Bajo Claudio y Herodes Agripa
Una de las primeras acciones de gobierno de Claudio, el sucesor de Calígula, consistió en añadir Judea al reino de Agripa, que llegaba así a regir un territorio casi similar al de su abuelo (Guerra II, 214; Ant. XIX, 274). Además, Claudio otorgó a Agripa el rango consular y entregó el reino de Calcia, en el valle del Líbano, a Herodes, hermano de Agripa. Claudio posiblemente actuaba así movido por los últimos disturbios acontecidos en Judea que aconsejaban gobernar esta área mediante un monarca interpuesto mejor que de manera directa. La Misná da cuenta de la popularidad de Herodes Agripa (Sotah 7: 8). Durante la fiesta de Sukkot debía leerse en alto la ley a la gente reunida en el santuario central (Dt. 31). En octubre del año 41 d. J.C., durante la celebración de esta fiesta —unos quince días después del final del año sabático del 40-41 d. J.C.— Agripa, en su calidad de rey de los judíos, compareció según el ritual prescrito. Agripa recibió de pie el rollo del libro del Deuteronomio que le entregó el sumo sacerdote, pero en lugar de sentarse para leer las secciones concretas del mismo —algo que le estaba permitido como rey— permaneció de pie durante la lectura. Al llegar al versículo 15 del capítulo 17 de Deuteronomio («Pondrás como rey sobre ti a uno de tus hermanos; no pondrás a un extranjero —que no es hermano tuyo— sobre ti»), Herodes rompió a llorar recordando su estirpe edomita. Ante aquel gesto, el pueblo prorrumpió en gritos de «No temas; tú eres nuestro hermano, tú eres nuestro hermano», recordando su parentesco con la judía Mariamme. Herodes Agripa no defraudó aquella confianza de la población y procuró manifestar un celo por la religión judía que aparece reflejado de manera insistente en las fuentes.
La Misná (Bikkurim 3: 4),[ii] aparte del suceso ya citado, señala cómo, en la fiesta de las primicias, el rey llevaba su cesta sobre el hombro al patio del Templo como un judío más. También dedicó al Templo la cadena de oro que le había regalado Calígula con motivo de su liberación (Ant. XIX, 294 y ss.) y, al entrar como rey en Jerusalén, ofreció sacrificios de acción de gracias en el Templo, pagando los gastos de varios nazireos cuyos votos estaban a punto de expirar y cuyo rapado de cabello debía ir vinculado a las correspondientes ofrendas (Ant. XIX, 294). Por añadidura, alivió la presión fiscal que pesaba sobre algunos de los habitantes de Jerusalén (Ant. XIX, 299).
Seguramente hubo mucho de frío cálculo político por parte de Herodes Agripa en un ejercicio de piedad judía. Prueba de ello es que no mostró ningún tipo de escrúpulo religioso fuera de las zonas estrictamente judías de su reino. Así, por ejemplo, las monedas acuñadas en Cesarea y otros lugares no judíos de su reino llevan efigies de él o del emperador.[iii] Igualmente ordenó la colocación de estatuas de él y de su familia en Cesarea (Ant. XIX, 357), y en la dedicación de los baños públicos, las columnatas, el teatro y el anfiteatro de Beryto (Beirut) dio muestra de andar muy lejos de la piedad judía (Ant. XIX, 335 y ss.). Con todo, Herodes no parece haber tenido demasiado éxito con sus súbditos no judíos y buena prueba de ello son las manifestaciones de júbilo en Cesarea y Sebaste que siguieron a su muerte en el 44 d. J.C. (Ant. XIX, 356 y ss.). En cuanto a los judíos, supo ganárselos con la suficiente astucia como para que no protestaran por el trato que mantenía con los súbditos gentiles ni tampoco por la forma en que destituyó durante su breve reinado a tres sumos sacerdotes y nombró otros tantos: Simón Kanzeras, Matías y Elioenai (Ant. XIX, 297 y ss., 313 y ss., 342).
Herodes Agripa emprendió acciones directas contra el judeo- cristianismo, motivadas, de acuerdo con el libro de los Hechos, por un mero cálculo político. Según Hechos 12, 1 y ss., el rey ejecutó a Santiago, uno de los componentes del grupo original de los Doce y del trío más restringido y más cercano a Jesús, y procedió a encarcelar a Pedro, presumiblemente con las mismas intenciones. Se ha sugerido igualmente la posibilidad de que Juan, el hermano de Santiago, hubiera sido martirizado durante la persecución herodiana, pero la supuesta base para llegar a esa conclusión es discutible.[iv] Aparte de una interpretación peculiar de Marcos 10, 39, en el sentido de un martirio conjunto —lo que implica forzar el texto, a nuestro juicio— el argumento en favor de tal teoría deriva del fragmento De Boor del Epítome de la Historia de Felipe de Side (c. 450 d. J.C.), según el cual «Papías en su segundo libro dice que Juan el Divino y Santiago su hermano fueron asesinados por los judíos». La referencia a Papías en Jorge Hamartolos (siglo IX d. J.C.) recogida en el Codex Coislinianus 305 concuerda con esta noticia, pero, aun aceptando su veracidad, sólo nos indicaría que ambos hermanos sufrieron el martirio a manos de adversarios judíos y no que éste fuera conjunto, ni siquiera en la misma época.
