Convertida en capital de sus tribus, podría desde ella gobernarlas porque, como Madrid en España, estaba en el centro de ellos. Aquel genio de la guerra, de la política y de la poesía se llamaba David y su hijo Salomón llegó a cumplir un sueño insatisfecho que abrigó durante años, el de construir en aquella colina un templo al único Dios verdadero. Desde entonces, el corazón de los hijos de Israel ha estado unido entrañablemente a Jerusalén y, de manera especial, al monte Sión y al templo. Cuando los babilonios quisieron borrar de la tierra el reino de Judá arrasaron el templo. Los profetas Ezequiel y Daniel anunciaron su reconstrucción que se cumplió al cabo de unas décadas bajo el aliento de personajes como Esdras y Nehemías. Jesús el judío lloró al percatarse de que Roma también acabaría destruyendo aquel templo como, efectivamente, sucedió en el año 70 d. de C.. De aquel santuario sólo quedó una explanada – donde después católicos y musulmanes levantarían lugares de culto propios – y unos cimientos que se denominan convencionalmente muro de las lamentaciones. Tan clara tenía el imperio la conexión entre el alma judía y Jerusalén que Adriano quiso borrar la ciudad y convertirla en una urbs romana llamada Elia Capitolina. Fracasó. Pero con el emperador no terminó la lista de los que quisieron separar Jerusalén de los judíos. Los cristianos ortodoxos alternaron las épocas de cierta tolerancia con las de intransigencia. Lo mismo sucedió con los árabes seguidores de Mahoma, unas veces tolerantes – siempre que se pagara el tributo – y otras duros como el pedernal. Peor aún fueron los cruzados católicos venidos de Europa. A los cristianos ortodoxos quisieron someterlos al yugo del Vaticano hasta el punto de que la cuarta cruzada se dedicó sólo a saquear Constantinopla. En cuanto a los judíos… fueron exterminados en masa al paso de los cruzados por Europa que alegaban que ya que iban a Tierra Santa a matar infieles podían ir degollando a los que se encontraban por el camino. Una vez en aquella parte del mundo, llegaron a pactar – Ricardo Corazón de León con Saladino – que todas las fes pudieran acceder a los Santos lugares salvo los judíos. Poco sorprende que los cruzados fueran al final derrotados y expulsados. Los judíos y los cristianos orientales encontraron a los musulmanes más tolerantes hacia sus respectivas creencias. El mismo Maimónides llegó a enseñara sus correligionarios que si debían abjurar del judaísmo para salvar la vida era mucho mejor convertirse en musulmán que en católico. Al menos, los musulmanes no rendían culto a las imágenes ni tampoco a otro ser salvo al único Dios. Desde el punto de vista del genial rabino, médico y filósofo, los seguidores de Mahoma estaban equivocados y creían también que Jesús era el mesías, pero no eran idólatras como los que rendían culto a otro seres y se inclinaban ante un trozo de piedra o de madera. Bajo los turcos, durante siglos, siempre ardió la llama del amor a Jerusalén y al monte del templo en los corazones judíos. Tampoco faltaron algunos judíos que vivieron generación tras generación en la ciudad de Jerusalén. No sólo eso. Cuando en el siglo XIX surgió un movimiento nacionalista que soñaba con la creación de un estado judío la nueva doctrina recibió el nombre - ¿podía ser de otra manera? – de sionismo.
Una resolución de la UNESCO acaba de señalar que ese monte de Sión y el lugar donde estuvo enclavado por dos veces el templo nada tienen que ver con Israel y el judaísmo. Puestos a proferir majaderías podría haber dicho también que Cervantes escribió el Quijote en catalán, que Segovia es una ciudad francesa o que Nueva York forma parte esencial de la cultura de la dinastía Ming. Podrían también haber señalado que la Gran muralla nada tiene que ver con China o que las pirámides son ajenas a la Historia de Egipto. Sin embargo, por mucho que se repita una mentira, por mucho que se gaste en ella el dinero y por mucho que se difunda no dejará de ser una falsedad. A pesar de su división en barrios durante siglos, de albergar los lugares de culto de otras religiones, de su carácter incluso universal, Jerusalén es una ciudad vinculada esencialmente a los judíos mientras que, por ejemplo, para católicos y musulmanes es un lugar de importancia secundaria en relación con el Vaticano o La Meca. Negar algo tan evidente es simplemente una felonía motivada por las razones más siniestras y que la UNESCO lo respalde constituye un escándalo de dimensiones indescriptibles.