“¿Qué es más fácil decir…?” (II): La despedida de Nazaret
La vida de Jesús y de sus discípulos durante estos meses estuvo pespunteada por reacciones que confirmaban aquella predicación. Sobre hechos prodigiosos como la curación de una hemorroisa o el regreso de una niña a la vida (Marcos 5, 21-43; Mateo 9, 18-26; Lucas 8, 40-56) o la curación de ciegos y mudos (Mateo 9, 27-34), se superpuso la última visita a Nazaret, una visita que se caracterizó por la incredulidad que Jesús encontró en sus paisanos. Las fuentes, al respecto, son unánimes:
Salió Jesús de allí y vino a su tierra seguido por sus discípulos. Y cuando llegó el shabbat, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, al oírlo, se admiraban, y decían: ¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que realizan sus manos? ¿Acaso no es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No se encuentran también aquí entre nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les decía: No hay profeta sin honra salvo en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo curar a unos pocos enfermos, a los que impuso las manos. Y estaba asombrado de su incredulidad. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.
(Marcos 6, 1-6. Comp. Mateo 13, 54-58)
La última visita de Jesús a Nazaret debió resultarle especialmente amarga. No sólo sus paisanos seguían empeñados en ver en él únicamente al hermano de algunos vecinos y al hijo de María, sino que además – y esto fue lo que más le dolió – al persistir en su incredulidad, en su falta de fe, se cerraban la única puerta para recibir las bendiciones del Reino. De manera bien significativa, fue en ese momento cuando Jesús dio un paso de enorme trascendencia, el de escoger a un grupo de doce discípulos más cercanos. Pero antes de detenernos en ese episodio, vamos a examinar la enseñanza dispensaba por Jesús a los que lo seguían.