Dos dominicos que se hallaban presentes en la predicación – y que, muy posiblemente, acudieron para encontrar algún motivo del que acusar al agustino – tomaron nota de las palabras recogiendo, de forma exagerada, convirtiéndolo en un material que pudiera ser utilizado en contra de Lutero. No sólo eso. Invitado a cenar en la casa del Dr. Emser en Dresde, Lutero había seguido defendiendo sus puntos de vista en el sentido de que la excomunión, lamentablemente, había dejado de ser un instrumento de disciplina espiritual para convertirse en un arma de temor esgrimida por el papa. Sin que Lutero lo supiera, un dominico escondido tras una cortina fue recogiendo todos sus comentarios. No concluyó con esto la acción de los frailes. Estas notas recibieron la forma de tesis y fueron enviadas a Augsburgo donde se pusieron en circulación bajo el nombre de Lutero. Se trataba, en realidad, de una falsificación, pero, como habían pretendido los dominicos, obtuvo un éxito notable a la hora de dañar al agustino.
A la sazón, el emperador Maximiliano estaba dando todos los pasos posibles para conseguir que su nieto Carlos le sucediera. Semejante paso no era fácil en la medida en que la corona imperial no era hereditaria sino que dependía del voto de varios electores y, en no escasa medida, del respaldo papal que debía ungir al nuevo emperador. Carlos, sin embargo, era un candidato que no gustaba al pontífice. En aquellos momentos, era rey de España y acumulaba territorios en Italia y los Países Bajos. Si además se convertía en emperador, contaría con una fuerza que era contemplada como una amenaza – no sin razón - por la Santa Sede. Se producía así una situación que contribuiría no poco a la desgracia de España en los siglos venideros. Si podía ser utilizada sin el menor escrúpulo por el papa, España sería una nación querida, pero si se daba la circunstancia de que era poderosa, la Santa Sede se convertiría en su peor enemigo.
Sobre ese marco político el hecho de que, de repente, apareciera un hereje contra el que se podía actuar en beneficio del papa, fue visto por el emperador Maximiliano como una vía para cambiar el punto de vista papal sobre la sucesión del imperio. Quizá si el pontífice era consciente del celo religioso del emperador dejaría de oponerse a la elección de su nieto Carlos como sucesor suyo. De manera inmediata, Maximiliano escribió al papa para indicarle que debía intervenir contra aquel hereje y que, por supuesto, contaba con su apoyo.
Si se examina fríamente la situación, hay que reconocer que la posición del agustino había empeorado extraordinariamente en muy poco tiempo. Ciertamente, Lutero había contado hasta entonces con la protección del Elector y con el respaldo de los eruditos, pero la coalición del emperador con el papa debía ser considerada como una fuerza imposible de resistir. En apariencia, la suerte de Martín Lutero estaba echada. A no mucho tardar, sería procesado como hereje y, caso de no retractarse, ardería en la hoguera exactamente igual que Huss.
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La Reforma indispensable (XX): El proceso Lutero (I): Lutero ante Cayetano