La acción de Herodes Agripa no pudo estar mejor pensada. Santiago era uno de los miembros del grupo de los tres y lo mismo puede señalarse de Pedro. Este ataque selectivo aparentemente pretendía descabezar un movimiento que no sólo no había desaparecido a más de una década de la ejecución de su fundador, sino que además se estaba extendiendo entre los judíos de la Diáspora y los gentiles.
Posiblemente, este último hecho podía haber enajenado al movimiento incluso buena parte de las simpatías de que disfrutaba entre el resto de los judíos. La fuente lucana señala que Pedro no se había limitado a legitimar la entrada de gentiles en el grupo, sino que además había pasado por alto ciertas normas rituales (Hch. 10) y que los demás miembros del colectivo habían consentido en ello (Hch. 11), algo que tuvo que ser muy mal visto por sus correligionarios.
Si Pedro salvó la vida en medio de aquella conflictiva situación, se debió al hecho de que Agripa pospuso su ejecución hasta después de la fiesta de los panes sin levadura. Antes de que la semana de fiesta concluyera, Pedro escapó de la prisión en circunstancias extrañas, que Agripa interpretó como debidas a la connivencia de algún funcionario y que le llevaron a ejecutar a algunos de los sospechosos (Hch. 12, 18-9). Pedro no corrió el riesgo de ser apresado de nuevo. Según la fuente lucana, se apresuró a huir a un lugar sin determinar y antes parece haber ordenado que se avisara de su decisión a Santiago, uno de los hermanos de Jesús (Hch. 12, 17).
Las fuentes cristianas apuntan sin discusión a una incredulidad de los hermanos de Jesús en vida de éste (Jn. 7, 5; también Mt. 13, 55 y Mc. 6, 3) que se había transformado en fe tras los sucesos de la Pascua del año 30 hasta el punto de que se integraron en la comunidad jerosilimitana (Hch. 1, 14). En el caso concreto de Santiago, parece que el factor determinante fue una aparición de Jesús tras su muerte (1 Cor. 15, 7). Diez años después de ésta, su papel en el seno del judeo-cristianismo en Israel tenía la suficiente importancia como para que Pedro reconociera que debía asumir el cuidado de la comunidad y Pablo lo considerara algún tiempo después como una «columna de la iglesia» (Gál. 2, 9) junto a Pedro y a Juan.
Sin duda la decisión de que estuviera a la cabeza de la comunidad jerosilimitana resultó apropiada. Santiago era un hombre celoso en el cumplimiento de la Torah y tal circunstancia podía facilitar el limado de asperezas entre el movimiento judeo-cristiano y el resto de sus compatriotas. Si Pedro podía parecer un dirigente descuidado y heterodoxo en su actitud hacia los gentiles (lo que repercutía negativamente en la imagen pública del movimiento al que pertenecía), Santiago era contemplado como un fiel observante susceptible de detener el proceso de creciente impopularidad al que se veía abocado el judeo-cristianismo y con ello, quizá, la persecución desencadenada por Herodes. De hecho, desde ese momento hasta su muerte, el hermano de Jesús fue el dirigente reconocido de la iglesia en Jerusalén.
