Aquel verano, pasado en el Grao de Gandía – uno de los lugares a los que no he vuelto, pero que a casi medio siglo de distancia me trae las evocaciones más dulces - bebí la trilogía formada por “Rebelión a bordo”, “Hombres contra el mar” y “La isla de Pitcairn”. Confieso también que soñé con ser Fletcher Christian y con alzarme en armas contra el tiránico capitán Bligh para luego poner rumbo al paraíso de la isla de Pitcairn. Un año después, esto ya fue en los escolapios, tuve oportunidad de ver la adaptación cinematográfica citada. No me parecía yo a Gable, pero puedo asegurar que cada paso que dio en la pantalla lo sentí como propio y algo similar me sucedió cuando, años más tarde, vi la versión protagonizada por Marlon Brando. Cambié de opinión con el paso del tiempo y creo que la culpa la tuvo Anthony Hopkins. Su versión del motín era que los marinos, ablandados por las delicias del Pacífico Sur y nada deseosos de cumplir con su deber, se habían sublevado. No sólo eso. Bligh había sido un verdadero héroe sobreviviendo en el océano a pesar de no contar con instrumentos, armas o comida. Reconozco que a partir de ese momento el motín de la Bounty cambió de perspectiva para mi. Pudo ser el paso de los años o quizá que Mel Gibson, el nuevo Fletcher Christian, no era como Clark Gable. O quizá fue la convicción de que no todas las rebeliones están justificadas o dirigidas por los mejores. Y con todo… y con todo, sueño con tener un verano en que pueda volver a ese libro y gozar del inmenso, indescriptible disfrute que me proporcionaron aquellas páginas.