Su portada – un dibujo del cruzado Gaucher de Chatillon en que, rodeado de sarracenos, repartía mandoblazos a diestro y siniestro – se me antojó extraordinariamente atractiva, pero todavía me sedujo más la idea de que relataba la historia de un español en las Cruzadas. Como a todos los niños de mi edad – por los once o doce andaría yo – las Cruzadas me parecían cargadas de magnetismo. A fin de cuentas, yo conocía sólo la versión oficial que cabía esperar en una nación donde a la guerra civil se la había denominado cruzada. Cómo me hice con el libro es algo que no termino de recordar, pero casi aseguraría que cayó en mi poder en unos Reyes. Lo que vino a continuación fue una aventura absolutamente extraordinaria.
El autor – un español llamado Jorge Alonso – describía de manera magistral la peripecia de Armengol y, al hacerlo, se apartaba totalmente del mito de las cruzadas. El fanatismo y la bravura, la constancia y la codicia, el atrevimiento y la simonía aparecían en aquella novela reflejadas de una manera tan magistral que, a medida que iba leyendo sus páginas, sentía de todo corazón que el libro pudiera acabarse. Con certeza, aquella novela me abría los ojos a una circunstancia que marcaría mi existencia posterior de una manera que entonces no podía ni imaginar. A fin de cuentas - ¿quién podía negarlo? – una cosa es el mito, por muy aceptado que esté en el seno de una sociedad, y otra, bien diferente, es la verdad histórica.
No voy a desvelar el final de la trama relacionada con Armengol, pero sí puedo decir que la novela me entusiasmó y cuando he releído años después alguna parte más me ha seguido pareciendo excelente. En aquel entonces, me esforcé en encontrar otras novelas de Jorge Alonso. Fue una búsqueda infructuosa. Incluso las obras que aparecían en la solapa de contraportada – Dos asnos a la posteridad, Un barco anclado en el cielo, El mayor de J. Ruiz y Sobre el alma – resultaron imposibles de hallar. Entonces me dio el pesar del lector que desearía mantener la relación con el autor y ve que es imposible. Ahora me inspira una profunda pena. No sé quién era aquel hombre, pero puedo decir que su Armengol fue mucho, muchísimo mejor que no pocos best-sellers de autores (y autoras) mediocres de la actualidad. Como si su propia trayectoria vital resultara paralela a la de Armengol, Alonso dejó de manifiesto que una cosa era la calidad literaria y otra, bien distinta, el éxito. La vida posterior me ha enseñado que esa circunstancia es mucho más común de lo que la mayoría de los mortales piensa.