Como tuvimos ocasión de ver, los pasos iniciales dados por Jesús para formar el grupo de discípulos nos han sido transmitidos por distintas fuentes. Los primeros seguidores fueron algunos de los que habían pertenecido al grupo de Juan y a los que Jesús conocía desde hacía varios meses. Ése fue el caso de Pedro y su hermano Andrés, así como Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo (Marcos 1, 16-20; Mateo 4, 18-22; Lucas 5, 1-11). No deja de ser significativo que de estos primeros cuatro, surgieran los tres – Pedro, Santiago y Juan - que tendrían una posición especial y que estarían más cerca de Jesús durante su ministerio.
Con todo, Jesús no se limitó a personas que, en mayor o menor medida, presentaban un perfil piadoso. Precisamente en esa época llamó también a un publicano llamado Mateo Leví a incorporarse al grupo de sus seguidores (Marcos 2, 13-17; Mateo 9, 9-13; Lucas 5, 27-32), un paso que provocó reacciones muy negativas entre las gentes que no podían aceptar que una persona que extorsionaba al prójimo cobrando impuestos pudiera entrar en el Reino. La objeción no carecía de base porque los publicanos no sólo oprimían en una clara muestra de explotación a sus paisanos sino que además solían ser corruptos y codiciosos. Ciertamente, el personaje no podía ser popular a diferencia de otros como Pedro o Andrés que, a fin de cuentas, eran sencillos trabajadores invadidos por la inquietud espiritual. Sin embargo, para Jesús la vía de la conversión no estaba cerrada para nadie. Marcos – que ha transmitido el testimonio ocular de Pedro[1] - ha recogido su respuesta de manera especialmente detallada:
Después volvió a salir al mar; y toda la gente acudía a él, y les enseñaba. Y, mientras caminaba, vio a Leví hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió. Sucedió que mientras estaba Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa al lado de Jesús y de sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido. Y los escribas y los fariseos, al ver que comía con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto de que come y bebe con los publicanos y pecadores? Al escucharlo Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
(Marcos 2, 13-17)
La contestación que dio Jesús a las objeciones sobre la presencia de publicanos entre sus seguidores dejaba de manifiesto uno de los puntos esenciales de su mensaje, la afirmación de que todo el género humano – sin excepción – es equiparable a un enfermo o, como indicaría posteriormente, a una oveja que se ha perdido, a una moneda extraviada o a un muchacho que dilapida estúpidamente su herencia (Lucas 15). Jesús no dividía el mundo en buenos (los judíos piadosos) y malos (los gentiles y los judíos impíos). Esa cosmovisión hubiera sido similar a la de los esenios o los fariseos aunque entre ellos no hubieran coincidido a la hora de señalar quiénes eran los judíos piadosos. Sin embargo, Jesús veía todo de una manera radicalmente diferente que recordaba a la de Juan el Bautista. Dios llamaba a todos a la conversión y, de manera bien significativa, el hecho de pertenecer a la estirpe de Abraham no cambiaba esa circunstancia.
CONTINUARÁ
[1] He desarrollado esta tesis en mi novela El testamento del pescador, Madrid, 2004 que recibió el Premio de Espiritualidad.