Finalmente, mediante un auténtico golpe de estado, Carlos hijo de Juana la loca y nieto de los Reyes Católicos, se sentó en el trono de Castilla. Hay gente a la que le entusiasma cantar los loores de Carlos, pero fue una verdadera desgracia para España. Se trajo sus aduladores flamencos, les entregó todo tipo de prebendas – incluidas las sedes episcopales sin que la iglesia católica dijera ni palabra porque así funcionaba en su enmaridamiento con los reyes – y, por supuesto, decidió que Castilla fuera exprimida para favorecer sus planes de ser coronado emperador de Alemania. Carlos nunca se enteró de que el mundo cambiaba y vivió un siniestro sueño medieval que fue nefasto para España que lo tuvo que costear. Naturalmente, Castilla se alzó contra ese plan desde el principio. Harta de pagar impuestos, harta de ver cómo las decisiones de gobierno no se tomaban en el territorio patrio sino en el extranjero, harta de los privilegios de las dos castas privilegiadas que tantísimo daño han hecho a España durante siglos – la iglesia católica y la aristocracia – se levantó en una verdadera revolución ya que exigieron que, en el futuro, las decisiones las tomaran organismos elegidos por el pueblo de Castilla comenzando por la cuantía de los impuestos.
Fue la primera revolución de la Edad Moderna, un siglo y medio antes de las revoluciones puritanas inglesas. Sin embargo, a diferencia de éstas fracasó. En Inglaterra, la Reforma había abierto el paso a la libertad y en el siglo XVII, los puritanos derrotaron al rey, lo juzgaron, lo decapitaron e impulsaron el triunfo del parlamentarismo, un triunfo que se consagraría a finales del siglo con la segunda revolución puritana, la Gloriosa revolución. En España, los Comuneros perseguían fines muy semejantes, pero, por desgracia, fueron derrotados por la alianza de la monarquía – extranjera, por añadidura – de la iglesia católica y de la aristocracia. Como era de esperar, la represión que vino después fue despiadada, las Cortes dejaron de ser representativas, los impuestos no dejaron de subir y Carlos V, convertido en emperador, continuó persiguiendo sus delirantes sueños de imperio medieval y convirtió a la pobre nación española en espada de la Contrarreforma. No se trata sólo de que toda la libertad, todos los avances, todo el progreso que significó la Reforma se perdieron para España. Además y por si fuera poca desgracia, el despotismo monárquico-clerical empujó a la nación hacia una dinámica diabólica. Las cuantiosas riquezas extraídas de las Indias se perdieron en campañas que no eran en beneficio de España sino de los delirios de un monarca extranjero y de un teócrata asentado en el Vaticano. Con Carlos V, España ya vio cernirse sobre ella el espectro de la quiebra y el crecimiento disparatado de la deuda. Su hijo – el siniestro Felipe II – sería el protagonista en su necio fanatismo de una quiebra tras otra de la economía española. Antes de que el siglo XVII cruzara su ecuador, Castilla se había hundido y nunca recuperaría su relevancia. En cuanto a España había dejado de ser la primera potencia europea y jamás volvería a recuperar esa posición. A esas alturas, el papado la había traicionado apoyando al monarca francés y antes de que acabara el siglo estuvo a punto de ser desmembrada gracias a las acciones de Luis XIV. Si no fue así se debió, paradójicamente, a la intervención a su lado de Inglaterra y Holanda, potencias protestantes. Especular con lo que habría significado la victoria de los comuneros no nos llevará muy lejos, pero cuesta creer que el destino de España habría sido peor. Gracias a la alianza entre la monarquía, la aristocracia y la iglesia católica, España entró en una dinámica en la que, a partir de entonces, en cada siglo perdió pedazos de su territorio, vio crecer su deuda pública de manera salvaje, fue ganando posiciones para convertirse en la primera nación del mundo en número de quiebras soberanas y, sobre todo, forjó un carácter nacional que, vez tras vez, se tradujo en sistemas políticos en los que las castas privilegiadas viven a costa de los que producen la riqueza. Si alguien piensa que eso empezó con el régimen de 1978 es que, simplemente, ignora la Historia de España. Como mínimo viene desde hace ya medio milenio. A cinco siglos de distancia, se puede ver si se sabe lo que pasó con los comuneros aunque, por supuesto, los lacayos de cualquiera de esas castas privilegiadas se empeñará encarnizadamente en negarlo. ¡¡¡Qué triste que España siga yaciendo en manos de las castas privilegiadas mientras su pueblo sólo cuenta para pagar impuestos y dispendios!!! La Historia, sin embargo, está ahí para el que esté dispuesto a sacar conclusiones.
Les incluyo el video de Los Comuneros, un drama de Ana Diosdado, que contiene algún aspecto discutible histórica, pero que muestra no poco de la revolución comunera incluido el aliento erasmista de algunos de sus jefes. Espero que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Y aquí está el video