La herencia católica ha sido evidente como en otras naciones ya que, a fin de cuentas, la revolución científica como ha señalado entre otros Thomas Kuhn, fue una hija directa de la Reforma protestante del siglo XVI. Véase la lista de los premios Nobel serios y se comprobará que en torno al ochenta por ciento son protestantes y judíos. Por algo será… Precisamente por ello, no sorprende que sólo dos españoles hayan obtenido un Premio Nobel relacionado con las ciencias y que en ambos casos se haya tratado de médicos. El primero, del que ya hablamos, fue Santiago Ramón y Cajal; el segundo, Severo Ochoa. Este último logró además el preciado galardón tras haber abandonado España para establecerse en Estados Unidos por lo que no resulta del todo fácil establecer si debería incluirse en una lista nacional o en otra. Aunque nacido en Asturias, Severo Ochoa vivió su infancia en Andalucía ya que allí se trasladó su madre viuda. Ya en los años veinte, antes de concluir su licenciatura, Severo Ochoa logró aislar la creatina presente en la orina. Este éxito se tradujo en que, en 1929, fuera invitado a unirse al laboratorio de Otto Meyerhof, en el seno de una institución que luego sería el prestigioso Instituto Max Planck. Al año siguiente, Ochoa viajó a Madrid para concluir su tesis doctoral. Se trasladó en 1931 – el año de su matrimonio – a Londres donde estudió las enzimas provocando una verdadera revolución en el análisis del metabolismo intermediario. Al concluir la guerra civil, Ochoa decidió permanecer en el extranjero y en 1940, se estableció en Estados Unidos dedicándose a investigar en áreas de la ciencia como la farmacología y la bioquímica. En 1954, descubrió una enzima, la polinucleótido fosforilasa, capaz de sintetizar ARN. De esa manera, Ochoa abrió el camino para llegar a descifrar la clave genética. En 1956 – el mismo en que Ochoa, junto a su esposa, recibió la nacionalidad estadounidense – su discípulo Arthur Kornberg demostró que el ADN también sintetizaba mediante su polimerasa. Así, en 1959, Ochoa y Kornberg compartieron el Premio Nobel de Medicina. Aunque en los años sesenta, el científico fue objeto de cierta atención en España - ¿cómo pasarlo por alto? – e incluso fue nombrado doctor honoris causa por la universidad de Oviedo en 1967, se jubiló en 1975 en la universidad de Nueva York. Hasta 1985, ya en plena democracia, Ochoa no regresó a España y aún hubo de esperar dos años para ingresar en la Real Academia Nacional de Medicina de España. Falleció el 1 de noviembre de 1993 y fue enterrado en Luarca, su pueblo natal. Fue una verdadera muestra de grandeza porque el reconocimiento, el trabajo y la valoración habían procedido mayoritariamente del extranjero. Como desde hace siglos sucede con no pocos de los mejores españoles.
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