A diferencia de otros personajes de la época que surcaron el camino de la mística (Juan de la Cruz, Teresa de Jesús…) o que buscaron una espiritualidad más recogida (Felipe Neri), Ignacio concibió la actitud apropiada como una batalla en la que no sólo la Santa Sede debía recuperar el territorio perdido frente a la Reforma protestante sino también crear las condiciones para que no volviera a producirse una situación semejante. Se ha atribuido esa visión a su pasado como soldado – un pasado decisivo en el inicio de su vocación religiosa ya que, convaleciendo de una grave herida, se volvió hacia la religión – y hay parte de verdad en la explicación aunque no pueda reducirse a ello. Ignacio comprendió la importancia de la formación teológica, del espíritu de sacrificio, de la cercanía al poder político y de la necesidad de un encauzamiento espiritual que cristalizó en los justamente famosos Ejercicios. Ninguna orden como la suya – que a los tres votos unió un cuarto de obediencia al papa - obtuvo éxitos semejantes para la Contrarreforma. Sin la acción de los jesuitas, Polonia - y con ella buena parte de la Europa oriental – hubiera acabado en el campo de la Reforma; la iglesia católica no hubiera llegado a Asia y la mayor parte de los monarcas europeos se habría emancipado de su tutela espiritual. No sorprende que contra los jesuitas – que no se caracterizaron precisamente por sus escrúpulos morales - se disparara la animadversión incluso en el seno de la iglesia católica. Todavía en el español coloquial se hace referencia a la “manga ancha” que manifiestan aquellos que no castigan el crimen o el delito. El origen de la expresión se encuentra en los jesuitas que llevaban un hábito con manga ancha – y que se mostraban especialmente comprensivos con los pecados de los monarcas y los poderosos. La Historia de España está repleta de los daños causados por algunos de estos confesores y nuestra lengua incluso ha conservado términos como “jesuita” y “jesuítico” para tachar a los hipócritas. Con todo, y a pesar de su espíritu innegablemente castrense, el análisis histórico de Ignacio no puede atribuirlo todo al cálculo pragmático. Aunque Felipe Neri se burlaba de él diciendo que no le extrañaba que el padre Ignacio tuviera visiones con lo que ayunaba, el análisis grafológico de Ignacio de Loyola permite contemplar a un personaje que fue pasando de ser un jefe fundamentalmente militar a convertirse en un hombre cada vez más apartado de este mundo y entregado a la reflexión espiritual. No sorprende que, a pesar de las persecuciones y de su disolución temporal, hasta bien entrado el siglo XX, sus hijos fueran la orden más importante dentro de la iglesia católica. Tampoco – dados sus métodos – que incluso muchos católicos piadosos los aborrecieran de manera especial.
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