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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

La Reforma indispensable (LIII): En que acertó Lutero (VI): Solo Christo (I)

Domingo, 3 de Mayo de 2015

​Si la Reforma, al regresar a la Biblia, liberó al pueblo llano del sistema paganizado de salvación que ofrecía la iglesia de Roma, no menos libertad espiritual – y no sólo espiritual – significó la recuperación del principio bíblico de “Solo Christo”.

A lo largo de la Edad Media, la iglesia católica fue creando más que una legión de instancias entre Dios y los hombres que, supuestamente, no sólo mediaban entre los mortales y el Creador sino que además eran objeto de culto. Prueba mínima de lo que esto significaba es que, tras el Vaticano II, la misma iglesia católica sacó del santoral a no pocos de sus ocupantes por la sencilla razón de que, como san Jorge o la santa Catalina que, supuestamente, se le apareció a Juana de Arco, simplemente no existieron jamás. En otras palabras, millones de católicos habían orando no sólo a personajes que no sólo no eran Dios sino que además ni siquiera habían existido. Por si fuera poco, el numerosísimo santoral se había especializado enormemente hasta el punto de que, como en el paganismo en el que se inspiraba, había unos santos especializados en el dolor de muelas, las dolencias del pecho, las afecciones de la vista o encontrar los objetos perdidos. Huizinga nos ha descrito en El otoño de la Edad Media muchos de estos ejemplos que son muestras indiscutibles de una sociedad pagana que persistía como siglos antes del nacimiento de Jesús, pero, ahora, pretendiendo ser cristiana y no sólo cristiana, sino la única cristiana.

Ni que decir tiene que esa constelación de santos y vírgenes solía estar vinculado – como hoy en día puede seguir comprobando cualquiera que vaya a Lourdes o Fátima – con un afán de lucro verdaderamente pavoroso. El culto de distintos santuarios y lugares de peregrinación era un negocio espectacular y no ha dejado de serlo. A estas alturas sabemos que entonces muchos de los milagros y prodigios – como ahora – son totalmente falsos y que sólo se difundieron para obtener el mayor dinero posible de los fieles. Como sabe cualquier conocedor de la literatura española, personajes tan notables como Gonzalo de Berceo prostituyeron su talento literario difundiendo prodigios cuya única finalidad era aumentar las limosnas y donaciones en favor de un lugar concreto. No pocas de esas supercherías – como Cristos que se movían o vírgenes que lloraban – quedaron descubiertas por la Reforma, pero lo importante no era tanto el episodio – y no fueron unos pocos aislados – como la manera en que la iglesia católica había pisoteado el mandamiento de Dios que Jesús opuso al Diablo y que ordena no rendir culto más que a Dios (Lucas 4: 8). La Reforma, al regresar a la Biblia, había liberado al pueblo de todo un sistema corrompido, que chocaba frontalmente con lo enseñado en las Escrituras y que no era sino un paganismo remozado en el que unos seres sobrenaturales competían con otros e incluso, en ocasiones, consigo mismos al recibir cultos en distintos santuarios.

Semejante conducta se ha perpetuado durante siglos porque actúa – eso resulta indudable – en beneficio de una organización que ha inventado milagros y multiplicado los santuarios en su propio beneficio desde hace siglos. Al prolongarse, ha mostrado lo que es, en realidad, la iglesia católica. Recientemente, la conferencia episcopal italiana proporcionó las cifras relacionadas con los personajes a los que los católicos italianos dirigen sus oraciones. De manera bien reveladora, quedó claro que el personaje al que más oran los católicos italianos no es Dios Padre, ni Jesús ni siquiera María, dada la mariolatría propia del catolicismo romano. Es, nada más y nada menos, el Padre Pío al que se dirige el 69 por ciento de las oraciones de los católicos italianos colocándolo en un holgado primer lugar. Después del padre Pío el 35 por ciento de los católicos italianos se dirige a San Antonio de Padua, otro santo italiano y el tercer lugar en las preferencias de oración de los católicos italianos lo ocupa con el 19 por ciento otro santo nacional. San Francisco de Asís. Entre las santas es la más popular santa Rita con el 8 por ciento de las oraciones de los católicos italianos. Detrás de Santa Rita se encuentra la madre Teresa – un 2, 4 por ciento de las oraciones – y otra santa italiana, santa Clara de Asís con un 1,6 por ciento.

Como el culto a los santos está sujeto a modas y cambia con el tiempo, como hay santos que hoy en día resultan tan impresentables que se les ha sumido en el olvido, algunos de los santos italianos célebres como Ambrosio de Milán o Petronio de Bolonia han caído totalmente de la lista de aquellos a los que se dirigen las oraciones y ni siquiera son mencionados por los católicos de Italia. Por lo que se refiere a los personajes bíblicos – incluidos María y Jesús – se encuentran muy atrás en la lista. El apóstol Pablo está en un puesto colista – nada extraño teniendo en cuenta su detallada enseñanza sobre la justificación por la fe - aunque es el único santo considerado padre de la iglesia que aparece. El mismo José, el marido de María, ocupa también un puesto de cola a pesar de que se le atribuye la capacidad de encontrar los objetos perdidos. Es superado por santa Ana, la madre legendaria que no histórica de María, o san Nicolás de Bari, otro santo italiano.