La estrategia de Herodes en contra del judeo-cristianismo llegó a su conclusión a causa de su inesperado y rápido fallecimiento. Acerca del mismo nos informan Josefo y los Hechos de manera coincidente en cuanto a los acontecimientos principales (Hch. 12, 20 y ss.; Ant. XIX, 343 y ss.). Los habitantes de Tiro y Sidón habían experimentado fuertes tensiones con Agripa,[v] pero dado que dependían de los distritos de Galilea para su suministro de alimentos, pronto intentaron reconciliarse con el rey, lo que lograron sobornando a Blasto, un camarero o chambelán de Herodes. Los fenicios, a fin de dar testimonio público de la reconciliación con el monarca, descendieron a Cesarea con ocasión de un festival celebrado en honor de Claudio, posiblemente[vi] el 1 de agosto, que era la fecha de su cumpleaños (Suetonio, Claudio 2, 1). Según Josefo (Ant. XIX, 343 y ss.), el rey tomó asiento en el teatro al amanecer del segundo día de los juegos, llevando una túnica que, tejida con hilo de plata, reflejaba los rayos del sol, de manera que el público —formado por gentiles, por supuesto— comenzó a invocarlo como dios. Según Hch. 12, el origen de las loas fueron los términos en que habló a los delegados fenicios, que fueron definidos como «voz de dios y no de un hombre» (Hch. 12, 21), un aspecto éste que encaja a la perfección con lo que conocemos del trasfondo político en que se movían ambas partes. Lucas y Josefo coinciden en señalar que fue durante ese instante cuando Herodes cayó víctima de un dolor mortal, que es interpretado como un castigo divino por no haber honrado a Dios ni haber rechazado el culto divino que le tributaba la multitud. La muerte se produjo cinco días más tarde, quizá de una perforación de apéndice,[vii] aunque se ha atribuido asimismo el fallecimiento a un envenenamiento por arsénico,[viii] una obstrucción intestinal aguda[ix] e incluso un quiste hidatídico.[x]
Para los judíos, el episodio fue un auténtico desastre nacional. Muy posiblemente, de no haberse producido la muerte de Agripa —que, a la sazón, contaba sólo cuarenta y cuatro años—, se hubiera evitado la catástrofe del año 70 y hubiera seguido existiendo un rey judío, posibilidad que se truncó desde el momento en que Claudio, siguiendo el consejo de sus asesores, no entregó el reino de Agripa a su hijo de diecisiete años argumentando su juventud.
Por el contrario, para los judeo-cristianos la muerte de Herodes Agripa significó la desaparición de un peligroso oponente que había causado la muerte al menos de uno de sus dirigentes principales y el exilio de otro. Incluso, al ocuparse sólo de cuestiones civiles, cabía la posibilidad de que el ocupante romano fuera aun más objetivo a la hora de abordar los posibles conflictos que un rey inclinado a satisfacer a los poderes fácticos judíos. Eliminado su perseguidor y dirigida por Santiago, una figura irreprochable desde la perspectiva judía más amplia, la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén iba a experimentar durante algunos años un crecimiento espontáneo y sin conflictos. Quizá el mejor resumen de este período sea el que proporciona la fuente lucana al indicar que «la palabra de Dios crecía y se multiplicaba» (Hch. 12, 24 a). El siguiente reto con el que se enfrentaría el judeo-cristianismo procedería no de fuera sino de su propio interior.
CONTINUARÁ
______________________________
Sobre algunos aspectos lingüísticos de este pasaje que vienen a resaltar su valor histórico, véase M. Pérez Fernández, La lengua…, ob. cit., pp. 184 y 208.
[ii] Para algunas observaciones lingüísticas relacionadas con este texto, subrayando su importancia como fuente histórica, véase M. Pérez Fernández, La lengua…, ob. cit., p. 184.
[iii] J. Meyshan, «The Coinage of Agrippa the First», en IEJ, 4, 1954, pp. 186 y ss.
[iv] E. Schwartz, Uber den Tod der Sohne Zebedaei, Abh. d. kgl. Gesellschaft d. Wissenschaften zu Gottingen, Bd. 7, n. 5, 1904; del mismo autor, «Noch Einmal der Tod der Sohne Zebedaei», en Zeitschrift für die Neutestamentliche Wissenschaft, 11, 1910, pp. 89 y ss.
[v] Posiblemente habría que atribuir ésta al hecho de que Petronio, escachando las protestas de los judíos, hubiera retirado la estatua de Claudio que los habitantes de Dora habían colocado en la sinagoga de esta ciudad (Josefo, Ant. XIX, 300 y ss.).
[vi] La otra posibilidad, señalada por E. Meyer, Ursprung und Anfange des Christentums, III, Stuttgart, 1923, p. 167, es que se tratara de los juegos quinquenales instituidos por Herodes el Grande en Cesarea en honor del emperador con ocasión de la fundación de la ciudad el 5 de marzo del 9 a. J.C. Esta tesis tropieza con la dificultad de que el año 44 no era quinquenal, según el cómputo de Cesarea.
[vii] E. M. Merrins, «The Death of Antiochus IV, Herod the Great, and Herod Agrippa I», en BSac, 61, 1904, pp. 561 y ss.
[viii] J. Meyshan, «The Coinage of Agrippa the First», en IEJ, 4, 1954, p. 187, n. 2.
[ix] A. R. Short, The Bible and Modern Medicine, Londres, 1953, pp. 66 y ss.
[x] F. F. Bruce menciona el caso de un médico de la Universidad de Sheffield que mantenía esta tesis en New Testament…, ob. cit., p. 263.