspectiva actual, parece supersónica. El 15 de diciembre de 1976, se celebró el Referéndum de la ley de reforma política impulsada por Suarez y, previamente, votada por las Cortes franquistas con lo que la trituración del régimen que Franco deseó perpetuo comenzó de manera formal. El 9 de abril de 1977, en una jugada sumamente arriesgada, Suárez procedió a la legalización del PCE. Los militares no se lo perdonarían jamás y lo mismo sucedería con otros estamentos del régimen donde él se había formado políticamente. Con todo, el respaldo regio parece que fue innegable. Con las elecciones convocadas, debería haber concluido teóricamente su carrera y, como Torcuato Fernández Miranda, haberse retirado con la satisfacción del deber cumplido a gusto del rey y un título nobiliario de recompensa. Sin embargo, Suárez se negó a seguir el guion regio y el 15 de junio de 1977, al frente de la UCD, una coalición de socialdemócratas, democristianos, liberales y antiguos personajes del Movimiento, ganó las primeras elecciones democráticas. Durante su primer mandato, asentó el sistema democrático; logró la promulgación de la constitución e inauguró el estado de las autonomías. No era, desd luego, poco aunque no todo se hiciera bien ni – dicho sea de paso – se pretendiera. Un régimen sustituía a otro y Suárez lo había hecho. Los grandes problemas para Suarez vendrían del acoso creciente del PSOE, pero, sobre todo, de sectores muy concretos de la derecha que dividieron su partido y acabaron forzando su dimisión. No faltó tampoco la inquina de un monarca que no gustaba de que Suarez le llevara la contraria y además lo hiciera apelando a las urnas. El 23 de febrero de 1981, en el curso de la votación de investidura de su sucesor, un grupo de guardias civiles, encabezados por el teniente coronel Tejero, entró en el congreso. Mientras los diputados se lanzaban al suelo, Suárez se encaró gallardamente con los golpistas. Sólo Gutiérrez Mellado, resistiéndose a la vil zancadilla de Tejero, estuvo a la altura de Suárez. Al día siguiente, sofocado el golpe, Suárez solicitó del rey continuar al frente del gobierno. Juan Carlos I rechazó la posibilidad, pero todavía el 12 de junio de 1982, Suárez intentó convencer a Leopoldo Calvo-Sotelo y a Landelino Lavilla para que la UCD formara un gobierno de coalición con el PSOE del que él mismo sería presidente evitando un triunfo aplastante de la izquierda. No lo escucharon y el 31 de julio de 1982, Suárez presentó su nuevo partido el CDS o Centro Democrático y Social. La acción llevó a Calvo-Sotelo a disolver las cortes para frenar el posible avance de Suárez. Sólo consiguió darle una clamorosa victoria al PSOE. En 1986, el CDS se convirtió en la tercera fuerza política, pero su acercamiento posterior a la AP de Fraga se tradujo en la pérdida de la mitad de su electorado. En 1991, derrotado electoralmente, Suarez se retiró de la política. El sistema nunca lo había querido y era la prueba viva de que frente a él no se podía hacer nada en España. El cáncer prolongado de su hija y la muerte de su esposa fueron jalones de un drama personal terrible en el curso del cual se fue humanizando cada vez más hasta rozar la grandeza. Finalmente, el Alzheimer le libró de recordar zancadillas y puñaladas. Gustavo Pérez Puig me contó que en aquellos tiempos seguía jugando extraordinariamente bien al ping pong, pero ya no reconocía a nadie y besaba a los que lo visitaban con cariño. Los españoles lo añoran cuando ya es demasiado tarde.
Próxima semana: Felipe González