En medio de ese panorama no puede sorprender que los católicos italianos sean muy aficionados a las imágenes que, como indica el libro del Éxodo en su capítulo 20, están prohibidas en los diez mandamientos. Así, el 71 por cierto de los católicos italianos tienen en su habitación imágenes. En cabeza de las preferencias en cuanto a imágenes va el crucifijo con el 64 por ciento, las imágenes de Cristo y de María con el 55 por ciento y las imágenes de santos con el 27 por ciento. Dato final que no puede extrañar a nadie: sólo un dos por ciento de los católicos italianos tiene una Biblia en casa aunque el porcentaje de los que la leen es todavía menor.
No parece que la iglesia de Roma haya mejorado mucho desde los días de la Reforma en lo que a no rendir culto al solo Dios o a aceptar como mediador sólo a Cristo se refiere. Es cierto que ha desaparecido la Inquisición o los Estados pontificios, pero es sabido que fue indispensable el empuje de los liberales italianos para que así sucediera y que el Vaticano se resistió ferozmente frente a esas dos pérdidas.

Lo cierto es que los católicos italianos – en muchos aspectos mejores que los españoles o los hispanoamericanos – no pueden ser denominados propiamente cristianos. Son, en su mayoría, pistas, antonistas o franciscanistas que se inclinan ante imágenes, que se entusiasman viendo a uno de los teócratas de la tierra que afirma ser cabeza de la iglesia fundada por Jesús y que desconocen lo más elemental de la Biblia. Insistamos en ello: su nivel espiritual no es de los peores dentro de la iglesia católica.

Resulta más que revelador contrastar todo esto con lo que, en torno al año 64 d. de C., escribió un predicador cristiano se hallaba esperando su ejecución en una celda de la ciudad de Roma. Preocupado por dejar instrucciones precisas a algunas de las personas que había discipulado, el predicador redactó algunas cartas. En una de ellas se contenía la siguiente afirmación: Εἷς γὰρ θεός, εἷς καὶ μεσίτης θεοῦ καὶ ἀνθρώπων, ἄνθρωπος χριστὸς Ἰησοῦς, ὁ δοὺς ἑαυτὸν ἀντίλυτρον ὑπὲρ πάντων, τὸ μαρτύριον καιροῖς ἰδίοις, lo que podría traducirse como “Porque hay un Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que se dio a si mismo en rescate por todos, como testimonio dado en su tiempo”. Las palabras del predicador anunciaban una verdad de enorme relevancia que enlazaba con la propia enseñanza de Jesús. En otras religiones, como desde hace siglos en la iglesia de Roma, podían abundar los seres que mediaban entre la divinidad y los hombres. Podían ser ángeles, genios, daimones… El cristianismo enseñaba, sin embargo, algo muy diferente. Sólo existía un mediador entre Dios y los hombres y ése era el mesías que había dado su vida por el género humano. De la misma manera que sólo él había muerto en rescate por todos, sólo él era mediador. El predicador se llamaba Pablo de Tarso y el texto era la primera carta a Timoteo capítulo dos versículo 5.

 

Y es que en la Roma del siglo I, cuando Pablo esperaba en una celda a ser ejecutado, los primeros cristianos tenían una idea más que clara de lo que creían y practicaban.

Aquellos primeros cristianos preparados para dar la vida por su fe

- Sólo rendían culto a Dios y a ningún otro ser.

- Sólo dirigían sus oraciones a Dios

- No rendían culto a las imágenes tal y como prescribe el Decálogo que Dios le entregó a Moisés en el Sinaí y

- Sólo consideraban mediador ante Dios y los hombres a Cristo Jesús, el hombre que había dado su vida en rescate por muchos.

Esos eran los primeros cristianos del siglo I. Si hoy regresáramos a la península itálica donde también se encuentra Roma encontraríamos que la mayoría de los que dicen ser cristianos:

- Rinden culto en primer lugar al padre Pío y a otros santos italianos por delante del mismo Dios

- Que sus oraciones son dirigidas en primer lugar a esos santos italianos que a Dios que aparece muy por detrás

- Que además rinden culto a las imágenes aunque sólo el dos por ciento tenga una Biblia en su caso y

 

- Que consideran como mediador entre Dios y los hombres no sólo al mesías sino también a una legión de personajes que por supuesto no murieron por el género humano.

Y al ver ese panorama descrito por la misma conferencia episcopal alemana cabe preguntarse:

- ¿Qué cristianismo es el genuino? ¿El que enseñó el apóstol Pablo o el que tiene como objeto de sus oraciones al Padre Pío?

- ¿Qué cristianismo es el verdadero? ¿El que tiene como único mediador a Jesús el mesías o el que se dirige antes al padre Pío, san Antonio de Padua o a san Francisco de Asís?

- ¿Qué cristianismo es el enseñado por Jesús y sus primeros seguidores? ¿El que se inclina ante imágenes y sólo tiene en un dos por ciento la Biblia en sus casas o el que se guía por lo que dice la Biblia y, precisamente por ello, jamás rendirá culto a una imagen como ordenó Dios a Moisés en Éxodo 20: 4 y ss?

Cada uno puede responder a estas preguntas como quiera de acuerdo con sus convicciones, pero, a veinte siglos de distancia, siguen sonando las palabras de Pablo, el apóstol que estaba a punto de morir y que había escrito a Timoteo - “Porque hay un Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que se dio a si mismo en rescate por todos, como testimonio dado en su tiempo” – y algunos no podemos sino dar gracias a Dios porque la Reforma significó un regreso a la enseñanza pura del cristianismo primitivo y una indiscutible liberación para millones de seres humanos esclavizados por enseñanzas y prácticas de hombres totalmente opuestas a la Palabra de Dios, entre ellas las que privan a Cristo de su lugar para dárselo a meras criaturas.

CONTINUARÁ

La Reforma indispensable (LIV): En que acertó Lutero (VII): Solo Christo (II)

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