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Viernes, 11 de Octubre de 2024

El americano tranquilo

Miércoles, 2 de Agosto de 2017

Graham Greene es uno de los escritores que he ido revalorizando con el paso de los años. Lo conocí en la infancia cuando en España se cantaban sus loas, sobre todo, porque era, prácticamente, el único escritor confesamente católico de repercusión internacional.

La BAC llegó incluso a publicar un libro interesante sobre los sacerdotes en su obra. Greene acabó distanciándose muchísimo del catolicismo, pero, en esa época de su vida, escribió algunos dramas muy notables y alguna novela que ha envejecido muy mal. Con el paso del tiempo, creo que las mejores obras de Greene – candidato perpetuo a un Nobel que se merecía y que no consiguió – vinieron después. El americano tranquilo – a veces publicado como El americano impasible – es una de sus mejores novelas. Lo es por varias razones. La primera es que Greene no se pierde en el panfleto sino que arranca de algo tan humano como el enfrentamiento de dos hombres por el amor de una mujer – he vivido varias veces esas circunstancias y no estoy nada convencido de que, incluso ganando en el enfrentamiento, el resultado fuera el mejor – y lo aprovecha para analizar algo tan espinoso como la sustitución del poder colonial francés en Vietnam por la intervención de Estados Unidos. El personaje clave del relato – como agente de Estados Unidos y como pretendiente de la amante del narrador – es el americano tranquilo.

Se dice que Greene se inspiró para su creación literaria en la misma figura que inspiraría otro notable libro de la época, El americano feo. Quizá, pero no es necesario porque todos los que hemos visto actuar a agentes norteamericanos en política internacional nos hemos encontrado en una u otra ocasión con gente así. Es la combinación del idealismo más elevado con el pragmatismo más crudo, de la ingenuidad más absoluta con los métodos más descarnadamente expeditivos, del deseo de comprender la realidad con una notable incapacidad para conseguirlo quizá porque se pretende encajar todo en unos moldes preconcebidos. La mirada escéptica del europeo – un corresponsal británico y amante de una vietnamita – es, a la vez, realista y desesperanzada. El mundo no es para muchas gentes de ese viejo continente un lugar que se vaya a arreglar y, en medio de tantos males, la única salida consiste en poder sobrevivir con emociones sencillas como una copa de alcohol o el sexo. Por eso, ante la acción del americano sienten una mezcla de inquietud, de admiración y de envidia, pero también de desconsuelo y repulsa. Lo ven como a alguien que cree saber, pero que no sabe nada de la realidad; como a alguien que pretende arreglar todo y sólo acaba empeorándolo más y como a alguien que, persiguiendo lo que cree que es el bien, ocasiona la muerte despiadada de multitudes inocentes.

El americano tranquilo – que ha sido llevada dos veces al cine, la última con Michael Caine, de manera extraordinaria – se escribió cuando se veía que Francia no ganaría la guerra de Vietnam y que Estados Unidos acabaría cargando con el conflicto. Desde esa perspectiva, resultó un aviso lúcido de tragedias futuras. Sin embargo, no ha perdido un ápice de actualidad. Diríjase la vista hacia Afganistán e Irak, Libia y Siria, Somalia y tantos otros lugares y nos toparemos con más americanos tranquilos aunque, quizá, no siempre tan nobles como el de esta magnífica novela de Greene.

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