Aunque fiel y eficaz servidor del emperador, Alfonso de Valdés, un convencido seguidor del humanista holandés Erasmo de Rotterdam, dejó en el texto constancia de la otra cara de la empresa imperial y, sobre todo, de la España real que la sustentaba. Autor de Diálogo de las cosas acontecidas en Roma y Diálogo de Mercurio y Carón – donde ponía en solfa al catolicismo de la época y abogaba por una Reforma eclesial basada en principios bíblicos – las obras de Alfonso de Valdés provocaron adhesiones, pero también odios cerrados como el de Baltasar de Castiglione, nuncio del papa que no pudo perdonarle que viera la destrucción de Roma como un castigo de Dios o, sobre todo, el de Francisco García de Loaysa, obispo de Osma y confesor de Carlos V. Como ha dejado de manifiesto en sus excelentes estudios Rosa Navarro, fue precisamente contra éste contra quien escribió Alfonso de Valdés El Lazarillo. Originalmente, la obra era el relato que Lázaro narraba en relación con un clérigo amancebado con su esposa, relato enhebrado en respuesta a la petición de una fémina que tenía al mal sacerdote por confesor y que temía que difundiera sus pecados. Sin embargo, ese punto de partida sirvió a Alfonso no sólo para atacar al confesor imperial sino, sobre todo, para describir la realidad oculta. El ciego sin escrúpulos que vivía de entonar canciones piadosas, el cura tacaño, el buldero farsante o el hidalgo vago constituían pruebas de que aunque el emperador entrara en la capital – la única referencia histórica de la novela - la nación buscaba sobrevivir como fuera a imagen del pobre Lázaro. También dejaba de manifiesto de manera nada oculta la pésima influencia que ejercía la iglesia católica en España. No es casual que todos los personajes negativos sean clérigos dispuestos, por ejemplo, a comerciar con bulas como las que en aquel entonces estaba denunciando Lutero en Alemania. En ese sentido, el Lazarillo más que una novela picaresca es una novela erasmista e incluso proto-protestante como han apuntado especialistas en el género. Muerto Alfonso de Valdés en Viena, su hermano Juan se llevó la obra a Italia donde se imprimió por primera vez. Las ediciones posteriores expurgarían no sólo un folio inicial donde se esclarecían los motivos de la redacción sino también pasajes religiosamente comprometidos. Pero el acta estaba levantada. La España imperial no era sólo la victoria de Pavía.
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