Confieso que durante años no tuve éxito. Finalmente, di con un ejemplar de Faraón en una edición rusa que se vendía en la tristemente desaparecida librería Rubiños y lo devoré con entusiasmo. Es más que dudoso que el contenido histórico de Faraón – el enfrentamiento entre el joven Ramsés XIII y el estamento sacerdotal – se corresponda con la realidad histórica. No importa. A decir verdad, lo que Prus desgrana en su novela es toda una filosofía de la política que explica sobradamente los problemas que encontró para su publicación desde el primer momento. En la Polonia de inicios del s. XX, se consideró que el texto era impío y que intentaba contraponer el progreso con la acción del clero católico. En esa misma Polonia, ya bajo dominio comunista, se entendió, sin embargo, que el texto criticaba a la jerarquía comunista opuesta a cualquier tipo de renovación. Lo primero resulta dudoso – aunque, seguramente, es lo que explica que se acabara publicando en la Unión soviética - y lo segundo es imposible. Sin embargo, Prus sí supo trazar ese choque que se produce casi cada generación entre un poder añoso, quizá corrupto, pero tendente a la estabilidad que se ve atacado por los jóvenes turcos que desean sustituirlo. En esa lucha, algunas minorías mejor informadas – los judíos en la novela de Prus – se esfuerzan por sobrevivir sabedoras de que un paso en falso puede traducirse en la desgracia e incluso la sangre. Sin embargo, la mayoría del pueblo no pasa de ser un observador – si es que a tanto llega – que resulta fácil de manipular y que se limita a cumplir con la función de masa modelada por los diferentes señores que se suceden. Al fin y a la postre, el enfrentamiento entre tradición e innovación, entre madurez y juventud, entre conservadurismo y progresismo quizá no pase de ser una mera lucha por el poder que debe más a las circunstancias generacionales que a las ideológicas. Ha pasado mucho tiempo desde que Prus escribió Faraón y, sin embargo, pocas novelas tendrán tanta actualidad.