Su camarada de armas le respondió: “El mejor libro que se ha escrito nunca. La historia de Alí Babá y los cuarenta ladrones”. Debo reconocer que la afirmación me parece un tanto excesiva – algo semejante le parecía a Ybarra, todo hay que decirlo - pero, en contra de lo que puedan pensar algunos, los que hemos tenido acceso a la lectura de Alí Babá en árabe sabemos que se trata de un libro auténticamente excepcional. Por supuesto, como casi todo el mundo, las primeras noticias que tuve del peculiar relato se remontan a mi infancia – supongo que en torno a los cinco o seis si es que no antes – y, por supuesto, la historia me pareció subyugante. Que una banda de ladrones pueda ocultar el producto de sus exacciones en una montaña que se abre gracias a unas palabras mágicas no deja de ser fascinante incluso en un mundo de cuentas numeradas en refugios fiscales. Sin embargo, Alí Babá y los cuarenta ladrones es mucho más que un cuento mágico o una historia de aventuras. En realidad, se trata de una novela de media extensión en la que uno de los hilos fundamentales lo constituye – como en el caso de Aladino – la práctica de la magia negra y el conocimiento oculto que sólo algunos poseen y que siempre es peligroso utilizar. De hecho, originalmente, Alí Babá no formaba parte del conjunto de Las Mil y una noches, una obra de origen persa que acabó siendo trasplantada a la cultura árabe gracias en buena medida a las conquistas islámicas. Por el contrario, todo parece indicar que Alí Babá sí tiene un origen meramente árabe, pero conectado de manera directa con tradiciones mágicas de Oriente Medio. A los que hayan viajado por Egipto o Siria en profundidad no les resultará extraña la idea de que los genios malignos se refugian en las cañerías y hay que ahuyentarlo vertiendo en ellas agua hirviendo o de que ciertas enfermedades tienen que ver directamente con la acción de espíritus inmundas. Igualmente, en las páginas de esta maravillosa novela se hallan presentes temas como el mal uso que se puede hacer de las riquezas, el peligro de recurrir a lo oculto cuando apenas se es un aficionado, la prudencia de mantenerse al margen de determinadas conductas y el riesgo que sigue latente aunque se hayan abandonado. Son más que numerosos los paralelos con otras tradiciones ocultas. Así, quien lee Alí Babá no dedica su tiempo a un cuento de niños sino a una historia no poco sofisticada y que, bien entendida, nada tiene que envidiar a los relatos más escalofriantes de Edgar Allan Poe o de Lovecraft.