Jesús aún estaba dirigiéndose a sus adormilados discípulos cuando apareció un grupo de gente armada con la intención de prenderle. Algún autor como Rudolf Bultmann[1] ha pretendido que se trataba de soldados romanos intentando apoyarse en el texto de Juan 18, 3, 12 donde se habla de una speira (cohorte) mandada por un jilíarjos (comandante). Como en tantas ocasiones, Bultmann – y los que lo han seguido - pone de manifiesto un inquietante desconocimiento de las fuentes judías que son muy claras en cuanto al uso del término speira. De entrada, todas las fuentes coinciden en que los que tenían el encargo de prender a Jesús habían sido enviados por las autoridades del Templo (Marcos 14, 43; Mateo 26, 47; Juan 18, 2). Inverosímil es que una fuerza romana se pusiera a las órdenes del sumo sacerdote judío y aún más que aceptara entregar al detenido a éste en lugar de a su superior jerárquico. Pero es que además las fuentes judías son muy claras al respecto. En la Septuaginta, speira es un término usado para indicar tropas no romanas y además no con el sentido de cohorte sino de grupo o compañía (Judit 14, 11; 2 Macabeos 8, 23; 12, 20 y 22). Por lo que se refiere a la palabra jilíarjos – que aparece veintinueve veces – se aplica a funcionarios civiles o militares, pero nunca a un tribuno romano. Un uso similar encontramos en Flavio Josefo donde tanto speira como jilíarjos se usan en relación con cuerpos militares judíos (Antigüedades XVII, 9, 3; Guerra II, 1, 3; II, 20, 7). Que así fuera tiene una enorme lógica porque en lengua griega, la palabra jilíarjos – que, literalmente, significa un jefe de mil hombres – es empleada por los autores clásicos como sinónimo de funcionario, incluso civil [2]. Lo que la fuente joanea indica, por lo tanto, es lo mismo que las contenidas en los sinópticos. Un destacamento de la guardia del Templo había acudido a prender a Jesús y a su cabeza iba su jefe acompañado por Judas. Junto a ellos, marchaban algunos funcionarios enviados directamente desde el Sanhedrín (Juan 18, 3) y Malco, un esclavo del sumo sacerdote Caifás (Marcos 14, 47; Juan 18, 10) quizá destacado para poder dar un informe directo a su amo de cualquier eventualidad que pudiera acontecer.
Contra lo que se ha dicho en multitud de ocasiones, el arresto no colisionaba con las normas penales judías porque se llevara a cabo de noche[3], ni tampoco porque se valiera para su realización de un informador [4]. Éste, desde luego, era esencial para poder identificar a Jesús. Muy posiblemente, Judas había llevado a la guardia del Templo hasta la casa donde se encontraba el cenáculo y, al no encontrar allí a Jesús, los había conducido a Getsemaní. El Monte de los olivos estaba lleno de peregrinos que habían subido a Jerusalén para celebrar la fiesta y la noche aún dificultaba más la localización de cualquier persona. Judas era, por lo tanto, la clave para solventar aquellos dos inconvenientes. Según había indicado a sus pagadores, la señal que utilizaría para indicar quién era Jesús sería un beso (Mateo 26, 48; Marcos 14, 44).
No debió ser difícil dar con Jesús. Tampoco lo fue hacerse con él. Como se había convenido, Judas se acercó hasta él, lo saludó y lo besó (Mateo 26, 49; Lucas 22, 47; Marcos 14, 45). Jesús no mostró el menor resentimiento, la menor agresividad, la menor amargura hacia el traidor. Por el contrario, según relata la fuente mateana, al mismo tiempo que le preguntaba si iba a entregarle con un beso, le llamó “amigo” (Mateo 26, 50). Es muy posible que aquella palabra causara alguna impresión en Judas. En cualquier caso, Jesús, como el siervo-mesías del que había escrito el profeta Isaías, no opuso resistencia alguna (Isaías 53, 7). Tampoco permitió que la presentaran sus seguidores. Así, ordenó a Pedro, que había herido a Malco, que envainara su espada (Juan 18, 10-12) e indicó que todo aquello no era sino el cumplimiento de las Escrituras (Mateo 26, 52-6; Marcos 14, 48-9). En ese momento, todos sus discípulos, quizá por primera vez conscientes de lo que su Maestro llevaba anunciándoles durante tanto tiempo, huyeron despavoridos.
CONTINUARÁ
[1] R. Bultmann, Das Evangelium des Johannes, 1941, p. 493.
[2] R. W. Husband, The Prosecution of Jesús, Princeton, 1916, p. 96 con referencias expresas a Esquilo y Jenofonte. En el mismo sentido, J. Blinzler, The Trial of Jesús, Westminster, Maryland, pp. 67 ss.
[3] Se suele citar al respecto Mishna Sanedrín IV I h, pero ese pasaje no se refiere a los arrestos sino a la ejecución de las penas de muerte.
[4] El texto citado al respecto es el de Levítico 19, 16-18, pero, en realidad, se trata de una prohibición contra las calumnias y no dice nada sobre arrestos.