Así, inventó atrocidades sin cuento supuestamente perpetradas por las tropas de Franco y enseñó a los despistados españoles a saber mentir políticamente con el mayor descaro. Cuando las fuerzas nacionales entraron en Málaga, Koestler cayó prisionero con toda la perspectiva de ser fusilado. Mientras esperaba la ejecución, el comunista experimentó una experiencia mística que le convenció de dos cosas, la primera, que existía otra vida tras la muerte y la segunda, que el comunismo era una falsedad pavorosa y criminal. Gracias a que sus captores temían a las repercusiones internacionales, Koestler salvó la vida y recuperó la libertad.
Fruto directo de su experiencia en España, fue una novela prodigiosa titulada El cero y el infinito donde narraba las aventuras de Rubachov, un agente de la Komintern. Rubachov, como fiel comunista, está dispuesto a mentir, a matar, a traicionar a sus camaradas de partido si ésas son las consignas emitidas por la dirección. Cualquier crimen – incluso la entrega de los antiguos amigos a un Hitler que acaba de pactar con Stalin – le parece justificada si así puede triunfar la revolución. Incluso cuando se le exija que se reconozca culpable de crímenes ni cometidos ni pensados obedecerá a costa de su propia vida porque nada debe impedir la implantación final del socialismo. El título original de la obra – Darkness at Noon, Oscuridad al medio día – recogía de manera extraordinaria la ceguera espiritual de aquellos a los que las tinieblas ideológicas no les permiten ver algo tan nítido como la luz del sol en su zenit. Sin duda, era un símbolo más que acertado para describir la obediencia carente de escrúpulos morales que ha cantado, según la época, a Lenin, a Stalin, a Mao, al Che o a Castro. Todos han muerto, pero la existencia de sucesores convierte el libro de Koetsler en una obra de lectura obligada a día de hoy.