Desde hace décadas, cuando la gente se deshacía en elogios de Pujol e incluso lo proclamaba el español del año, yo afirmé que era un cáncer para la libertad y un peligro para la estabilidad de España a la par que señalaba la profunda corrupción de su sistema. No era fácil ir contracorriente porque todo el mundo andaba empeñado, incluso en la derecha, en verle virtudes al Honorable, en compararlo con ETA por eso de aumentar su estatura política y en hacer la vida imposible al que dijera lo contrario. Pero yo había leído su libro, justo el que citó en su comparecencia ante el parlamento de Cataluña, y conocía al sujeto y lo que le esperaba a aquella región y al resto de España. El libro de Pujol pintaba una Cataluña irreal, pero que estaba empeñado en construir donde, en frases rezumantes del racismo más asqueroso, se presentaba a los emigrantes que la estaban levantando con su trabajo como un peligro que había que eliminar. O se convertían en un clon de su catalanismo oligárquico y fanático o se marchaban de allí por mucho que hubieran aportado en sangre, sudor y lágrimas. La inexistente nación catalana sería construida a martillazos y a corruptelas porque Pujol tenía claro que con el control de una porción del electorado cercana al treinta por ciento podría imponer lo que le saliera de la barretina. No había que ser muy inteligente para darse cuenta de que todo lo que hubiera de vínculo con el resto de España, comenzando por el idioma común, sería aniquilado golpe a golpe bajo su despótica férula. Lo hizo durante décadas mientras, presuntamente, amasaba una fortuna que ahora atribuye a una herencia conseguida por su padre en colusión con las autoridades franquistas, con la supervisión de su mujer y con la ayuda de un judío “polonés”. Pero todo era obvio desde el principio: el odio a España, el racismo repugnante, la destrucción de las libertades y el latrocinio que vendría. Algunos lo dijimos y pagamos por ello un precio incalculable porque tocaba hablar bien de aquel miserable canijo empeñado en destruir España y en que además pagaran los españoles los escombros. Ahora con Rajoy momentáneamente enfrentado a Mas – porque no sabemos lo que deparará el mañana – algunos han descubierto lo que era más que sabido. Lo era, al menos, para los que habíamos leído su libro.