Pero no faltaron organizaciones como los zelotes judíos que durante el enfrentamiento con Roma en el siglo I realizaban atentados individuales valiéndose de un puñal curvo denominado sica, lo que daría lugar al término sicarios. Tras estallar la guerra del 66 d. de C., los zelotes utilizarían el terror no sólo contra los ocupantes romanos sino también contra los judíos considerados tibios. Terrorismo centrado en atentados individuales, pero también en el exterminio y deportación de poblaciones enteras fue el utilizado por Mahoma. Aunque, teóricamente, debería haber desaparecido tras su entrada en La Meca, el ejemplo se perpetuaría ampliando también nuestro vocabulario. Hassan-al Sabbah, más conocido como el Viejo de la montaña – que operaba contra musulmanes a los que estimaba alejados de la Verdad – contaba con un ejército de sicarios a los que, por consumir hashish, se denominó hashashin de donde deriva nuestra palabra asesinos. A pesar de los ejemplos citados, el terrorismo es un fenómeno histórico relativamente reciente, emergido por el período justamente denominado del Terror durante la Revolución francesa y asociado en sus primeros años con el nacionalismo y con ideologías de izquierdas como el anarquismo. Uno de sus primeros ejemplos fueron la Hermandad feniana y la Hermandad irlandesa republicana que, a mediados del siglo XIX, comenzaron a realizar actos terroristas no sólo en Gran Bretaña sino también en los Estados Unidos. Para combatir a estas organizaciones, surgió la primera unidad antiterrorista, la conocida popularmente como Special Branch. La rama del socialismo conocida como anarquismo asumiría unas décadas después las tácticas terroristas y en 1870, Mijaíl Bakunin, su máximo representante, proclamó el terrorismo como “la forma más popular, potente e irresistible de propaganda”. Buena parte del anarquismo siguió recurriendo al terrorismo dejando huellas terribles en Rusia – donde se fundó la Narodnaya Volya (Voluntad popular) en 1878 – Italia y España. En este último caso, los años del pistolerismo barcelonés - concluidos con el inicio de la dictadura de Primo de Rivera – y las acciones de la CNT y la FAI hasta el final de la guerra civil dejaron un reguero de cadáveres ocasionados por la acción de individuos que, como Buenaventura Durruti, siguen siendo incensados en algunos círculos. La mayoría de los grupos terroristas serían nacionalistas. Aparte de los irlandeses, puede mencionarse a los sureños que crearon el KKK – un grupo terrorista creado tras la derrota en la guerra de Secesión – a los armenios del Dashnaktsuthium - que atentó en el imperio otomano agriando las relaciones entre turcos y armenios hasta desembocar en las matanzas de inicios del siglo XX - a los serbios - como Gavrilo Princip que, al asesinar al archiduque Francisco Fernando desencadenó la Primera guerra mundial – a los sionistas – tanto el Irgún como el Lehí realizaron atentados no sólo contra la población árabe sino contra los británicos residentes en el mandato de Palestina y de ellos surgieron personajes como Menahem Beguin – o a los egipcios cuya Hermandad musulmana unía a su cosmovisión islámica un claro nacionalismo. No deja de ser significativo que las primeras feministas optaran también por el terrorismo y en Gran Bretaña llegaran, por ejemplo, a incendiar la casa de Lloyd George. El éxito de las tácticas terroristas en episodios como la guerra de Argelia, pero también el triunfo de revoluciones como la china o la cubana tuvieron como resultado la proliferación de otros colectivos terroristas que se encuadraban, de manera más o menos adecuada, en el proceso de descolonización. Fue el caso del PKK turco, del ASALA armenio, del IRA provisional irlandés, de los palestinos Fatah, Frente popular para la liberación de Palestina y del Frente democrático para la liberación de Palestina; del Frente de liberación de Quebec y, por supuesto, de la Tierra Lliure catalana y la ETA vasca. En mayor o menor medida, todos recibieron alguna ayuda de una URSS deseosa de desestabilizar la geo-estrategia de Estados Unidos. A partir de los años setenta, a estos grupos terroristas se sumaron otros que pretendían reverdecer una izquierda que consideraban traidora. Fue el caso de la Facción del Ejército rojo fundado por Andreas Baader y Ulrike Meinhof en la RFA siguiendo el ejemplo del Che o de las Brigadas rojas de Renato Curci y Alberto Franceschini que asesinaron a Aldo Moro. La desaparición de la URSS debía haber terminado con todos estos grupos y así fue en algún caso, pero en otros sobrevivieron gracias a su conversión en cárteles de la droga (PKK), a su paso a la vida política (IRA) o incluso a las subvenciones oficiales (ETA). Por añadidura, ETA recibió una ayuda más que notable de la iglesia católica – hubo sacerdotes condenados por colaboración con la banda terrorista vasca - que incluyó, por ejemplo, protección diplomática o el respaldo directo del papa Benedicto XVI al mal llamado proceso de paz.
Paradójicamente, el fortalecimiento del terrorismo islámico en las últimas décadas ha estado muy relacionado a los errores de la estrategia norteamericana desde los años setenta. Jomeini fue aplaudido por que, según la Casa Blanca, al creer en Dios, supuestamente ayudaría a cercar a la URSS. No fue así y además, gracias al islamismo iraní, grupos como Hizballah entraron en acción. Aún peor fue la subversión islámica atizada por la CIA en Afganistán que, ciertamente, provocó la invasión soviética, pero también la aparición de Al-Qaeda de Bin Ladin. Aunque algunos grupos terroristas han abandonado la violencia y Hamás renunció en 2006 a los atentados suicidas, el panorama en este siglo no resulta prometedor. A matanzas como las perpetradas en Nueva York, Madrid o Londres se han sumado la sempiterna crisis en Gaza, las acciones del terrorismo checheno contra Rusia o la aparición de Isis. La mezcla de nacionalismo y de islam obliga a pensar que si Occidente no juega bien sus cartas, quizá, lo peor esté por venir.